Precio medio: 25€. Joc de vins Endevina, 9€.
Imprescindible: Jugar, picarse y aprender. Acompañar la degustación de una de las tapas que el estrella Jordi Vilà ha creado solo para el lugar.
De miércoles a jueves, de 19h a 01.00h. Sábados y domingos, de 13.00 a 01.00h. Lunes y martes, cerrado.
Según Cultibar
El Bistrot de vins de Moritz acoge de forma moderna. La mesa que escogieron era circular -las otras son cuadradas o rectangulares-, en un face to face comunitario proclive a la interacción. Empezaban las batallitas cuando se acercó el sumiller y les propuso jugar. "Endevina" es la propuesta de Moritz para divertidos, un juego con cinco copas de vino blanco o tinto y una cartilla con cinco referencias que se van cambiando. El "quién es quién" de los vinos. Diversión y pedagogía por nueve euros. Poner a prueba tu memoria olfativa, desmontar a listos que hablan demasiado. En esta ocasión, lo que les faltaba para picarse y ganar. Se decantaron por la apuesta de tintos; no vaya a ser del qué dirán.
Aparecieron las copas numeradas y la cartulina con los cinco nombres, bodegas, cupajes y denominaciones, con un cuadrado al lado para el "quién es quién". Pardas del Penedés de Cabernet Franc, Fredi Torres del Priorat, Moraza de Rioja, borgoña de pinot noir y Spätburgunder alemán. Siempre hay pistas, pero el equipo de sumillería de Moritz busca jugar con cupajes que despistan, pero que después explican para seguir ignorando de vino. Es la magia del elixir de la uva, que aquí marida con la propuesta de picoteo del estrella Michelin Jordi Vilà.
Es un juego donde la memoria olfativa puede servir, o no. "No vais mal...", indicaba el sumiller cuando pasaba por la mesa. "El vino evoluciona dentro de la botella, y también cambia si sus uvas, por ejemplo, proceden de la cara norte a sur de un terreno", indicaba. "Eso no es una pista, es una putada". Rebeca estaba concentrada. Escuchaba su paladar y discutía sin palabrotas con Fernando. Finalmente, marcó la "x" segura en el Borgoña. "Tengo familia en Francia y me suena". Clásica y fina, la del Eixample -ahora banquera- nunca perdía el estilo.
Dani se había quedado callado. Mientras los otros comentaban y reían, él había estado degustando los cinco vinos. Sorbo al vino y mordisco a las croquetas o cucharada a las tripas de bacalao -plato obligado de Vilà- que habían pedido para limpiar la boca. Cuando bebían kalimotxo y garrofón, él ya tanteaba los Bourbon. Siempre tres años por delante. Ahora, casado, con hijos y un trabajo cuyo sueldo era envidia general, seguía siendo el adulto, aunque despertaba sospechas. El más culto, eso sí, siempre. "El número cinco es el Spätburgunder. Alemán, profundo, recto, académico...". Vaya tío, el Daniel.
El sumiller, o camarero de vinos como se denomina aquí, volvió presto y repartió las apuestas. Explicó porqués. Ilustró la perpetua y bendita ignorancia y atendió preguntas. El resultado: Rebeca, Sergi y Nandu, dos aciertos; Pau, uno, Dani, el completo. Sin alardes, éste se puso en pie, alzó los brazos y recuperó sensaciones victoriosas de juegos imberbes. Tras el aplauso llamó de nuevo al camarero: sendas rondas de lamb & chips y de flammkuchen de salmón y crema agria. Brindaron y siguieron recordando.
El Bistrot de vins de Moritz les sirvió. Presenta gastronomía, enología y la evolución del juego de un grupo de amigos. Y aquí, como antes, el resultado sí dio igual.