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src="data:image/gif;base64,R0lGODlhAQABAIAAAAAAAAAAACH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAICRAEAOw==" data-lazy-original="http://i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2014/03/133H.jpg?resize=475%2C316" alt="133H" title="" data-recalc-dims="1"><noscript><img
src="//i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2014/03/133H.jpg?resize=475%2C316" alt="133H" title="" data-recalc-dims="1">A principios de 2014, se “fabricó” el cromosoma de una célula eucariota, que es la base de todos los organismos multicelulares, desde plantas a seres humanos. En los últimos años, los científicos han sintetizado cromosomas de bacterias y virus, pero esta era la primera vez que se realizaba con éxito en los constituyentes esenciales de la vida compleja.La vida es un código, un archivo de órdenes en un lenguaje de base cuatro: frente al binario informático,  formado por 0 y 1, el código genético consta de cuatro moléculas que se esconden tras las denominaciones A, C, G y T.Un sistema mínimo de vida necesita un genoma básico de 151 genes los cuales, por tanto, están presentes en cualquier organismo. Son las instrucciones que necesita la vida para expresarse. El resto son habilidades añadidas. Si se conoce qué significa cada trozo de ADN, se puede modificar un organismo, o crearlo, a voluntad, poniendo o quitando mutaciones.Modificar el cromosoma de una célula supone alterar sus mutaciones hasta el punto de lograr nuevas habilidades; cambiar el cromosoma completo significa convertir una especie en otra. Es lo que se conoce como trasplante de genoma.La clonación ha sido el juego favorito de los humanos para hacer de dioses, pero hay otra forma más eficaz: en 2010, un equipo dirigido por J. Craig Venter sintetizó por vez primera un código de ADN “traduciéndolo” del lenguaje de un ordenador, y dio comienzo así a la era de la biocomputación, demostrando a efectos prácticos que el físico Erwin Schrödinger no se equivocaba cuando especuló, allá por 1944, años antes del descubrimiento de la doble hélice de ADN, que la vida es un guión escrito en un código simple parecido al código Morse.Desde la biología, se ha comparado la vida con la máquina autorreplicante de Von Neumann, que está compuesta por un conjunto de células que transmiten una secuencia de acciones a ser realizadas y puede copiarse a sí misma.Una secuencia de ADN contiene las instrucciones que se necesitan para realizar una tarea en la célula. En el lenguaje de la comparación con la máquina, el ADN es el software; cuando se activa una secuencia de ADN, es como arrancar un programa en un ordenador.  Las proteínas son el hardware, los robots naturales tal y como las denomina Craig Venter.Por cada tarea, hay una proteína específica que la lleva a cabo: el código de ADN se copia en el ARN, y éste sintetiza la proteína, es decir, fabrica la herramienta necesaria según los planos que ha copiado.Todo el proceso requiere energía, y esto también forma parte de las instrucciones: hay una parte del genoma que contiene las instrucciones sobre cómo generar energía mediante metabolismo, convirtiendo el dióxido de carbono en metano para producir moléculas de energía y fabricar proteínas.En el caso de la vida sintética desarrollada por Craig Venter, la única diferencia con la naturaleza es que el código de ADN está en un ordenador; luego, sólo hay que traducir un lenguaje a otro, igual que hace el ribosoma al convertir el código del ARN en una proteína. Y es mucho más barato sintetizar un gen desde un ordenador que clonarlo. El proceso apenas dura unas horas.Las aplicaciones de la biocomputación son tan diversas como lo es la imaginación de los humanos. La creación sintética de ADN permitirá disponer de nuevas vacunas en cuestión de horas en cualquier lugar del mundo, simplemente enviando el código a través de internet y aplicándolo a una célula con un dispositivo de “traducción”, una impresora que a día de hoy está en manos de la compañía de Craig Venter, y que en el futuro será de uso particular, como lo son a día de hoy las impresoras 3D.Y, de la misma forma que ayudará a evitar pandemias, esta posibilidad de convertir la información digital en biológica facilitará de forma alarmante la propagación de las mismas. Para cualquiera que lo desee, acabar con la especie humana será tan sencillo como lo es imprimir unos cuantos folios desde cualquier habitación de cualquier barrio en cualquier pueblo o ciudad del planeta.Pero hay cosas positivas: entre los ejemplos que ofrece Craig Venter para ilusionar al mundo, hay células que reciclan CO2 y lo convierten en combustible o nutriente; carne sintética hecha con las proteínas musculares de aves y ganado, sin sacrificio de animales; o vegetales a los que se les ha hecho elaborar esas proteínas animales para completar la dieta en lugares donde la cría de ganado es inviable.Pero las posibilidades no se limitan a lo que se pueda hacer aquí, en la Tierra. La conquista del espacio será mediante el envío, no de seres humanos, sino de información digitalizada y dispositivos de ensamblaje, tal y como anticipara Arthur C. Clarke en su novela Canciones de la Tierra lejana: naves robotizadas de pequeño tamaño que, al llegar a un hábitat adecuado, comenzarán la síntesis del ADN; bastarán unas mínimas condiciones para la vida, y los artefactos colonizadores crearán a voluntad los seres vivos necesarios para la formación de entornos complejos, ya sean plantas o animales.En la novela de Clarke, los terrícolas esperaron hasta el último momento por una cualidad muy real de la especie humana: es incapaz de preocuparse en serio por el futuro de generaciones a las que no conoce, por mucho que se le llene la cabeza de buenas intenciones.La biocomputación amenaza peligrosamente la vida de los humanos en la Tierra al “democratizar” la generación de pandemias. Pero, puestos a destruirse, es muy posible que las generaciones presentes ya se hayan asegurado el final de su especie por otros medios más rutinarios, más mediocres desde un punto de vista estético, demasiado vulgares para lo que la mente humana podría haber podido llegar a ser.Al menos, la biocomputación ofrece una solución para generaciones futuras.“El mundo no se enteró, ni le importaba, pero había empezado la cuenta atrás de su destrucción.”(Arthur C. Clarke, Cánticos de la Tierra lejana)</span>