Todo el interés que tiene Smithereens gira alrededor de la intriga que genera su argumento. Charlie Brooker apuesta por dosificar la información y arranca su historia sin desvelar absolutamente nada. Poco a poco iremos descubriendo quién es el personaje protagonista, Chris (Andrew Scott), cuáles son sus intenciones y sobre todo, como es habitual en Black Mirror, qué debilidades humanas esconde. Esta estrategia narrativa diseñada para mantenernos pegados a la pantalla funciona relativamente: la falta de información, que debe despertar nuestra curiosidad, evita también que nos comprometamos emocionalmente con un personaje al que no conocemos. Además, la duración del episodio me parece francamente estirada: sus 70 minutos se antojan excesivos para lo que se cuenta y para cómo se cuenta. No es que se haga largo este capítulo, pero sí tengo la sensación de que el relato se diluye y pierde tensión en lo que debe ser un thriller. Por otro lado, el éxito del mecanismo narrativo de la intriga depende de una revelación final contundente. Creo que no es el caso. La típica denuncia sobre el lado oscuro de la tecnología, que suele hacer esta serie, parece aquí demasiado obvia, ya superada, como del año pasado. Precisamente, Brooker sitúa su historia en el año 2018. Un último apunte: lejos del habitual retrato crítico y misántropo de la sociedad, aquí todos los personajes parecen bienintencionados y solidarios, lo que me produce la sensación de haber visto un episodio descafeinado de Black Mirror. 6/10En Rachel, Jack and Ashley Too, Charlie Brooker despista mezclando ideas de episodios anteriores, por ejemplo, sobre la tecnología como muleta para la soledad individual en la sociedad actual; la inteligencia artificial y la identidad personal -pienso de nuevo Be Right Back-. Esto aparece contado en dos historias paralelas, primero la de Rachel (Angourie Rice), adolescente marginada en su instituto que encuentra consuelo y compañía en ser fan de Ashley O, una superestrella pop para teenagers. Por otro lado nos cuentan la historia, precisamente, de esa cantante, que se siente atrapada por su personaje mediático, por su mánager -su tía (Susan Pourfar)- en un rol que aprovecha la carga biográfica de su intérprete, Miley Cyrus, que de 'chica buena Disney' ha pasado a niñata rebelde que busca el escándalo. Brooker llevará la idea de que un artista puede ser un producto hasta el extremo, reciclando también conceptos ya vistos en San Junipero. Las dos historias se conectan a través de un pequeño robot de juguete, entre Siri y un Furby, con la personalidad de Ashley O, el Ashley Too -'también'- del título. Con estos elementos, en realidad, lo que construye Brooker es una comedia adolescente con sabor a los años ochenta, en la que Rachel tiene como compañera a su amargada hermana Jack (Madison Davenport), rockera fan de los Pixies, y a un padre inventor excéntrico (Marc Menchaca). En clave feminista -dirigido por la noruega Anne Sewitsky- esta mini película es un puro divertimento, que aprovecha las capacidades de Cyrus para hacer el payaso. Aunque está muy lejos del shock y el nihilismo de los episodios más recordados de Black Mirror, encuentro su desenfado francamente refrescante. 8/10
Todo el interés que tiene Smithereens gira alrededor de la intriga que genera su argumento. Charlie Brooker apuesta por dosificar la información y arranca su historia sin desvelar absolutamente nada. Poco a poco iremos descubriendo quién es el personaje protagonista, Chris (Andrew Scott), cuáles son sus intenciones y sobre todo, como es habitual en Black Mirror, qué debilidades humanas esconde. Esta estrategia narrativa diseñada para mantenernos pegados a la pantalla funciona relativamente: la falta de información, que debe despertar nuestra curiosidad, evita también que nos comprometamos emocionalmente con un personaje al que no conocemos. Además, la duración del episodio me parece francamente estirada: sus 70 minutos se antojan excesivos para lo que se cuenta y para cómo se cuenta. No es que se haga largo este capítulo, pero sí tengo la sensación de que el relato se diluye y pierde tensión en lo que debe ser un thriller. Por otro lado, el éxito del mecanismo narrativo de la intriga depende de una revelación final contundente. Creo que no es el caso. La típica denuncia sobre el lado oscuro de la tecnología, que suele hacer esta serie, parece aquí demasiado obvia, ya superada, como del año pasado. Precisamente, Brooker sitúa su historia en el año 2018. Un último apunte: lejos del habitual retrato crítico y misántropo de la sociedad, aquí todos los personajes parecen bienintencionados y solidarios, lo que me produce la sensación de haber visto un episodio descafeinado de Black Mirror. 6/10En Rachel, Jack and Ashley Too, Charlie Brooker despista mezclando ideas de episodios anteriores, por ejemplo, sobre la tecnología como muleta para la soledad individual en la sociedad actual; la inteligencia artificial y la identidad personal -pienso de nuevo Be Right Back-. Esto aparece contado en dos historias paralelas, primero la de Rachel (Angourie Rice), adolescente marginada en su instituto que encuentra consuelo y compañía en ser fan de Ashley O, una superestrella pop para teenagers. Por otro lado nos cuentan la historia, precisamente, de esa cantante, que se siente atrapada por su personaje mediático, por su mánager -su tía (Susan Pourfar)- en un rol que aprovecha la carga biográfica de su intérprete, Miley Cyrus, que de 'chica buena Disney' ha pasado a niñata rebelde que busca el escándalo. Brooker llevará la idea de que un artista puede ser un producto hasta el extremo, reciclando también conceptos ya vistos en San Junipero. Las dos historias se conectan a través de un pequeño robot de juguete, entre Siri y un Furby, con la personalidad de Ashley O, el Ashley Too -'también'- del título. Con estos elementos, en realidad, lo que construye Brooker es una comedia adolescente con sabor a los años ochenta, en la que Rachel tiene como compañera a su amargada hermana Jack (Madison Davenport), rockera fan de los Pixies, y a un padre inventor excéntrico (Marc Menchaca). En clave feminista -dirigido por la noruega Anne Sewitsky- esta mini película es un puro divertimento, que aprovecha las capacidades de Cyrus para hacer el payaso. Aunque está muy lejos del shock y el nihilismo de los episodios más recordados de Black Mirror, encuentro su desenfado francamente refrescante. 8/10