En el año 1905, se erige la estatua de Boudicca triunfante, subida en su carro de combate, que se instaló junto al río Támesis, frente al Parlamento británico en Londres, ciudad que ella había destruido. Esta estatua simboliza el sentimiento de libertad del pueblo de Britania. En la actualidad se ha convertido en uno de los grandes símbolos femeninos.
Desde que en los años 55 a. C. y 54 a. C. Julio César desembarcara a la cabeza de sus tropas en las Islas Británicas, no se había realizado intento alguno de anexionar Britania al Imperio. No obstante, en el año 43 d. C., el emperador Claudio ordenó al general Aulo Plaucio tomar la isla. El ejército romano, liderado por Plaucio, invadió el sudeste de Britania, comenzando de ese modo la conquista romana de Britania. La ocupación de dicho territorio se produjo de manera gradual; al tiempo que determinadas tribus hostiles eran derrotadas, otras permanecieron nominalmente independientes en calidad de aliados del Imperio.
Uno de estos pueblos aliados era el de los icenos, asentado en la actual región de Norfolk. Su rey, Prasutargo, vivió una larga vida de riqueza, casado con Boudicca de familia noble, a la cual hizo reina con el matrimonio.
Pero surgió un problema y era que no tenía hijos varones y que, aunque la corona pudiera pasar a sus hijas por las leyes celtas, sin embargo, no podía asegurar la independencia formal de su reino, del gobierno romano.
Por eso se le ocurrió la idea de nombrar al emperador romano coheredero de su reino, junto con sus dos hijas. Este tipo de testamentos eran habituales en la época romana (recordemos la donación del entero reino de Pérgamo pues se conseguía que, al menos durante la vida del rey cliente, se respetara un estatus de semi-independencia.
Debido a estos factores y a que la ley romana sólo permitía la herencia a través de la línea paterna, cuando Prasutago murió, su idea de preservar su linaje fue ignorada, el tratado fue roto por los romanos y el reino de los icenos fue anexado como si hubiera sido conquistado.
Fue entonces cuando las vejaciones romanas comenzaron, las tierras de los icenos y todos los bienes fueron confiscados, y los nobles tratados como esclavos. Debido a que Prasutago había vivido pidiendo prestado dinero a los romanos, al fallecer, todos sus súbditos quedaron ligados a esa deuda, que Boudicca, la entonces reina, no podía pagar, al tener confiscadas sus propias tierras.
Dion Casio dice que los romanos desencadenaron la violencia saqueando las aldeas y tomando esclavos como pago de la deuda. Los romanos incautaron sus tierras, aumentaron los tributos sobre los icenos y humillaron gravemente a su familia.
Tácito parece apoyar esto al criticar al procurador Cato Deciano por su “avaricia”. Cuando la reina, protestó por las acciones emprendidas, desnudaron a Boudicca, la azotaron en público y violaron a sus dos hijas en el mismo pueblo donde vivían, lo que desató la furia incontenible de la reina. Por supuesto, esta afrenta, Boudicca jamás la perdonaría.
Dion Casio narra de ella que “poseía una inteligencia más grande que el resto de las mujeres”, era alta, de voz áspera y mirada feroz, cabello pelirrojo hasta la cadera, túnica de muchos colores y un manto grueso ajustado con un broche. Siempre usaba un grueso collar de oro, posiblemente un torque, aditamento que entre los pueblos celtas siempre significaba nobleza.
Boudicca empleó un método de adivinación liberando a una liebre de los pliegues de su ropa e interpretando la dirección en que corría, e invocó a Andraste, la diosa britana de la victoria.
Mientras esto ocurría, el gobernador de la Britania romana Cayo Suetonio Paulino, ignorante de lo acontecido, estaba en campaña en la isla de Mona, hoy Anglesey, al norte de Gales.
