Si todas las películas fueran biografías, esto sería un soberano aburrimiento. Decía Quim Monzó aquello de las mujeres y el cine porno: que veían la película hasta el final para ver si se casaban. Y hablaba de nuevo cine porno con final, al uso del cine romántico. Pero yo no hablaré de amor, sino de muerte. Jo, qué frase para iniciar una carrera literaria. Dejadme que la repita. No hablaré de amor, sino de muerte. Igual vuelvo a ponerla más adelante. Pues Control narra la vida de Ian Curtis, desde que empieza sus escarceos con el grupo, con Joy Division, hasta que se cuelga de una viga en el apartamento de su mujer. Esperaba la señal, con una televisión encendida viendo Woyzeck, para prepararme para ver su previsible clímax. Como es una película biográfica, sé que se va a morir, y como conozco la historia, sé cómo, y cuándo. O sea, que la gracia de las películas biográficas consistiría en cortar ahí donde todo lo demás ya es de prever. Morir, previa agonía, previa enfermedad, por sorpresa, como sea, pero si el cine cuenta cosas, pues las cosas de la vida son los ríos que decía el poeta. Por eso, supongo, David Lynch decidiría un día publicar películas sin sentido aparente, para que la gente pensara que se puede morir en medio de la película y volver a la escena final a echarle un polvo a la protagonista. Encima, a Control no le hizo un gran favor que un director anterior, Michael Winterbottom, incluyera en 24 hour party people escenas del final de Ian Curtis, que se recuerdan poderosamente aquí: a Tony Wilson con su perenne foulard al cuello y la historia triangular de la esposa inglesa y tradicional y de la amante belga y cool; y la circunspección de los miembros del grupo conscientes de perder a su cantante, de ver cómo un mito se pulveriza y no se sabe cuándo surgirá otro. Por cierto, Michael Winterbottom hizo una película con secuencias porno, 9 songs, que me pareció absurda. Por mucha inclusión de concierto de Goldfrapp, absurda. Pero volvamos a Control.Anton Corbijn la dirige en blanco y negro en clave de manifiesto estético: parece que no se puede usar color para hablar de Joy Division. Mira esas portadas, lee esas letras, capta ese espíritu. El disco, decía mi mujer, de la portada del cementerio. Robert Smith puso los pelos, Ian Curtis la actitud vital. Bueno, sin bromas con lo de vital. Hunky Dory, The idiot, 2.H.B., la portada de Transformer de Lou Reed. Todo eso aparece oportunamente, todo eso y más cosas: el absurdo de la precipitada boda juvenil, los ataques de epilepsia, la gestación de la banda. Basar una película en un icono de la música alternativa que se cuelga a los 23 años es, quiero pensar, una manera de rendir homenaje. Aunque Corbijn no aporta nada: la película es una lenta melodía sin tono que se ralentiza constantemente hasta parar. Y sí: la música de Joy Division está presente: con una sorprendente omisión de canciones de Closer, sólo Isolation, creo, en una versión de ritmo absurdo, en una, esta sí, memorable escena donde se contempla, espero, en su plenitud, lo borde que era Martin Hannett. Puede que otra: en una escena , Ian dice que ya todo estaba dicho con Unknown pleasures, su disco anterior. No lo sé: la película tiene justo lo que esperaba. Desesperación, dolor, sentido del absurdo, y a Curtis encajonado en una caja de esas cuyas paredes avanzan hasta aplastarte: enfermedad mental, matrimonio fallido, nihilismo, presiones artísticas, alienamiento. Excelente música de cuatro tipos que redefinieron cierto ámbito del sonido: el bajo, la guitarra áspera, el eco inquietante. Quizás, entonces, sea un mérito de una película no gustar porque sabes que la historia no te puede gustar, que es gris y agobiante y sólo podía rodarse así, como si las imágenes fueran fractales de la realidad. En cualquier caso, a Corbijn no le veo haciendo una en color sobre New Order.