Blanco, Negro y todos los demás
El blanco y el negro. La dulzura de la luz y la intensidad de la noche.
Inimitables estrellas salidas de la pantalla grande.
Nunca fueron abandonados en la historia del séptimo arte.
Andan como un ramo de sombras creando poesía en imágenes, cuentos oscuros y fábulas luminosas.
Tengo un sincero cariño por la paleta de colores del cine contemporáneo filmado en blanco y negro. Tiene un encanto tan particular. Hace que mis sentidos sean más receptivos y atentos que cuando son bañados en tonos rojos, azules u otros verdes.
Como la conmovedora desesperación de Robert de Niro en Raging Bull (Martin Scorsese, 1980), cortada en dos campos de luces dentro de una pequeña celda.
O el barrio de Manhattan en la ciudad de Nueva York, introducido de manera espectacular y resplandeciente en 1979 gracias a su más enamorado residente, Woody Allen (y también aGeorge Gershwin).
Allen repitió en 1983 con la ironía suprema del camaleón humano Zelig, falso y gracioso documental sobre el loco deseo del ser humano por ser amado.
Siguió Shadows & Fog (1991), elegante guiño al M (1931) de Fritz Lang y a la atmósfera enigmática del cine alemán de los años treinta.
En
1998, llegó la divina Celebrity en
la que, creo, Allen nos regala la primera escena de porno
caribeño al aire libre, jamás vista en la historia del cine.
1992,
un año de humor negro 80% cacao belga.
Un
falso documental cruel e hilarante.
Mathieu Kassovitz propinó una magistral bofetada social en 1995 con La Haine.
Si el odio tuviera un color seguramente no tendría ninguno. Sería una mezcla del oscuro y del pálido, del blanco y del negro, del bien y del mal, de los que se lo creen y de los que lo crean.
Alojado entre edificios que no dejan entrar la luz, ni la del cielo ni la de la esperanza. Porque ya no queda ninguna.
Jim Jarmush siempre ha sido un fiel y dulce amante del género. Empezó la operación black & white con Stranger than Paradise (1984) y Down by Law (1986).
En
su Dead Man (1995), se mezclan las lágrimas de la cuerdas de
Neil Young y los versos de William Blake sembrados en un western
moderno y clásico a la vez.
Algunos
años más tarde, las volutas del tabaco y del aroma del café harán
una pareja perfecta en todos los cortos (y los sentidos) de Coffee
and Cigarettes (2003).
El
mismo año, El Violín de Francisco Vargas Quevedo da una
magistral lección de música a la agitación política y guerrillera
de México.
En
2009, la perturbadora Das
weiße Band (Michael
Haneke) llenó las salas de una energía escalofriante, alejada de
cualquier sensibilidad y emotividad. Un baño helado en la psicología
humana.
En
cuanto a Francis Ford Coppola, además de rodar por la primera vez en
Argentina, estrenó Tetro (2009),
película en blanco y negro pero con
algunas notas de color como invitadas.
Maribel
Verdú, ya presente en la película de Coppola, renueva la
experiencia en la última cinta de Pablo Berger, Blancanieves
(2012), película muda y brillante, flamenca y novedosa.
Las películas en color no han sustituido al blanco y negro, sino que le han dado un espacio diferente y propio. Cabe esperar que siempre habrá poemas cinematográficos delicadamente rimados en tinta blanca y negra.