Temores y dudas comenzaron a invadir a Santi, y nada parecía ayudar… hasta que un día, leyó el Salmo 121:2: «Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra». Estas palabras penetraron el temor y la confusión de su corazón. Recurrió a Dios en busca de ayuda, y el Señor lo recibió con agrado.
La travesía espiritual de Santi me recuerda la antigua historia de Israel. Los israelitas tenían una relación singular con Dios: eran su pueblo escogido (Nehemías 9:1-15). No obstante, pasaron muchos años en rebeldía e ignorando la bondad del Señor, y alejándose para seguir sus propios caminos (vv. 16-21). Sin embargo, cuando se volvieron a Él y se arrepintieron, Dios se mostró perdonador, «clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia» (v. 17).
Estas cualidades divinas nos animan a acercarnos al Señor… aun después de habernos alejado de Él. Cuando humildemente abandonamos nuestras conductas rebeldes y volvemos a consagrarnos a sus caminos, Dios muestra compasión y nos recibe con agrado de regreso a la comunión con Él.
Los brazos acogedores de Dios están siempre abiertos.
(Nuestro Pan Diario)