Los superhéroes están de moda desde hace tiempo y Disney, propietaria de los derechos de Marvel, no podía ser ajena a esa tendencia en su división de animación. Con el ilustre precedente que constituye la ya clásica Los increíbles, Big Hero 6 se decanta más hacia un estilo manga, que se constata incluso en la concepción de la urbe donde habitan sus personajes: san Fransokyo, una ciudad fusionada donde encontramos rasgos de la cultura occidental y de la oriental conviviendo con toda naturalidad, como una anticipación de un futuro próximo altamente probable.
Pero si de lo que hablamos es de futuro, nuestro interés debemos centrar nuestro interés en la auténtica estrella de la película, el robot Baymax. Baymax es una creación de carácter radicalmente asimoviano. No solo cumple a rajatabla las tres leyes de la robótica, sino que está programado para curar al ser humano de toda enfermedad o herida física y espiritual. De ahí su aspecto sencillo e inofensivo, con esa sonrisa bonachona. Baymax es el robot que todos quiséramos tener en nuestras vidas. Por eso no nos gusta el uso que hace de él Hiro (el héroe), entrenándolo para que sea un arma ofensiva en su venganza personal. A pesar de todo, el robot nunca va a lucir demasiado amenazante.
Big Hero 6 funciona como espectáculo, pero falla en el dibujo de personajes, demasiado pasional el protagonista humano y demasiado grises sus compañeros superheroicos. En ningún momento consiguen empatizar con el espectador, algo que incluso llega a conseguir mejor Baymax. Por tanto, nos encontramos ante una obra entretenida, visualmente impecable, aunque falta de alma. Se nota la intención de sus directores de crear una especie de franquicia a partir de esta historia. Si así fuera, no creo que la siguiente película de la saga despertara demasiado mi interés.