“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿Verdad? Eso es lo que significa ser esclavo.”
Cuando se hacen listas de películas, ya sea sobre las mejores, las más famosas, las más sobrevaloradas o incomprendidas, las mas visionarias, frías, imaginativas o espeluznantes, el nombre de “Blade Runner” suele rondar por los primeros puestos. Como existen tantos rankings, es difícil saber cuál, si la cinta de Ridley Scott o 2001, es la considerada como mejor película de ciencia ficción. Se ha dicho tanto sobre ella que la imagen que tiene cualquier persona que no la ha visto está ligeramente deformada por el fanatismo, y también por el odio injustificado, ya que tiene que haber de todo. Sin embargo, nadie le quita méritos para que, incluso a día de doy, se siga hablando de ella no sólo como una de las más importantes películas de culto, sino como una obra cumbre, tanto de la ciencia ficción como del séptimo arte.
La historia de esta película nos sitúa en un futuro muy cercano, en la ciudad de Los Ángeles, un mundo apocalíptico, lleno de humo y en una noche perpetua que ha ahogado todos los bosques y animales, y donde los seres humanos viven hacinados rodeados por las luces de neón y los anuncios de estética oriental. En esa época, una compañía conocida comola Tyrell Corporation ha desarrollado un tipo de robot llamado Nexus, un ser que se caracteriza por ser complétamente idéntico a un ser humano. Esos androides, a los que se conoce como replicantes, están prohibidos en la tierra, por lo que cuando un grupo de ellos llega a Los Ángeles, la policía recurre al mejor cazador de robots para darles caza.
La idea para la película partió de una novela corta del escritor de ciencia ficción Phillip K. Dick titulado “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. En ella, Dick, aparte de demostrar su gusto por los títulos extravagantes, exploraba otros aspectos de la sociedad futurista, como las máquinas que controlaban tus emociones, pero que se quedaron fuera del film. Lo que interesaba era la búsqueda y caza de estos replicantes, que daría forma a una película de cine negro entremezclada con la ciencia ficción. Para ello contaron con Ridley Scott, que ya había mostrado sus dotes en el cine con “Alien”, y que decidió dirigir esta película tras la muerte de su hermano, en lugar de encargarse del proyecto por el que ya había firmado: Dune. Hay mucha diferencia entre la película del planeta desértico, que iba a haber sido una especie de Space Ópera vistosa y limpia, y Blade Runner, en ese aire desencantado y pesimista que inunda todo el metraje y que, desde su comienzo, parece que se centra en decirnos que vamos a un sitio muy oscuro del que no podremos salir. Pero la idea tan romántica de la frase anterior no significa nada si no está apoyada con hechos concretos, como lo son su preciosa ambientación, su fotografía, su argumento y su poderosa banda sonora.
Vista a día de hoy (hace una hora al escribir estas palabras, no necesito mucha excusa para volver a ponerla), queda claro el impacto que ha tenido, tanto visual (aunque haya gente que se empeñe en negarlo) como estéticamente. Tiene algunos detalles que me encantan y que me transportan a cuando era un niño y la veía una y otra vez y que por desgracia se han perdido, como el que se trate de una película totalmente analógica, y donde los escenarios añadidos y alargados fueron completamente pintados a mano. Existe una total ausencia de escenarios diseñados por ordenador, que siempre cantarán a nuestros ojos y que, por un segundo, nos distraerán de la película y de la historia. Tiene un aire muy ciberpnuk, muy de cómic manga que en ocasiones puede llegar a recordar a “Akira”, por su decadencia y diseño recargado e intrincado. El realismo que transmiten las escenas en exteriores consigue que Los Ángeles de 2019 sea un mundo fantástico a la altura dela Tierra Media o la Galaxiamuy muy lejana de “Star Wars”. La idea original era situar toda la acción en el interior de habitaciones, casas y oficinas, por lo que la idea del mundo exterior ni siquiera estaba esbozada. Sin embargo, Ridley Scott preguntó muchas veces qué se vería tras la ventana, y al recibir malas contestaciones acerca de que eso no importaba, se dedicó a crear un escenario inigualable en el que, una vez nos hemos cansado de admirar, soltó a sus personajes.
Quizá, la historia humana (o replicante) que hay tras el marco visual, ha sido de lo más criticado de la película. Deckard, este policía matareplicantes, parece no despertar nuestra simpatía. En cambio, Nexus 6, al que se le suele llamar “el malo”, sí parece interesarnos. Al principio no sabemos ni qué quiere ni por qué, pero con el paso del metraje nos enteramos de cuál es su motivación, cosa que no ocurre con el que debería ser el protagonista.
Los replicantes son perfectamente humanos, sangran, sufren, tienen sentido del humor y de la sensualidad, pero siguen siendo máquinas, creadas en su forma adulta y sueltas por el mundo. Por lo tanto, son inexpertos en materia emocional y no saben cómo controlar sus sentimientos. Con el paso del tiempo, aprenden a desarrollar una serie de emociones, por lo que sus creadores les dieron un “sistema de seguridad” para evitar que eso ocurriera: una esperanza de vida de cuatro años. Por lo tanto, lo que le trae a la Tierra es encontrar a su diseñador, el hombre que le hizo tal y como es. Se trata del dueño de la Tyrell Corporation, un hombre muy difícil de ver del que nos dan a entender que vive recluido en sus habitaciones, de aspecto descomunal y recargado, muy alejado de lo que esperaríamos en cualquier película de ciencia ficción. Casi parece una habitación atemporal.
