Hoy voy a traicionar a esta sección, tanto en forma como en espíritu, pero hacía tiempo que una canción no me estremecía así de primeras. Si echan un vistazo a los primeros versos verán que no tiene ni puta gracia, no hay posibilidad deencontrar un hilo por el que tirar de ironía ni de humor. La canción no te lo permite. Lo único que te permite es apretar los dientes y aguantar el tirón hasta que acabe. Es Strange Fruit, cantada por Billie Holiday.
Es muy posible que la conozcan, la canción es antigua (1936) y bastante famosa en Estados Unidos, pero yo me encontré con ella hace poco y hasta que no escriba esto no me la voy a poder quitar del estómago. Tal vez ni así. Además, aprovecho que este mes se cumple el centenario de su nacimiento.
Me conmueve, aunque no soy un incondicional de Billie Holiday. La tenía de fondo, mientras trabajaba, calándome poco a poco de su tristeza. Porque –supongo que ya se ha dicho, sobre ella se ha dicho todo– Holiday no canta: llora con ritmo y un punto de rabia felina.
Todavía no se porqué me llamó la atención, pero acudí a google y me contestó un puñetazo en la garganta.
“De los árboles del sur cuelga una fruta extraña / Sangre en las hojas y sangre en la raíz / Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña / Extraña fruta cuelga de los álamos /Escena pastoral del valiente sur / Los ojos saltones, la boca torcida / Aroma de las magnolias, dulce y fresco / Y de pronto el olor a carne quemada.
Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos / Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire / Para que el sol la pudra, para que los árboles la dejen caer/ Esta es una extraña y amarga cosecha”.
Eso es todo, 3 minutos y 12 segundos tan solo, un golpe seco. Pero antes de que Lady Day empiece a cantar hemos escuchado una introducción de trompeta y piano de más de un minuto, que parece desproporcionada para la duración total. Es como si la canción no se atreviera a empezar y estuviera reuniendo fuerzas para contar lo que quiere contar.
Una vez empieza no hay tregua. O sí, esos brevísimos silencios en los que intentas prepararte para la nueva andanada, para que te vuelvan a meter la cabeza en la pileta. Uno de los aciertos de la canción es la sobriedad musical que deja el protagonismo a la voz y refuerza el mensaje.
Respecto a la letra, la terrible escena que describe forma directa y brutal aparece punteada por versos como “escena pastoral del valiente sur” o el delicado “aroma de las magnolias, dulce y fresco”. La afable postal de la norteamérica sureña, cortada bruscamente por la realidad, de nuevo: “y de repente el olor a carne quemada”.
Norteño, judío y marxista
La letra no proviene del profundo sur ni su autor es negro. Es un poema escrito en 1937 por Abel Meeropol, un blanco nacido en el Bronx. Son años duros: en España nos matamos con saña, el resto de Europa espera su turno y en Estados Unidos la segregación racial continúa siendo un problema social central, sobre todo en el sur. El segundo Ku Klux Klan, aunque en declive, todavía se deja notar y los linchamientos, con esos extraños frutos ahorcados en los árboles, se suceden, con la aprobación, implícita o explícita, de la mayoría de la sociedad blanca.
Meerpol era un profesor, judío y marxista, que se movía en ambientes izquierdistas y contestatarios. Como curiosidad, años después adoptó, junto a su mujer, Anne, a los dos hijos del matrimonio Rosenberg, tras ser ejecutados éstos acusados de espías soviéticos.
El poema, escrito por Meerpol bajo el pseudónimo de Lewis Allan y titulado Bitter Fruit, se publica en el periódico del sindicato de profesores de Nueva York y en The New Masses, revista vinculada al partido comunista estadounidense, en el que milita Meerpol. Según contó él mismo, la inspiración le vino por la conmoción de ver en una revista las fotografías del linchamiento de Thomas Shipp y Abram Smith en Indiana en agosto de 1930. Decide musicarlo y le cambia el título por Strange Fruit. Su primera intérprete es su mujer y pronto se populariza en actos y mítines izquierdistas como un nuevo ejemplo de canción protesta.
En 1939, el Café Society es uno de esos clubs de Greenwich Village donde se reúnen los intelectuales progresistas a compartir copas, poemas y análisis sobre el peligro del fascismo en Europa y la lucha contra la segregación racial en su país. En aquel local, donde se mezclan libremente blancos y negros, actúa Billie Holiday. Su propietario había escuchado la canción y, tras muchas reticencias, consigue convencer a Holiday para que cerrara su actuación con Strange Fruit.
Llegado el momento los camareros dejan de servir. Se hace el silencio absoluto, se apagan todas las luces salvo un foco en la cara de Holiday. Empieza a sonar el piano y ella se mantiene inmóvil, con los ojos cerrados. En los siguientes dos minutos supongo que todo el mundo se olvidó de respirar. La canción acaba, el escenario queda en absoluta oscuridad, la sala en completo silencio. Cuando vuelve la luz, Lady Day ya no está en el escenario. El público empieza a recobrar el aliento y se escuchan algunos aplausos. Acababa de nacer una de las mejores y más atípicas canciones protesta de la historia.
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Strange fruit Southern trees bear strange fruit, Blood on the leaves and blood at the root, Black bodies swinging in the southern breeze, Strange fruit hanging from the poplar trees. Pastoral scene of the gallant south, The bulging eyes and the twisted mouth, Scent of magnolias, sweet and fresh, Then the sudden smell of burning flesh. Here is fruit for the crows to pluck, For the rain to gather, for the wind to suck, For the sun to rot, for the trees to drop, Here is a strange and bitter crop.
Sin ánimo de competir con la versión original de Holiday, yo siento predilección por Nina Simone. Hala, ya lo he dicho.