Biutiful se revela ante el espectador como una película con una perturbadora capacidad para mostrar una devastadora cantidad de drama de forma relativamente sosegada. El celuloide lo aguanta todo y se le puede echar toda la leña al fuego que se quiera, pero el talento está en frenar en el momento adecuado. Esta película logra el objetivo de contar una historia, por dura que ésta sea, sin pecar de intensidad trascendente.
La última película de Alejandro González Iñárritu le ubica ya sin remedio en una línea de historias duras, sociales, de vidas paralelas donde muchos personajes tienen mucho que expresar. Sin embargo, sobre todos ellos destaca de forma apabullante Uxbal (Javier Bardem), una joya en manos de un actor bestial que se pone a la altura de las estrellas internacionales de otros títulos de Iñárritu como 21 gramos (con Sean Penn) o Babel (Brad Pitt). En Biutiful la ciudad condal de Vicky, Cristina, Barcelona es un sueño que no existe y el papel insoportable que Bardem hizo para Woody Allen es una cuartilla plana en comparación con Uxbal, un padre dos niños que vive en una Barcelona marginal donde el retrato de la inmigración ilegal es a la vez una conmovedora lucha por la supervivencia y una grotesca parodia de la dignidad humana. El personaje de Bardem también busca allí su sustento como intermediario de una red de explotación de inmigrantes ilegales y como santero.
La historia de este personaje es una sentencia de muerte. La metástasis que le devora y su aparente humanidad con los que le rodean hace de la suya un relato de redención que en el universo de Inárritu se traduce a dejar las cosas atadas en este mundo, porque en este crisol de corrupciones, penurias, traiciones y desdichas ya parece tarde para distinguir a todos los buenos de todos los malos.
El rompecabezas del drama tiene algunas piezas más reconocibles que otras: el intento de rehacer una relación matrimonial con una mujer con problemas mentales y de consumo de alcohol, el deseo de Uxbal de ayudar a varias familias de inmigrantes a las que, sin embargo, explota de forma intermediaria, y sobre todas esas cosas, la desgarradora realidad de que dejará solos y desamparados a sus hijos cuando ya no esté.
Biutiful no recibirá ningún premio de ninguna asociación de agencias de viajes de Barcelona. La fotografía parcial de la ciudad es devastadora y miserable, tan realista que da miedo. Quizá todo esté demasiado eclipsado por un Bardem que eleva a su personaje a la categoría de persona, mientras el resto de las tragedias que se nos muestran quedan relativizadas a pesar de que nos golpean sin remedio. Lástima que la televisión nos haya inmunizado contra este tipo de realidades colectivas.
En definitiva una propuesta muy recomendable para los que le guste el cine de relato, el cine que cuenta una historia de forma entendible y abre un diálogo posterior. Tierna, dura, angustiosa y humana, Inárritu deberá valorar el riesgo de que su siguiente nuevo título le encasille sin solución y el filme se asfixie en su propio drama al intentar cuotas más refinadas de tragedia.Muchas más noticias en No es cine todo lo que reluce.