¿Sorprendidos que de nuevo sea yo? Pues sí. Este fin de semana me he dado a la tarea de no abandonarlos y prometo ponerme al día con mis reseñas para cumplir con la cuota anual de 20 como mínimo. De verdad que trabajo en ello. Incluso tengo un libro en puerta de un latino amigo de un amigo –Jonathan Vázquez- que hasta el momento es buenísimo y otro más por parte de uno de nuestros grandes colaboradores. Además, claro, reseñas de Wattpad (estoy escogiendo algo que en serio merezca ser reseñado) y una sorpresa conjunta con colaboradores del mundo mortal originarios de mi ciudad que en serio les va a gustar tanto como a nosotros hacerlo. Pero bueno, vayamos al punto y entremos en materia. Como es de esperarse, vengo a ustedes el día de hoy porque es final de mes y, como cada final de mes durante estos seis meses, he de hacer un cuento que compartir junto con nuestros colaboradores. No se olviden pasarse a cada uno de los blogs y dejar un comentario constructivo, tanto si les gustó como si no, diciendo siempre que Caronte los manda. Antes de comenzar y, temiendo que no lleguen al final de mi historia, les dejo los links de las otras participantes para que estén al pendiente:
https://leiwithmis.blogspot.mx/http://julianadelpopolo.blogspot.comhttps://entre-cafey-libros.blogspot.com/http://labibliotecadeailuz.blogspot.comhttps://lectorasolitaria09.blogspot.comhttp://dimarcheonline.wordpress.com
Y sin más preámbulo, mi “maravillosa” (sí, claro) historia cuya palabra clave de este mes es ENREDADERA:
Compulsión
Sabía que de algún modo, quizá, estaba mal, que lo mejor era dejar de lado esas ideas, esos mirar a través de la enredadera. Su único amigo le decía que estaba mal, que no podía ser esa necesidad tan compulsiva, tan apabullante. Además, él, Denis, se veía como un acosador para todos cuantos lo pudieran sorprender en el momento. Sin embargo, su mejor amigo no entendería del todo sus emociones porque él no había estado ahí, no había visto y sentido lo que él. Siempre que miraba a través de esa selva verde volvía se sentirlo, aunque fuera un momento, y lo recordaba vívidamente. De decirlo en voz alta, más que juzgarlo acosador, lo pensarían loco. Es por eso que Denis sonrió con nostalgia, recordando cómo había llegado a ese lugar.
Sólo tenía 16 cuando todo pasó. Huía de su madre sumisa y su padre que pensaba que las mujeres existían para acatar órdenes. Pese a su estado de varón, Denis siempre había pensado que dicho trato no era el indicado. Recordaba claramente que esa mañana se puso en pie a primera hora y comenzó a caminar por la calle sin rumbo fijo hasta que la vio. Cualquier otro día sólo le parecería un montón de plantas contra un muro extraño pero, esa mañana, era como si dichas plantas tuvieran consciencia propia. Podía escucharlas, por lo bajo, a todas esas hojas hablando las unas con las otras en una frecuencia que hasta el momento no había escuchado. Reculó ante dicho espectáculo y esperó en silencio, creyendo que quizá era una brisa arrastrando algo que producía ese sonido. Se quedó de pie, en mitad de la acera, esperando, hasta que una voz chillona lo hizo dar un bote en su lugar.
-Son fastidiosas cuando se ponen en ese plan –una chica bajita, que a duras penas le llegaba a la cintura, lo miraba con sus ojos enormes y castaños a través de unas pestañas espesas. Al momento Denis se dio cuenta del resto: de la cara medianamente infantil rodeada de un cabello sucio y liso que parecía cortado por ella misma, de la ropa sucia y raída que parecía demasiado grande para sus pequeños miembros. Confundido, Denis alzó una ceja –Te están pidiendo que no las escales –le aclaró y el chico sintió que se perdía de algo grande –Todas las enredaderas siempre piden lo mismo pero son pocos los que entienden la realidad. No es cuestión de treparlas, sino de atravesarlas.
En sus cortos 16 años (casi 17 porque estaba a tres días de cumplir años) nadie le había dicho una cosa tan extraña como esa.
-Detrás hay un muro –le informó Denis, como si la chica fuera retrasada. Pero ella no se lo tomó a mal y, al contrario, asintió con la cabeza.
-¿Qué clase de enredadera sería si no tuviera uno detrás? En ese caso se volvería un simple arbusto –hizo rodar los ojos, como si hubiera dicho la cosa más obvia del mundo y se encaminó hacia la enredadera sin siquiera apartarla de su camino y desapareció. Muerto de miedo, Denis se quedó unos segundos más antes de seguir a la chica, sacando valor de un lugar hasta entonces desconocido. Ella lo esperaba, sentada sobre una roca al final de un camino de tierra bordeado por un bosque que no tenía fin –Estaba comenzando a preocuparme. Pensé que tendría que regresar al mundo temporal por otro mortal normal y corriente –se estremeció como si la sola idea le preocupara –Soy Mabel, por cierto.
