Escribo esta entrada desde mi cama con el pie en alto y el tobillo del tamaño de una naranja valenciana y el color de una ciruela madura; y es que el miércoles pasado me di una torta monumental en el antro infecto donde trabajo, gracias al asno de mi jefe que decidió que la mejor solución para limpiar el suelo era tirar un cubo de agua al suelo. Lo de secar el agua después ya no se le ocurrió, claro, y la menda se pegó una digna de un dibujo animado.
Pero lo mejor fue la reacción y el apoyo de la especie de orcos que dirigen el restaurante, que me tuvieron 40 minutos en la oficina rellenando papeles antes de dejarme ir al hospital, al que tuve que ir por mis propios medios porque no querían "meterse en problemas". Misma razón que mi jefe ha aducido para, en la declaración de accidente laboral, decir que él no estaba ahí ni sabía nada de cómo ni cuándo paso. Y, no contentos con ello, ahora me dicen que como no me reincorpore el lunes, estoy despedida.
Resulta paradójico que el organismo estatal dedicado a ayudar a los estudiantes universitarios ("Crous" es el nombre oficial, aunque personalmente lo he bautizado como Mordor) sea uno de los que peor tratan a los estudiantes trabajadores que contratan.
Que cada vez que haya vacaciones acaben nuestros contratos y firmemos uno nuevo a la vuelta para así no pagarnos dichas vacaciones está feo. Que vaya por mi cuarto contrato de duración determinada cuando el máximo legal son tres está muy feo. Que tenga que pasar 40 minutos convenciéndoles de declarar un accidente laboral del que ellos son responsables está muy, muy feo. Que encima me amenacen con despedirme es el colmo del colmo.
Eso sí, cada vez que paso a darles mi declaración de baja laboral, todos sonríen mucho y me preguntan qué tal estoy. Que aquí en Francia otra cosa no, pero educados lo son un rato.