«Aunque vivía sola en una habitación pequeña y miserable de Burbank, en un sitio nuevo y extraño donde nadie la conocía y estaba obligada a compartir el cuarto de baño con otras dos huéspedes, a veces reía en voz alta, sorprendida de su propia felicidad. ¡Era libre! ¡Estaba sola! Por primera vez en su vida estaba verdaderamente sola. No como huérfana. No como hija adoptiva. No como la hija, la nuera o la esposa de alguien. Esto era un lujo para ella. Se le antojaba una vida robada. Era una mujer trabajadora. Llevaba a casa su paga semanal, cobraba en cheques y canjeaba esos cheques por efectivo en el banco como cualquier adulto».«[...] descubrió que bastaba con cambiar las toallas una vez a la semana, o incluso menos. Que bastaba con cambiar las sábanas una vez a la semana, o incluso menos. Porque ya no había un marido joven, fuerte y sudoroso que las ensuciara y ella se mantenía escrupulosamente limpia, bañándose tan a menudo como podía, lavando a mano su camisón, su ropa interior y sus medias. Como en su habitación no había alfombras, no necesitaba aspiradora; una vez a la semana pedía prestada una escoba a la casera y se la devolvía poco después. No tenía fogón ni horno que restregar. Aparte del alféizar de la ventana, en su habitación había pocas superficies donde se acumulara el polvo, de modo que no era necesario usar un plumero».
Me gustaría poder detenerla en ese momento: jovencísima aún; con toda la vida por delante; en un punto de inflexión. Vivía sola por primera vez en su vida y sin embargo siento que fue el único momento en que no se sintió sola. Había futuro. Había esperanza. Con su primer marido en la guerra, se puso a trabajar y dejó el hogar conyugal. Nunca volvería a él (ni a ese matrimonio ni a ese apartamento en el que viviera con su primer esposo). Adiós al trabajo doméstico. Adiós al trabajo para otros. Ahora trabajaba para ella. Ahora ella decidía. ¿Qué hubiera sido de ella si no la hubiera descubierto un fotógrafo? Probablemente no se hubiera convertido primero en modelo pin up y luego en actriz. Su historia hubiera sido otra. La historia hubiera sido otra. O no, porque «tenía demasiado talento para contentarse con la vida privada». Además, ¿por qué no ser modelo? ¿por qué no ser actriz? Si el cine la subyugaba desde pequeña. Si era una mujer joven, hermosa, con talento y ganas de triunfar. Sí, era hermosa. ¿Por qué no mirarla, pues? ¿Qué hay de malo en admirar la belleza? Lo malo es utilizar una belleza que no nos pertenece. Aprovecharnos de ella. No ver más que su superficie. Prejuzgar la personalidad por el físico. Convertir la belleza en cadena.
«Pero te explotó, ¿verdad? Como mujer.¿Mujer? ¿Qué me importo yo como mujer? Nunca me he importado…»
«Era una mujer bella asustada de su propia belleza. Parecía molestarle que confundieran su belleza con «ella». Sin embargo, [...] no había conocido nunca a una mujer tan angustiada por su aspecto cuando estaba ante desconocidos».
«Si no estoy guapa, dejarás de quererme, ¿verdad, papá?»
Quería que la miraran para que la quisieran. Quería que la quisieran para no sentirse sola («Porque entonces dejaré de desear la muerte cuando no me sienta querida»). Y el mundo la miró. Y el mundo quiso a la rubia ingenua de rostro angelical y cuerpo voluptuoso. Y ella era feliz cuando la miraban y la querían porque «Nunca percibí mi cara ni mi cuerpo desde el interior (donde reinaba el aturdimiento, algo semejante al sueño), sino a través del espejo, donde todo era claro y preciso. De esa manera podía verme a mí misma». Y el mundo la destrozó porque solo fue capaz de ver el reflejo del espejo, la imagen que devolvía la cámara. Y ella se destrozó porque mirar su interior la asustaba. Porque la imagen del espejo cada vez la traicionaba más. Porque ya no sabía quién era. Porque probablemente nunca lo supo.
«—No es necesario que sigamos hablando de mi obra, Marilyn. Cuéntame algo de ti, por favor.La Actriz Rubia sonrió con desconcierto. Como pensando: ¿De qué mí?»
«¡Pero me gusta leer, papá! En la escuela saqué buenas notas. Me gusta… pensar. Es como hablar con otra persona. En Hollywood, en los platós, tenía que esconder el libro si estaba leyendo… Los demás decían que yo era rara».