-Denis… -murmuró el chico, no muy convencido de qué hacer o decir. Vio que “Mabel” enfilaba por el camino y la siguió de cerca -¿Qué es este lugar?
-Es Ponath town –al ver la cara de desconcierto de Denis, explicó: -Es un lugar atemporal dentro de otra dimensiona a la que sólo se puede llegar de dos maneras: o eres invitado por un habitante –se señaló a sí misma –o sabes cómo llegar.
El resto siempre se lo ha guardado para él porque se entremezcla con hazañas increíbles. Si mal no recordaba había hasta un dragón involucrado. Según lo dicho por Mabel, todos en Ponath estaban cayendo lentamente en un sueño que, al pasar de dos días, los convertía en cenizas que se llevaba el viento. Desesperada, Mabel fue en busca de una anciana sabia que vivía lejos del pueblo. Fue ella la que le dijo que buscara a un mortal del mundo temporal y que lo llevara con el dragón, él sabría qué hacer. Y lo supo, dicho dragón llamado Aliztair los llevó en su lomo tan rápido como pudo a la choza de la vieja bruja que creó el conjuro pasadizo que conectaba Ponath con el mundo temporal. Ella, por mera rabia, había soltado ese conjuro que ponía a todos en un letargo que terminaba por desvanecerlos. Los odiaba, a todos, porque la habían desterrado simplemente por la extinción masiva de hombres-gato que ella se dispuso a hacer. ¡No era para tanto! Que supieran hablar, negociar y tuvieran su propio gobierno (a veces más funcional que el propio) no era motivo suficiente para considerarlos sus iguales. Le era irrelevante, incluso, que muchos quisieran ir como refugiados de guerra a las naciones de los elfos, los gnomos e incluso los duendes. Para ella no eran mas que seres insignificantes que le servían como materia prima de sus hechizos más potentes. Pero pudieron con ella. Denis pudo con ella. Su magia no lo afectaba porque era inmune a quedarse estancado y aletargado en el sueño. Su mundo se regía por horas que avanzaban, sucediéndose unas a las otras. Era imposible que la bruja lo dejara estático.
En todo eso pensaba mientras observaba la enredadera al otro lado de la avenida de esa nueva ciudad a la que se había mudado tras terminar la universidad. En eso y en la despedida. En las palabras de Mabel cuando le dijo que podía quedarse.
-Pero no quieres… -había murmurado la chica –Algo te espera en el lugar de los relojes… -lo miró por última vez con esos enormes y redondos ojos suyos antes de dejarlo cruzar. Pese a sus ganas, Denis no podía quedarse en Ponath. Su madre se quedaría completamente sola sin él, a merced de su padre. Era necesario regresar. Y así lo hizo. Al menos físicamente porque su mente vivía de forma constante en ese lugar que cada día parecía más un sueño que tuvo de pequeño. Se fue difuminando lentamente entre la frustración y el desasosiego de no poder regresar al no tener manera de contactar a nadie que lo llevara ni saber cómo llegar por sí mismo. Hacía más de seis años que su madre había muerto, ya no pertenecía a ese mundo y, sin embargo, nadie jamás había vuelto por él. Quizá después de todo sí que era un sueño, uno del que era necesario despertar.
Molesto consigo mismo se hizo la firme promesa de no volver a mirar a través de una enredadera a la espera de ver Ponath al otro lado. Nadie lo había buscado, ni Mabel, ni el dragón. ¡Él también los olvidaría! Se convertiría en ese hombre adulto que se suponía que debería ser, ese que tenía un trabajo cómodo pero mediocre en una oficina cualquiera… Reprimiría dentro de sí esa necesidad, esa compulsión a veces enferma de acercarse a ver si las hojas le susurraban de nuevo o si había algo más que un muro tras las enredaderas. Ignoraría el sudor en las manos o el escalofrío de emoción que le recorría la espalda cuando una brisa ligera movía las plantas. Haría como que ya no sentía ni pensaba nada sobre el tema. Sería como superar una adicción que lleva tantos años contigo que parece más bien una costumbre.
-Pareces demasiado enojado. Seguro que ya no las escuchas, pero te siguen pidiendo que no las escales –unos ojos redondos y grandes le devolvieron la mirada. Denis sonrió de forma genuina por primera vez en muchos años. Era momento de volver a casa.FIN
¿Les ha gustado? ¿Sí? ¿No? Como siempre, espero sus dudas, quejas y amenazas de muerte en los comentarios, además de sus recomendaciones para hacer de este (y los anteriores o los que vengan) cuentos mejores. Por supuesto, también espero sus correcciones ortográficas. Miren que no soy Zeus aunque a veces lo parezca y cometo errores. Y creo que esto es todo, no tengo nada más qué decir por el momento excepto que, como siempre, estén al pendiente de nuestras reseñas y de todo lo que tenemos (y claro que escribiremos) para ustedes.
Saludos enormes,