¡Bienvenida, rutina!

Por Luciadevicente
Por fin entró enero y yo, como cualquier españolito de a pie que se precie, también tomé mis  uvas haciendo una lista mental de buenos propósitos mientras José Mota y Anne Igartiburu nos deseaban toda clase de parabienes para este año que, algunos dicen, será funesto. Yo no lo creo, la verdad, pero por si en el último caso estuviera equivocada, pienso vivir los próximos doce meses con la misma intensidad que si sólo me quedaran doce días de permanencia en esta bendita tierra.
   Y también con la misma terquedad y disciplina que me caracteriza. Bueno, lo de la disciplina, como todos los años, me durará poco, pero de momento voy cumpliendo los objetivos que me he fijado. Lo cual no creáis que me ha resultado fácil, porque el pasado diciembre, ése único mes en el que todo el mundo se empeña en comportarse de una manera totalmente diferente a como lo hace el resto del año, los tres ordenadores de mi casa pensaron que ellos también se merecían unas vacaciones navideñas y se dispusieron a mimetizarse con el personal. Y es que, la víspera de Nochebuena, y con una cadencia de dos días entre uno y otro, los pobrecitos míos fueron infectados por un virus maligno que aterrizó en mi casa a través de la Red y que los llevó a todos a la UVI en un coma profundísimo. Vamos, una legionela computeril que les ha dejado fuera de servicio durante días. Incluso uno de ellos, todavía se encuentra en cuidados intensivos para ver si es posible hacerle regresar al mundo de los vivos, ufff.
   Resultado, formateo urgente —con cambio de sistema operativo incluido; que ya que estábamos: año nuevo, Windows nuevo— y el consiguiente retraso en los trabajos que tenía que entregar. Pero no, este año no pienso agobiarme…
   Así que, aprovechando el infortunio, decidí tomarme la situación con serenidad y ocupar las horas que habitualmente paso delante de la pantalla dedicándoselas a la familia y a hacer todo aquello que llevaba tiempo postergando. Sí, ya sé que uno acaba un poco harto de familia cuando recibe una dosis en vena, y más en estas fechas, pero mi criaturo me lo ha agradecido como no podéis ni imaginaros. Tanto, que mucho me temo que para las próximas vacaciones contrate a un hacker…
   Porque sí, amigos, yo también he caído en la locura temporal que nos invade a todos tan pronto los niños de San Ildefonso terminan de cantar el gordo de la lotería. Esa lotería a la no hay un español que se resista a jugar, aunque luego no vuelva a apostar ni un euro a los ciegos durante todo el año.
   Pero, afortunadamente, hoy hemos retomado la rutina. Y, os doy mi palabra, ¡qué bien me siento haciendo lo de siempre! Cuánto he echado de menos estos días el conocido tran-tran: el niño al cole, el padre a currar y yo a mis quehaceres semanales.
   Porque os juro que, yo que ya tengo unas cuantas Navidades a mi espalda, aún no he logrado averiguar por qué en esta época todos nos empeñamos en hacer un montón de cosas que normalmente ni se nos pasan por la cabeza.
   Que llega Nochebuena y Fin de Año, pues hay que cenar de manera pantagruélica y beber como si el Canal de Isabel II fuera a agotarse mañana, a pesar de que los trescientos sesenta y tres días restantes nos los pasamos comiendo como pajaritos para intentar que esos kilos que se nos han pegado a la cintura nos abandonen —cosa que tampoco conseguimos, al menos una servidora—. Y después, para propiciar la digestión, y al amor del turrón y la familia, rematamos la velada cantando villancicos y demás tonadillas populares, cuando habitualmente vas a comer a casa de tus padres y charlas porque después de una semana sin aparecer por allí de algo hay que hablar, pero las conversaciones suelen ser más serias que un entierro.
