Para Chema. Un guiño.
Hay un momento en la vida de un hombre en que se vuelve la mirada al pasado.
Dietario apócrifo de Octavio de Romeu, Juan Perucho
El vagabundo, llegó a un lugar frondoso y algo umbrío, se cruzó con un paisano, de traje de pana verde, con chaleco y porte de príncipe enamorado:
- Buen día. – Le saludó éste.
- Buenos días. – Respondió el vagabundo, siguiendo su ruta sin más ceremonias.
Un ligero viento que apagaba cualquier intento de iluminar la oscuridad, soplaba desde el oeste. El vagabundo adelantó a otro cristiano. Éste, caminaba presuroso, con un rollo de pergaminos bajo el brazo:
- Buen día. – Coincidió el de los pergaminos.
- Buenos días.- Contestó a su vez el vagabundo.
A lo lejos, muy a lo lejos, tan a lo lejos que el vagabundo no estaba seguro de si lo veía o lo imaginaba, un buque alemán hacía sonar su sirena. En cubierta, un tripulante macizo como un caballo, prieto y peludo como un indio y con la secreta determinación de casarse, le saludó:
- Buen día. -
- Buenos días. – Saludó por enésima vez el vagabundo, y el barco desapereció en lontananza.
El vagabundo continuó su camino. Un artesano que fabricaba pescaditos de oro le mostró su obra y le regaló uno. El vagabundo lo guardó en un bolsillo interior de su chaqueta.
- Buen día. – Se despidió el artesano.
- Buenos días y muchas gracias.- Asintió el vagabundo.
Otro paisano se acercó al vagabundo.
- Buen día. Tengo papeletas para una rifa.
- Buenos días. ¿Qué número lleva? – Preguntó el vagabundo.
- No son números, son adivinanzas.- Respondió el vendedor de papeletas.
El vagabundo miró hacia las umbrosas e interminables plantaciones de bananos con la sensación de algo ya sentido.
Muchos años después, frente a la página en blanco, el vagabundo había de recordar aquella tarde remota en que al contestar al enésimo “Buen día”, vio aquel letrero que indicaba:
Bienvenidos a Macondo.