Aquella muestra de brutalidad provocó que los icenos se sublevaran dirigidos por Boudicca. Buscaron aliados entre las tribus vecinas, encontrando rápidamente apoyo entre los Trinovantes, cuya antigua capital, Camulodunum (actual Colchester, Essex), había sido convertida ahora en una colonia romana de veteranos. Además, los romanos habían construido en la ciudad un templo en honor del emperador Claudio a expensas de los nativos, lo que había aumentado el malestar.
Hay que explicar que en la sociedad celta y germana no es de extrañar que numerosos pueblos y guerreros siguiesen a pies juntillas a una mujer, pues en estos pueblos “barbaros”, el sexismo no existía como tal; las mujeres podían reinar por sí solas, sin necesidad de un varón, (muchas sociedades eran matriarcales), participar en las batallas, ya que solían ser mujeres fuertes, y por supuesto, liderar sus ejércitos. Esto horrorizaba a los romanos y es una razón por las cuales a estos pueblos los llamaban “salvajes”; pueblos guiados a la batalla en ocasiones por mujeres.
Muchos se jactan de que afortunadamente hayamos heredado la civilización romana en la actualidad; una civilización de codicia, genocidios, torturas, corrupciones políticas y machismo.
Excitados por todas estas afrentas y por la encendida oratoria de Boudicca, los rebeldes descendieron sobre Camulodunum, que estaba indefensa sin muros ni guarnición, Los romanos pidieron refuerzos pero el procurador Cato Deciano, sólo había enviado 200 auxiliares. El ejército de Boudicca cayó sobre una ciudad mal defendida y la destruyó. Sitiaron a los últimos defensores en el templo durante dos días hasta que cayeron, matando a mujeres, niños y ancianos. Después la incendiaron y la destruyeron, matando a todos aquellos que no pudieron escapar.
Ante el inesperado éxito, Boudicca y su ejército se dirigieron entonces a la capital de la provincia, Londinium (actual Londres), con la intención de tomarla a sangre y fuego para expulsar a los romanos. El futuro gobernador, Quinto Petilio Cerial, entonces legado de la Legión IX Hispana, intentó socorrer a la ciudad con un destacamento de esa legión, pero sus fuerzas fueron derrotadas. Su infantería fue emboscada en una zona boscosa y sólo el comandante y parte de su caballería consiguió escapar. Deciano Cato, el provocador de los acontecimientos por su codicia, consideró más prudente poner tierra por medio y huyó hacia Galia abandonando Britania.
Mientras tanto, un mensajero había llegado con las noticias hasta Suetonio, que enseguida ordenó a sus tropas dirigirse a Londinium; sin embargo, no podía hacer uso de las dos legiones con las que contaba, puesto que no podía dejar sin guarnecer el campamento, y las tropas legionarias de las que sí podía disponer, no podían desplazarse con la rapidez requerida, por lo que él mismo, al mando de la caballería y de una tropa escogida, se adelantó a marchas forzadas, ordenando al resto de las fuerzas esperarle en un lugar determinado.
Suetonio era un militar experimentado, sabía lo que era aplastar otras revueltas en Mauritania y sabía lo que se hacía. Pese a llegar antes que los rebeldes, y tras analizar las defensas de la ciudad, llegó a la conclusión de que no tenía el número de hombres necesario para defender el emplazamiento y dejó la ciudad a su suerte. Londinium siguió el destino de Camulodunum: fue quemada hasta los cimientos y todos los habitantes, ancianos, mujeres y niños que no pudieron huir, fueron asesinados.
Mientras el ejército de Boudicca continuaba su rebelión, atacando Verulamium (St Albans, Hertfordshire), donde procedieron de igual manera que en Camulodunum y en Londinium, los romanos se intentaban reorganizar.
Según Tácito, Suetonio reunió un ejército formado por un total de 10.000 hombres, incluidas la Legio XIV Gemina, un vexillatio (destacamento compuesto de una o dos cohortes) de la Legio XX Valeria Victrix, y todas las tropas auxiliares que pudo encontrar.La Legio II Augusta, acantonada cerca de Isca Dumnoniorum, se negó a reunirse, debido a que carecía de Legado y su prefecto de campo, que estaba al mando, no acató las órdenes del gobernador Suetonio . Una cuarta legión, lo que había quedado de la IX Hispana, fue enviada a Camulodunum para levantar el cerco y contener a los posibles refuerzos.