Es a Blonde a quien me he pasado días (semanas) intentando conocer. Es la novela de Joyce Carol Oates la que he leído. Es a través de una ficción que he intentado penetrar en una realidad. Es una obra levantada sobre un sustrato verídico y con una ingente labor de documentación detrás. No es una novela biográfica. Es una novela cargada de inventiva y de ficción en la que se fusionan situaciones y se toman muchísimas licencias, en la que figuran nombres propios reales, pero también muchos otros cambiados o sustituidos por iniciales o por sobrenombres. Con todo, creo firmemente en la genuina intención por parte de Oates de recrear lo mejor posible la esencia de Norma Jeane.
No es uno de mis libros favoritos de la autora. No creo que esté entre lo mejor de su obra (si bien, teniendo en cuenta lo prolífica que es, tampoco he leído tanto de ella). Llevaba como veinte años queriendo leer Blonde y me alegro de haberlo hecho por fin. Además, me ha gustado. Además, la he leído con interés de principio a fin (lo cual, teniendo en cuenta su extensión, es mucho decir). Además, es de esos libros que hace que te apasiones por el tema que trata, en este caso, por la persona que trata; en este caso, por Marilyn Monroe; en este caso, por Norma Jeane.
Hay dos cosas en las que pienso que la escritora estadounidense destaca sobremanera. Una de ellas es la aguda y acertada disección que hace de las contradicciones de su país y de su sociedad. La otra, mostrar como nadie a la mujer bajo el escrutinio de la mirada masculina y los peligros y la ambigüedad de la mezcla entre el deseo y el miedo, la provocación y la huida, la sumisión y docilidad y el rechazo. En cuanto a la primera, no es esta una novela representativa, a pesar de que su trama se desarrolla en un contexto en el que se viven situaciones como los incendios de California, la Segunda Guerra Mundial, la condición de judío en los Estado Unidos de la época, la caza de brujas de Hollywood, la cara oscura del Hollywood dorado o la crisis de los misiles de Cuba. Respecto a la segunda, nuevamente no es esta la obra en la que más brilla la autora, pero sí que —de lo que le he leído— es en Blonde donde la mirada masculina sobre la mujer se convierte en una constante a lo largo de toda la novela.
«¡Ser objeto del deseo masculino equivale a saber que existo! La expresión de los ojos. La erección. Aunque no valgas nada, te desean.Aunque tu madre no te quisiera, te desean.Aunque tu padre no te quisiera, te desean.La verdad fundamental de mi vida, ya fuera una verdad o un remedo de verdad: cuando un hombre te desea, estás a salvo».
«Como hembra [...] tenía tanta experiencia como una puta a la que hubieran arrojado a la calle de niña, era igual de sensible a los cambios bruscos de la atención y el deseo de los hombres. Porque su vida depende de ello. Su vida de hembra».
Arrojada al mundo desde niña. Sin la protección, seguridad y amor con los que todos deberíamos crecer. ¿Fue en su infancia cuando Norma Jean asumió su nulo valor como mujer? ¿Fue a tan corta edad que aprendió cuáles eran las reglas del juego que la convertirían tanto en jugadora como en víctima? ¿Fue ese juego el papel de su vida porque seguir un guion ofrece mayor seguridad que la constante improvisación e incertidumbre que es la vida?
«Cuando sea actriz, si me dejan…, podré ser otras personas. Espero trabajar todo el tiempo, porque entonces nunca estaré sola».
¿La dejaron ser actriz? ¿La dejaron ser la actriz que ella quería ser? La explotaron también económicamente con contratos no solo peores que los de sus compañeros masculinos sino también que los de otras actrices. Apenas tuvo decisión sobre los papeles que interpretó. La mayoría de ellos respondían al perfil de rubia dócil e ingenua. Eran papeles de mujeres escritos por hombres para satisfacer a los hombres. Y aun así, ella sacó oro de cada uno de ellos. Se molestaba por entenderlos, por descifrarlos, por llegar a lo más intrincado de las personalidades y motivaciones de esas mujeres porque para ella no eran «solamente papeles». «Están en mí. Yo soy ellas. Son personas reales del mundo, [...]». «Si no fueran reales en alguna parte, no podrías escribir sobre ellas. Y nadie las reconocería. Aunque tengan otro aspecto».
Norma Jeane el 26 de junio de 1945 en su descubrimiento
como modelo posando para YANK magazine durante su
trabajo en Radioplane Company. Fotografía de U.S. Army
photographer David Conover's shot en dominio público.
