Bienvenidos a sevilla: 8–0

Publicado el 25 abril 2016 por Carlos Romero @CarlosRomeroSFC

No son pocas las voces que claman, que eso del derbi, es una reminiscencia de los tiempos mediocres, en los que el Sevilla FC se imbuyó, cuando fue atraído hacia objetivos localistas y provincianos.

Foto José Bocanegra

Las diferencias son abismales, teniendo en cuenta que un derbi es un encuentro en la máxima rivalidad, en pro de la consecución de la supremacía. Pero para ello debe haber, al menos, cierta igualdad en los contendientes, y no hablamos de esas cosas no computables en ningún sitio, cómo quiénes hacen mejor recaudación de abonos, de quién canta y anima mejor, o de sentimientos inescrutables, sino de palmarés, títulos en definitiva, y criterios estadísticos razonables.

El Real Betis Balompìé está en las antípodas de algo que pueda parecerse mínimamente a lo que hoy en día supone el Sevilla FC en el planet football: un supercampeón y tetracampeón europeo, con reconocida fama internacional, que llega a las finales con una facilidad pasmosa en los últimos años, que ganará o no, pero que ahí está.

El partido doméstico está concebido para hacer posible callar al vecino, al jefe, o al camarero criaturita, que sueña de lejos con poder igualarse a aquel bajo el que habita, le martiriza, y mora a su sombra. Está diseñado para callar las bocas que aquellos que chillan estridentemente, esos a los que se les debe dar un baño de realidad, poniéndoles en su sitio, bajándoles al fango nuevamente, y meterles en su cueva, hasta la próxima vez en la que volverán a aspirar a lo mismo.

No es un derbi, es el correctivo necesario a aplicar de forma regular y cotidiana en el tiempo, ante la palabrería de los bocachanclas que minusvaloran la evidencia, pegándoles bofetadas ante lo sustantivo y lo que es ineludible. Un equipo ascensor, (aquí lideran las estadísticas de entre todos los equipos que han pasado por Primera División), que llega a la élite, precisamente para recibir un baño ante su eterno rival.

Solo hay unos interesados en que esto sea un “derbi” en el amplio sentido de la palabra, por puras razones económicas, y esta es la prensa, que intenta igualar lo que es inigualable, como no es igualable un Valencia-Levante, o no lo es un Real Madrid-Rayo Vallecano, y ni se les ocurriría llamarlo derbi. Ni de lejos. Ríos de tinta vertidos para vender periódicos y medir con el mismo rasero a dos clubes que nada tienen que ver entre sí.

Tiempo habrá para que sus historiadores justifiquen la “maldad sevillista” para con su equipo, buscando subterfugios, victimismos, y razones ocultas por la que el  Betis pierde sistemáticamente los partidos domésticos, atribuyéndolo al poder institucional blanquirrojo, a los señoritos, o quizás a un general que pasaba por la ciudad, nunca reconocerán su inferioridad manifiesta, en el pecado llevan la penitencia.

El partido se desarrolló por los cauces normales como siempre que vienen a Sevilla desde su ciudad imaginaria; un Sevilla FC a medio gas, un equipo bético temeroso de que los blanquirrojos no les goleasen. Dos golazos en el segundo tiempo, y para casa calentitos. Ahora a seguir hablando de suerte, de flor en el culo, de rivales con lesionados, de árbitros, y de tejemanejes en la federación a favor de los sevillistas. Cosas de equipo menores.

Algunos habían asistido al partido que encumbraría la temporada, el broche de oro; otros, los más, salíamos del campo hablando del día que te toca sacar la entrada de la final del Campeonato de España; de dónde vas a ver el partido del jueves, o de dónde nos tomamos la cerveza. Antes de llegar a las escaleras ya se había olvidado el partido del domingo. Mientras, el entrenador visitante, en su mundo paralelo, nos deleitaba la rueda de prensa diciendo que ese partido era una final para el Sevilla; el entrenador local, con los pies en el suelo, dosificaba esfuerzos y jugadores, para semifinales y finales próximas, de las de verdad.

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