A este “villano”, a este personaje malvado destinado a morir bajo el arma del protagonista, como debe ocurrir en toda buena película de policías y fugitivos, le preocupa el más primigenio de los temores, la más oscura de las preguntas que alguna vez se ha hecho cualquier ser humano: la muerte. La idea de saber que tu vida tiene un final, de que es demasiado corta y de no poder hacer nada para evitarlo. De pronto dejamos de lado a Deckard y nos sentimos más identificados con este tipo, que se ve incapaz de encontrar una solución al problema del envejecimiento acelerado. Tyrell le dice que la vida es así, y que lo único que puede hacer es disfrutar de su tiempo. Entonces, quizá en un acceso de rabia, Nexus abraza a su padre y lo destroza, clavándole los dedos en los ojos y, por desgracia, dejando fuera de la pantalla una escena que hubiera sido grandiosa de haberse llegado a rodar.
En mitad de la escena, con el crescendo de la música, el cráneo del creador empieza a resquebrajarse. Tuercas, tornillos, chispas, metal… Nexus descubre que también es otro replicante, de modo que coge el ascensor que hay al fondo de la habitación y llega a lo más alto de la torre de Tyrell Corporation: una sinuosa cripta al estilo maya donde, en un féretro de cristal yace el verdadero Tyrell, muerto hace cuatro años. Nexus sentía una especie de ataque de pánico, porque si ni siquiera su creador ha sido capaz de escapar a la muerte, qué será de él. Rugter Hauer otorgó a su personaje una especie de emociones contradictorias para un villano: sentido del humor, poesía, etc, y en esa escena le hubiéramos visto como un niño, encogido en un rincón y asustado ante su inminente destino.
Como en el resto de la película, en ese momento la banda sonora de Vangelis hubiera supuesto un gran apoyo para entender las emociones de los personajes, tan contenidas que muchos “críticos” acusan de ausentes, frías y sin sentido. El compositor creó un magnífico y reconocible sonido, pegajoso y arrastrado, que acompaña perfectamente a las imágenes, y que resulta tan opresivo como melancólico, creando una atmósfera tan agobiante como atractiva. La banda sonora llega a momentos altísimos cuando Deckard asesina por la espalda a otro de los replicantes, una bailarina que, en su caída, destroza varias cristaleras. Recuerdo haber leído que a Scott no le importaba lo que pensaba Deckard, ya que no incluía un primer plano de la reacción de éste, sino que mostraba “una fastuosa secuencia de persecución, con la replicante rompiendo con su cuerpo varias paredes de cristal. Eso sí le importa a Ridley mostrarlo muy bien.” Yo creo que en escenas como esa no intenta que veamos lo mal que se siente Deckard. De hecho, qué cojones, lo que quiere es mostrarnos lo que ocurre. Es triste disparar a alguien por la espalda, y te da lástima ver cómo cae al suelo, como una muñeca desmadejada. Lo que importa no es cómo se siente el policía, sino cómo acaba la vida de alguien. De hecho, para dar mayor emoción a la escena, pueden escucharse los latidos de un corazón hasta que cesan por completo.
La gracia de la película es que no busca transmitirnos emociones, sino sensaciones. Formas, luces y colores se mezclan en la retina, creando un ambiente mítico e inigualable. Es un mundo pesimista, y Nexus no puede librarse de él, por lo que, cuando encuentra a su última compañera asesinada por Deckard, decide que no tiene nada que perder y va a por él. La secuencia entera es de mis favoritas, en el que los protagonistas no intercambian ninguna palabra. Si acaso, Nexus comenta algo acerca de “ir al infierno, ir al cielo…” para llegar a la famosa escena del tejado. Cuando nos encontramos allí, vemos que Deckard está perdido. Intenta saltar al edifico de al lado, pero se queda corto y queda suspendido en el vacío. Nexus le sigue, y arrolliado ante él parece regodearse en todo lo que le está a punto de suceder al personaje de Harrison Ford. Sabe que tiene miedo, sabe que está sufriendo, y le comprende mejor de lo que parece. Es en ese momento cuando dice la frase que abre este post, una de las verdades más absolutas que he escuchado jamás, dentro o fuera de una película. Miedo a lo desconocido, a ser perseguido, a encontrarse solo y a morir. ¿Entonces por qué le coje? ¿Por qué, cuando Deckard está a punto de precipitarse al vacío, nuestro “malo” le salva la vida? Porque no puede hacer nada por sí mismo, pero quizá, en un último momento, se da cuenta del valor real de la vida, no sólo la suya. Quizá el tenga que morir, pero si hay algo en su mano para evitar algo semejante a cualquiera, debe hacerlo. Al fin y al cabo, sólo es una vida. Enorme, preciosa, poética (yo he visto cosas que vosotros no creeríais…) pero insignificante al final (todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia).
Es posible que Blade Runner haya tenido que pasar por varias ediciones. Que se suprimiera la voz en off, que se eliminase el final feliz impuesto por exigencias del estudio, que se volviesen a incluir los detalles que hacen pensar que, al igual que Rachel, quizá Deckard también tiene recuerdos implantados y es otro replicante. Da igual que haya quien la critique, quien la acuse de ser decepcionante en el plano emocional. Yo me sigo quedando con ese tejado, esa paloma en el brazo de Roy… y la lluvia.