  
Además, esos días, tenemos por costumbre sentarnos a la mesa con todas nuestras galas y joyas encima, en lugar del cómodo chándal y las zapatillas de estar por casa que normalmente lucimos con mucha dignidad y más alegría. Incluso algunos se atreven a irse después a bailar… Pero, vamos a ver, ¿cuántos de vosotros —los que ya hayáis cumplido la treintena, por supuesto— vais a la discoteca durante el resto del año? Encima, esa noche te cobran un potosí por una copa, generalmente de garrafón… De verdad que estamos locos…
   Luego están también las buenas intenciones y los propósitos de la enmienda que nos hacemos todos. Estoy segurísima que muchos de vosotros habéis dicho que este año dejabais de fumar o beber —yo lo del fumeque ni me lo planteo, la verdad— y que ibais a empezar a ir al gimnasio un mínimo de dos veces por semana. Pero, al día de hoy, ¿cuántos lo habéis conseguido? Algunos incluso os habréis propuesto terminar esa carrera que dejasteis a medias hace… o más y un gran porcentaje, tenéis pensado poneros a régimen y adelgazar, ¿a que sí?
   Pero claro, eso lo pensáis, juráis y perjuráis mientras engullís una docena de uvas al ritmo que marca el reloj de la Puerta del Sol —al que, por cierto, los madrileños no dedicamos ni una sola mirada el resto del año—, después de haberos comido cinco langostinos, dos nécoras, tres cigalas, un cargamento de canapés de paté y otras exquisiteces y os habéis metido entre pecho y espalda una paletilla de cordero regada con lo más selecto de vuestra bodega. Pero almas cándidas, ¿es que no veis la televisión? ¡Que «el colesterol no avisa»!, ni libra por Navidad, todo sea dicho de paso. Eso sí, seguro que este 2012 habéis jurado batalla al colesterol, copa de cava en mano —o champán los más exigentes—, deseando que acabe el momento «besos y achuchones» para lanzarse en picado contra la bandeja de turrón de chocolate.
   Y luego viene la ronda de llamadas telefónicas, que hay que felicitar el Año Nuevo a todo perro piche. A tus padres, tus hermanos, tu cuñada —con la que apenas te hablas desde hace siete años, tras la bronca por la herencia del abuelo Andrés—, a la tía Paquita que está en el pueblo sola, a los primos de Murcia y, ya puestos, al portero de la finca; que pobrecillo, lo bien que tira la bolsa de la basura durante todo el año.
   Ah, y no olvidéis que en Fin de Año, aunque normalmente a las nueve llevéis más seda hecha de un gusano, hay que irse a la cama pasadas las cinco de la madrugada después de tres rondas de tute, veinte manos de la lotería —cantando los números con la mayor cantidad
posible de tonterías y rimas absurdas— y dos chinchones, o un parchís en su defecto. Vamos, lo que soléis hacer cada domingo por la tarde, ¿a que sí? Y eso, para levantarse a la mañana siguiente antes de las once y sentaros delante del televisor a ver el concierto de Año Nuevo, porque no podéis pasaros sin la Marcha Radetzsky para empezar bien el 2012 y tampoco sabéis vivir sin música clásica, porque todos tenéis un palco reservado en el Real y otro en el Liceo. Vamos, que lo que más suena en vuestra casa es Radio Clásica…
   ¿Y qué me decís del día de Navidad? A ver, que levante la mano el que vio por la tele la misa oficiada desde el Vaticano por Su Santidad… Vale, bajadla, ya veo que sois muchos. Ahora, sólo los que la habéis levantado, ¿cuántos de vosotros va a misa todos los domingos? …/… Vamos, no seáis tímidos, que quiero ver algún dedito…
   Y ya, el colmo de la absurdez… Y a ésta me apunto yo también. Mirad que hay días en el año para salir a pasear con la familia y ver los monumentos y escaparates de nuestras respectivas ciudades, pero no, elegimos cualquier tarde de estas vacaciones para llevar a los niños a ver las luces y comprar chucherías diversas en los tenderetes ambulantes (como si no hubiera rastrillo en nuestros pueblos durante todo el año). Eso sí, los demás días no suele hacer este frío pelón, ni hay tanta gente —y chorizos— por la calle, ni los niños están tan nerviosos, ni tardas una hora en entrar al parking, ni tomarse un chocolate con churros en una cafetería de mala muerte supone pelearte con tres padres ansiosos por conseguir una ración y encima te toca pagar una millonada y comértelos fríos.
   En fin, que así podría seguir durante un buen rato, pero como el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, voy a dejarlo aquí y me regodearé en el hecho de saber que nos faltan doce meses para volver a caer en la misma locura, gracias a Dios transitoria.
   ¡Este año, un día más, que el 2012 es bisiesto!
   ¡¡FELIZ AÑO NUEVO A TODOS!!