Si en algo tiene razón Pablo Iglesias es que las elecciones del 20D suponen un cambio de sistema, pero no el cambio que él desearía y defendía antes de caerse del caballo camino de Damasco. Sino un cambio hacia la literalidad de la letra de la constitución. España sobre el papel era un país parlamentario, pero actuaba como un sistema presidencial de turno como si se tratase de EEUU donde demócratas y republicanos pugnan por el poder mientras que los terceros candidatos eran un chiste. Aquí en España, aunque alguno de los terceros candidatos (y los primeros y segundos) son un chiste, se ha propiciado la vuelta a un sistema parlamentario típicamente europeo. El problema es que estamos desentrenados. Como decía Iñaki Gabilondo, pactar suena a claudicar, ceder a rendición y compromiso a derrota. Pero vamos por partes. La sorpresa del día de las elecciones fue que, extrañamente, no todos se llevaron la Victoria, sino que todos perdieron en mayor o menor medida, bienvenidos al reparto de las miserias parlamentarias. El partido popular ganó las elecciones. Es una afirmación sin matices. Con más de 7 millones de votos y 123 escaños (122 si tenemos en cuenta el escaño por Segovia que irá al grupo mixto) ha sido el partido más votado con dos millones de votos de diferencia sobre el segundo. Lo extraño es que ese resultado no es suficiente para garantizar que gobierne. En España es insólito llegar al gobierno con menos de diez millones de votos, otro indicativo del inicio de la era de las minorías absolutas. Después de una legislatura con grandes derrotas para el PP y pocas victorias pírricas, soy de la opinión que han salvado bastante bien los muebles, dadas las circunstancias. El candidato era malo, lastrado por una corrupción endémica del partido que se retrotrae a su fundación y con una implicación personal en el escándalo de su tesorero no auguraba un gran éxito.
Si en algo tiene razón Pablo Iglesias es que las elecciones del 20D suponen un cambio de sistema, pero no el cambio que él desearía y defendía antes de caerse del caballo camino de Damasco. Sino un cambio hacia la literalidad de la letra de la constitución. España sobre el papel era un país parlamentario, pero actuaba como un sistema presidencial de turno como si se tratase de EEUU donde demócratas y republicanos pugnan por el poder mientras que los terceros candidatos eran un chiste. Aquí en España, aunque alguno de los terceros candidatos (y los primeros y segundos) son un chiste, se ha propiciado la vuelta a un sistema parlamentario típicamente europeo. El problema es que estamos desentrenados. Como decía Iñaki Gabilondo, pactar suena a claudicar, ceder a rendición y compromiso a derrota. Pero vamos por partes. La sorpresa del día de las elecciones fue que, extrañamente, no todos se llevaron la Victoria, sino que todos perdieron en mayor o menor medida, bienvenidos al reparto de las miserias parlamentarias. El partido popular ganó las elecciones. Es una afirmación sin matices. Con más de 7 millones de votos y 123 escaños (122 si tenemos en cuenta el escaño por Segovia que irá al grupo mixto) ha sido el partido más votado con dos millones de votos de diferencia sobre el segundo. Lo extraño es que ese resultado no es suficiente para garantizar que gobierne. En España es insólito llegar al gobierno con menos de diez millones de votos, otro indicativo del inicio de la era de las minorías absolutas. Después de una legislatura con grandes derrotas para el PP y pocas victorias pírricas, soy de la opinión que han salvado bastante bien los muebles, dadas las circunstancias. El candidato era malo, lastrado por una corrupción endémica del partido que se retrotrae a su fundación y con una implicación personal en el escándalo de su tesorero no auguraba un gran éxito.