Lo primero que tiene que saber el espectador que vaya a enfrentarse a las casi tres horas de película de Andrew Dominik es que Blonde no está basada en ningún libro biográfico sobre Marilyn Monroe, sino en una novela de la reputada escritora Joyce Carol Oates, por lo que muchas de sus escenas son pura invención. Teniendo en cuenta esta premisa el filme se presenta como un trabajo muy ambicioso - a la vez que pretencioso - por parte de su director, que ha declarado que ha estado catorce años preparándose para hacerla. El guion se recrea en los aspectos - todo presunto - más sórdidos de las relaciones amorosas de su protagonista, abundando en un exagerado tono dramático que termina aturdiendo al espectador. No hay escena en la que Marilyn no termine llorando o gritando. Y cuando lo que se narra es de carácter sexual - por ejemplo su encuentro con Kennedy - la existencia de la protagonista se transforma en una especie de pesadilla en la que deja de ser dueña de su voluntad, aunque en realidad tengamos la impresión que nunca lo es del todo. Así pues, esta es una obra radicalmente de ficción. La actriz, que duda cabe, pasaría por muy malos momentos y al final fue aplastada por el peso de la fama, pero seguramente fue una mujer mucho más inteligente que lo que se plasma aquí y con mucha más libertad de elección acerca de lo que quería hacer con su propia vida. Otra de las elecciones de la película, esos cambios de blanco y negro a color o de formatos de pantalla que se producen durante todo el metraje, tampoco ayudan a un seguimiento coherente de la película. Blonde es una obra tan ambiciosa como fallida, pero puede salvarse por el muy profesional trabajo que ofrece en ella Ana de Armas.