No llegué a entrevistar a Sigmund Freud. (…) Fui a Bergasse 19, donde él vivía. Era un barrio de clase media. Fui provisto de una única arma, mi tarjeta de visita de periodista del Die Stunde. Era un reportaje para el número de Navidad: “¿qué opina del nuevo movimiento político en Italia?”. Mussolini era un nombre nuevo. Corría el año 1925, así que para mí era nuevo. Me documenté sobre el asunto. Pero Freud odiaba a los periodistas, los despreciaba, porque todos solían reírse de él. (…) Llamé al timbre. La doncella abrió y dijo “Herr Professor está comiendo”. Le respondí: “esperaré”. Así que me quedé allí sentado. (…) A través de la puerta que daba a su despacho se veía el diván… me llamó la atención lo pequeño que era ese diván. Yo estaba sentado en una silla. De repente levanto la vista, y allí está Freud. Un hombre diminuto. Tenía una servilleta atada alrededor del cuello, porque se había levantado de la mesa a mitad de la comida. Me preguntó: “¿Periodista?” Yo dije: “Sí, me gustaría hacerle unas preguntas”. Replicó: “Ahí está la puerta”. Me echó. Fue el momento culminante de mi carrera. Porque me han preguntado constantemente sobre ello, hay gente que ha viajado sólo para preguntarme por todos los detalles, para que les diga exactamente lo que pasó. Pero eso es todo lo que pasó. Un simple “ahí está la puerta”.
Billy Wilder (1906-2002) en un interesante articulo en Jot Down recordando el décimo aniversario de la desaparición del genial cineasta.