«[...] podía expresar con estilo y sutileza todas las emociones menos la ira. Porque podía expresar el dolor físico, la confusión, el temor, el sufrimiento moral, pero no podía presentarse de manera convincente como instrumento de tales reacciones en otros. No en escena. Su debilidad, el temblor de la voz cuando la alzaba con enfado. [...] por qué no era capaz de expresar la ira, ¿lo sabía ella?, [...]: Porque quieres que te amemos, Marilyn, quieres que el mundo te ame y no te destruya, aunque tú destruirías el mundo y temes que conozcamos tu secreto, ¿no crees?»
Pero no destruyó el mundo, sino que el mundo la destruyó a ella.
«El genio es lo que queda cuando la fama muere», leo en esta novela. Y pienso que si pudiéramos matar la fama de Marilyn tal vez podríamos reparar en la genialidad de Norma Jeane. Mirarla y quererla por todo lo que nos dio en cada una de sus interpretaciones. Dio tanto que se quedó vacía. Dio hasta lo que no tenía. Porque ser actriz era su manera de tener algo. Porque nadie le enseñó que ella, Norma Jeane, por sí misma, era merecedora de amor. Recuperémosla —como ella deseaba, no sin pasmo y cierta turbación— «Para el mundo. Para el tiempo. Para vivir después de morir».
«Bueno, yo no sabía que Marilyn fuese… tan carismática. Aquella mujer hechizaba como el bailoteo del fuego. En el plató y fuera del plató. A veces me quedaba mirándola y me olvidaba de dónde me encontraba. Tenía una larga experiencia como director y era inmune a la belleza femenina y desde luego también al atractivo sexual, pero la Monroe estaba más allá de la belleza femenina y mucho más lejos del sexo. Había días en los que ardía de talento puro. Había en su interior una fiebre que pugnaba por expresarse. Estaba claro que era el genio y puede que el genio se vuelva enfermizo si no consigue expresarse, que es lo que creo que al final le ocurrió a ella, por la forma en que se hizo pedazos durante los últimos años. Pero yo tuve a la Monroe en su mejor momento. No había nadie como ella. Todo lo que hacía en su papel estaba inspirado. Estaba tan insegura que quería hacerlo otra vez, y otra, y otra, y así lo bordaba. Cuando una escena le salía perfecta, lo sabía. Me sonreía y yo también me daba cuenta. Sin embargo, había días en los que estaba tan asustada que llegaba al plató con varias horas de retraso. O era incapaz de hacer nada en absoluto. Tenía toda clase de enfermedades: indigestión, inflamación de garganta, migraña, laringitis, bronquitis. Acabamos muy por encima del presupuesto. En mi opinión, valió la pena hasta el último céntimo. Cuando Monroe estaba en su elemento era como un buceador sumergiéndose en aguas profundas; si dejaba de respirar, se ahogaba. Creo que estaba enamorado de ella. La verdad es que estaba loco por ella. No deja de asombrarme, porque pensaba en ella como aquella tía palurda e imbécil, toda tetas y culo bamboleantes, y aquel ángel Marilyn Monroe entra graciosamente, me coge las manos y me dice: El guion es poca cosa, es facilón, superficial y cursi, pero ella quiere reivindicarlo, quiere partirme el corazón con él, y bueno, el caso es que lo hizo.Ni siquiera la nominaron para los Oscar de aquel año. Todo el mundo sabía que lo merecía por Bus Stop. ¡Cretinos!»«¿Por qué lloraba? Quizá porque en la vida real, Cherie bebería como una esponja. Y le faltaría media dentadura. Y tendría que acostarse con los cabrones. Querer evitarlos habría sido absurdo por su parte, pero el guion era sentimental y cursi, y en 1956 no se podía correr el riesgo de que la Legión Católica de la Decencia la calificara de «autorizada para mayores con reparos». En la vida real, a Cherie la habrían apaleado y seguramente violado. Los hombres la habrían compartido. Que nadie me diga que el Salvaje Oeste no era así, conozco a los hombres. La habrían utilizado hasta dejarla embarazada o hasta que perdiera el atractivo físico, o las dos cosas. No habría habido ningún Bo, ningún vaquero guapo y cerril que se la echara sobre el hombro y se la llevase a su rancho de cinco mil hectáreas. Habría bebido y tomado drogas para seguir tirando hasta el día en que ya no pudiera levantarse de la cama, hasta que ya no pudiera ni abrir los ojos, y luego habría muerto».
Marilyn Monroe en una captura de pantalla recortada del trailer de The Misfits, 1961 (Vidas rebeldes),
última película completa en la que intervino la actriz. Imagen en dominio público.
Ficha del libro:Título: BlondeAutora: Joyce Carol OatesTraductora: Mª Eugenia CiocchiniEditorial: Alfaguara
Año de publicación: 2021 (2000)Nº de páginas: 936ISBN: 978-84-204-5460-3
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