Biutiful

Publicado el 30 noviembre 2010 por Diezmartinez

No tenía pensado publicar en el blog mi crítica de Biutiful. Después de todo, la película se exhibió en el DF hace ya bastante tiempo y muchos de mis colegas escribieron largo y tendido sobre ella. Pero, bueno, resulta que mis críticas no se rigen necesariamente por la cartelera chilanga, porque también publico en otros diarios del país y, a veces, tengo que esperar un tiempo para publicar algo aquí -o, de plano, mejor pasar de largo porque la película ya perdió vigencia.

Por eso mismo, decía, no iba publicar mi visión de Biutiful. Sin embargo, me entero que este viernes se estrena la película de González Iñárritu en España y este blog es visitado, además de los lectores provenientes de México y Estados Unidos, por una buena cantidad de españoles. Así pues, sin más coartadas, va mi crítica de Biutiful, dedicada a mis lectores de la Madre Patria.
Uxbal (Javier Bárdem) vive en una horrenda y sucia Barcelona -que no quiero visitar ni conocer- y está agonizando. Me refiero a Uxbal, aunque también podría haberme referido a Barcelona, nunca más fea que ahora, vista por la cámara de Rodrigo Prieto.

A Uxbal le quedan unos cuantos meses de vida por no haberse atendido a tiempo la próstata. El tipo está desesperado: los vendedores callejeros senegaleses que él controla no le hacen caso, los chinos con los que trabaja para fabricar imitaciones de bolsas o películas pirata se le están subiendo a las barbas, tiene dos hijos pequeños que mantener porque su exesposa es una prostituta bipolar con arranques violentos, su hermano –que además se encama con la exesposa- no le hace mucho caso, el policía al que soborna para que le permita hacer todos sus enjuagues se le está poniendo roñoso…

En Biutiful (España-México, 2010), cuarto largometraje de Alejandro González Iñárritu y primero desde el truene con su guionista de cabecera Guillermo Arriaga, las desgracias le caen al desafortunado Uxbal en cascada, sin dar ni pedir tregua. Javier Bárdem (Mejor Actor en Cannes 2010) logra, eso sí, una interpretación memorable que, en todo caso, merecía una mejor película. Él es lo mejor que tiene que ofrecer Biutiful pero incluso él llega a cansar porque el guión –escrito por el propio cineasta en colaboración con dos escritores- no le da oportunidad para mostrar mayores matices interpretativos.

La película está llena de elementos que no van a ningún lado. Por ejemplo, ¿de qué sirve el sórdido romance gay entre los dos chinos que manejan a los trabajadores ilegales de ese país? O, en todo caso, ¿cuál es el sentido del don que tiene Uxbal de hablar con los muertos si éste no es explotado dramáticamente como se debe?

González Iñárritu, sin duda, es capaz de dirigir grandes momentos: la persecución policial por las calles de Barcelona de los indocumentados africanos está realizada con un vigor digno de una película de acción; la escena del antro –con sus cuerpos desnudos, el humo, los sudores y las drogas- despierta al respetable que a estas alturas ya está jetón; y el momento en el que Uxbal se despide de su hija mayor, que es la que entiende que se está muriendo (“Mira mi rostro, hija, no me olvides, soy tu padre”), tiene una fuerza dramática innegable.

Pero lo anterior son apenas pequeños fragmentos perdidos en una narración estancada, lodosa, deprimente, reiterativa, que aburre y desconcierta la mayor parte del tiempo. Es una pena por González Iñárritu. Y más por nosotros, quienes pagamos nuestro boleto para ver esta letanía de desgracias que no tiene el menor aliento humanista.

¿Quiere ver una obra maestra sobre el tema del agonizante que le busca sentido a su vida?: busque Vivir (1952), de Kurosawa, revísela, y luego platicamos. Y si cree usted que estoy abusando por comparar a Iñárritu con Kurosawa, acuérdese que él empezó: él dijo que Biutiful era Los Olvidados (Buñuel, 1950) del siglo XXI. Quien se lleva, se aguanta, dicen en mi rancho.