Bloody daughter, de Stéphanie Argerich 23/04/2013
Posted by María Bertoni in 2013, BAFICI, Cine.trackback
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Especial. Cobertura BAFICI 2013
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El respeto recíproco entre madre e hija se traslada a la relación entre la directora y su principal entrevistada. Ninguna adopta poses delante ni detrás de cámara; nadie (los demás entrevistados tampoco) se concentra en el halo de fama y genialidad que rodea a Martha Argerich. A lo sumo esta percepción queda circunscripta a una anécdota de infancia cuando Stéphanie creía veraderamente que su mamá era una deidad.
Los espectadores nos asomamos a la intimidad de esta concertista reconocida a nivel mundial. La referencia a instancias de su trayectoria artística nos abre la puerta a algún hecho significativo de su vida privada. Por ejemplo, el traslado de Buenos Aires a Viena en 1954 gracias a la intervención del entonces Presidente Juan Domingo Perón y el primer gran premio, concedido en 1965 en el Concurso Internacional de Piano Frédéric Chopin de Varsovia, preparan el terreno para contar las circunstancias del nacimiento de la primogénita Lyda.
Stéphanie consigue lo que pocas hijas con sus madres: hacerlas sentir lo suficientemente cómodas (protegidas) como para que, sin darse demasiado cuenta, desnuden su alma o al menos una parte. Ni la cámara ni las preguntas abusan de la confianza presente en casi todo vínculo materno-filial. La directora sabe cuándo apagar la cámara, y cuándo puede prolongar un primerísimo primer plano más revelador que cualquier confesión de palabra.
Dicho esto, cabe insistir en que -a contramano del primer título con el que este largometraje se distribuyó y promocionó en Suiza- Bloody daughter es mucho más que un documental sobre Martha Argerich. Se trata, sobre todo, de un sentido ensayo sobre el vínculo entre padres e hijos: de ahí que la realizadora también le haya prestado especial atención a su progenitor, el también pianista Stephen Kovacevich, en este muy emotivo fresco familiar.