He comenzado esta aventura en Camarles, uno de los pueblitos del Delta situados más en dirección a las montañas del Montsia. Dejamos aparcado el coche en algunas de las fincas del vasto desierto de arroz. Silueta fantasma del árbol blanqueado en la extensa llanura.
Una carretera de asfalto con dirección a Deltebre de unos 9 kilómetros nos acerca hasta las lagunas de Les Olles. La laguna de les Olles, en el hemidelta norte, tiene una superficie protegida de 54 ha. Un sendero nos permite rodearla e ir parando en los diferentes observatorios que se han instalado. Todos a nivel de laguna excepto uno alzado que ha instalado la Generalitat. Lastima que esto observatorios estén compartidos en época de caza con puestos de tiradores. Es algo que debemos soportar ya que la caza forma parte de la vida de las gentes del Delta. Desde puestos o desde barcas disparan a las aves.
Rodeamos la laguna, es primavera y vemos a las especies de aves residentes como cormoranes, gaviota cabecinegra, charranes y patos reales, también algún pato de cuchara y una solitaria espátula. Salimos a la playa y pedaleamos por la orilla viendo las cosas que trajo el temporal, en esta playa virgen son restos del humanizado delta como botellas, latas y redes de los pescadores. Un mariscador camina pausado buscando almejas en la orilla.
Vamos en busca de “el Goleró”. Una barra de arena de poco más de un kilómetro hasta el puerto. La sensación de pedalear por la orilla húmeda es indescriptible. Un regalo para mi madrugon.
En la bahía que se forma con la Punta del Fangal, están las mejilloneras. Una ciudad de redes, maderas y cubículos donde se extrae directamente el frutodel mar. Las limícolas lo saben y estas someras aguas están pobladas de ellas. Entre las muchas aves pude ver zarapitos grises. Varios observadores nos permiten sentarnos tranquilamente para la observación.
El puerto es destartalado y sucio. Redes por doquier y restos esparcidos por las dársenas. Parece como si el temporal nos hubiera traído los restos de un gran naufragio.
El premio está al otro lado del bajío. Centenares de flamencos residentes nos saludan con sus graznidos en la turbia mañana. Ha levantado algo la niebla y nos permite observar las aves. Al ser temprano muchas llegan volando desde el interior del Delta para comenzar su afanosa búsqueda de comida. Un espectáculo bucólico y tremendo. El gris de la mañana, el ronco graznar de los anímales, el rosado pálido de sus vestidos, la sensación de que aquí nunca pasa el tiempo.
Regresamos por uno de los caminos buscando siempre el Montsia, entre campos arados que esperan de nuevo para ser sembrados de las blancas pepitas de arroz que para las gentes del Delta representa la base de su economía. Mi costumbre de descubrilo todo, me hace tener que saltar alguna acéquia.
Unos 25 kilometros de pedaleo y la sensación de seguir estando en uno de los lugares más hermosos de nuestra geografía, el Parque Natural del Delta del Ebro.Sigueme amigo