Queremos hablar de Black Mirror sin hablar de Black Mirror, tarea complicada. Podríamos analizar el argumento paso por paso. Podríamos hablar de la calidad de la serie, si sigue manteniendo el mismo nivel o si ha sido capaz de sorprendernos. Podríamos hablar de la tecnología, de su influencia en el día a día, podríamos hablar de la delicadeza de las interpretaciones…Y aún así, aunque hablaramos de todo esto, no estaríamos hablando de Black Mirror.
Hoy en Twitter Mayapalmer comentaba que deberíamos acuñar el término Black Mirror para describir cierta sensación.
Y no le falta razón, es más, ya utilicé ese término para describir que me encontraba mal un día. Porque Black Mirror es una sensación. Charlie Brooker nos muestra un reflejo de nosotros mismos, un reflejo oscuro de cosas que se nos han pasado por la cabeza, cosas que hemos sentido y él nos demuestra lo horriblemente perverso que esas ideas que hemos tenido, pueden llegar a ser.
Este primer episodio trata de la pérdida. Y sin querer adentrarnos mucho en el argumento del episodio, voy a intentar plasmar lo que he sentido tras el episodio.
Muchos de nosotros somos sensibles, hasta sentimentaloides. Guardamos aquel juguete que nos divertía tanto de pequeños, ese anillo que te dio tu abuela, tus primeras notas, cartas de amigos, entradas de cine… Es nuestra manera de preservar ese recuerdo. A veces esos recuerdos hacen daño, pero somos incapaces de dejarlos marchar.
Pero cuando alguien nos deja, es más duro deshacerse de objetos, un anillo de casado, la ropa de un familiar, las fotografías…como si al guardarlas en una caja o tirarlas, esa persona dejara de existir definitivamente. ¿Pero hasta qué limites llegaríamos para engañarnos? ¿Para sentir cerca a esa persona que se ha marchado?
Siempre he pensado que una persona muere sólo cuando se deja de recordarla, pero este episodio demuestra que a veces no nos basta con el recuerdo.