Será su historia de novela, serán sus poderes de pantomima cogida con alfileres, seremos así, camuflados en los muchos, o en esas caritas de no haber roto un plato.
Será el leísmo carpetovetónico, será el masoquismo de la letra que con sangre entra en los idiomas de raíz común, serán sus piques entre sí sin motivo aparente, o esas razones para enfadarse en lugar de leyes o programas que respetar.
Perdido el norte del Gigante de Garós y el Conde Borrell II, la identidad de barretina y la fuerza de los “correbous” hay que hacer aunque sea sardana separatista para mostrar unión. El caso es que de vez en cuando vuelven como aquellas oscuras golondrinas de Bécquer a colgar de nuestros balcones sus nidos, en la paranoia de meternos por vereda queriéndonos vender los antiguos duros a cuatro pesetas… Y nosotros, que no podemos ni odiar porque somos vagos por naturaleza, ciegos para pagar por ellos y sordos a los improperios que nos lanzan, debemos respetar su universal sufragio y que les libremos de nosotros.
Pero tras esta tempestad de campaña vendrá la calma del sinsentido desenmascarado, de haber querido someternos con el silencio de los corderos y el alto copete de sus ocho apellidos para no ser menos que los vascos. ¡Ah! fútbol y deportes de élite, restaurantes de lujo, cavas, brandis, anises y cervezas ¡Que no se marchen! ¡Qué se queden! que el circo y los toros ya no son rentables para este panorama anacreóntico y de despilfarro con el que se consigue un mejor estado de bienestar.