Blue Jasmine no está mal. Hace pasar un buen rato con dosis de chistes efectivos. Una historia marca de la casa fluye repleta de lujo, matrimonio, parejas, antidepresivos, infidelidades, reencuentros, casualidades, peleas y drama. El drama cómico de Allen. Jasmine (Cate Blanchett) es la típica mujer de la alta sociedad de Nueva York casada con un rico hombre de negocios (Alec Baldwin). Cuando su matrimonio fracasa por las infidelidades y actividades ilegales de su marido, Jasmine, en bancarrota, se muda a la casa de su hermana en San Francisco para rehacer su vida. Una excelente interpretación de Blanchett es la principal arma de la película, que sin el dramatismo y realismo que la actriz le imprime a su papel se quedaría en un material más bien pobre.
El énfasis de Blanchett para con su personaje da sentido a un buen guión que necesita de complementos como los flashbacks. Fundamentales para el dinamismo y ritmo de la película, cuentan la perfecta vida anterior de Jasmine, que contrasta radicalmente con su nueva situación en San Francisco, donde, en crisis existencial, se codea con la población común y humilde personificada en su hermana. La hermana se convierte en el contrapeso de la cinta y en el punto de encuentro entre sus dos vidas. La actuación de Cate Blanchett resulta tan real que cae mal y resulta insoportable y deleznable.
Con las dosis de crítica a la alta sociedad y su obsesión por el lujo y el dinero y el respeto y simpatía por la personas comunes, Allen vuelve a estar en una línea aceptable. Buenos diálogos, buena historia, buena música, buenos actores. Sin embargo, del director siempre se puede esperar más y mejor. Blue Jasmine aprueba gracias a una calidad interpretativa soberbia de Blanchett, un personaje trabajado y escrito magníficamente por Woody Allen. Sin Jasmine, la película no estaría ni en la raya de la suficiencia y Allen hubiese quedado en deuda, pero… sabe cómo arreglárselas y hacer un producto suficiente. Allen sigue siendo Allen. Siempre reconocible.