LA BATALLA FINAL
Por fin, Suetonio y Boudicca entablaron combate en la Batalla de Watling Street, en un sitio todavía no determinado, en la ruta actualmente llamada Watling Street, entre la antigua Londinium y Viroconium (actualmente Wroxeter, Shropshire).
El tamaño del ejército de Boudicca no está establecido de manera fiable. Tácito relata que los britanos eran unos 100.000 y Dion Casio sube la cifra hasta los 230.000 aunque se supone que se refiere a las tribus enteras puestas en marcha, ya que los britanos tenían la misma costumbre que los germanos y sus guerreros, al ser acompañados al campo de batalla por las mujeres, los niños y todo el pueblo. En todo caso, el ejército britano era varias veces mayor que el romano, por lo menos en una proporción de 5 a 1 y probablemente entre 10 a 1 y 20 a 1.
Las fuerzas romanas eran sin dudas bastante inferiores en número, pero no en equipamiento ni en oficio: la mayor parte de la Legio XIV Gémina, y parte de la Legio XX, con infantería y caballería auxiliar, lo que sumaba un total de no más de 10.000 hombres.
Superados en tan gran proporción, Suetonio buscó cuidadosamente un campo de batalla en el que sus tropas pudieran contrarrestar la superioridad numérica britana. Para ello, eligió un estrecho desfiladero cerrado a las espaldas por un bosque y abierto a una amplia llanura. El desfiladero protegía de un ataque los flancos romanos, mientras que el bosque impedía la aproximación del enemigo por la retaguardia y la amplia llanura hacía imposible las emboscadas.
Esto eliminó la ventaja numérica de Boudicca que era muy numeroso pero poco uniforme en cuanto a las armas que portaban y a la edad de los guerreros (desde niños de 10 años hasta ancianos, estando la mayoría de ellos pintados pero prácticamente desnudos).
Para evitar la primera embestida de las tropas britanas, Suetonio colocó a la Legión XIV y el vexillatio de la Legión XX en el centro formadas en orden cerrado y duplex aciesse, en filas de siete en fondo, a las tropas auxiliares ligeras las dividió en dos y colocó una mitad en el flanco derecho y la otra en el izquierdo de las legiones y, finalmente, apostó la caballería en las alas.
Los britanos emplazaron sus carros en forma de media luna a lo largo del campo de batalla, desde donde sus mujeres, niños y ancianos pudieran observar el resultado del combate suplicando a los suyos que no permitiesen la derrota, ya que serían muertos o esclavizados. El resto de los guerreros, mayoritariamente infantería, formaron una masa indiferenciada al frente de la línea de carros.
Esta formación de los carros en la retaguardia la disponían así los pueblos germanos y celtas, de manera que impidiese la huída de sus propios guerreros; lo que significaba vencer o morir, no había retirada posible.
Dos dirigentes germanos, Boiorix de los cimbrios y Ariovisto de los suevos, ya habían adoptado la misma formación de combate en sus batallas contra Cayo Mario y Cayo Julio César, respectivamente, siendo derrotados.
Así organizados sus ejércitos, los comandantes trataron de motivar a sus soldados. El historiador romano Tácito, que describió la batalla cincuenta años después, nos informa del discurso de Boudicca a sus tropas: «Nada está a salvo de la arrogancia y del orgullo romano. Desfigurarán lo sagrado y desflorarán a nuestras vírgenes. Ganar la batalla o perecer, tal es mi decisión de mujer: allá los hombres si quieren vivir y ser esclavos».
Tácito también consignó el discurso de Suetonio a sus legionarios: «Ignorad los clamores de estos salvajes. Hay más mujeres que hombres en sus filas. No son soldados y no están debidamente equipados. Les hemos vencido antes y cuando vean nuestro hierro y sientan nuestro valor, cederán al momento. Aguantad hombro con hombro. Lanzad los venablos, y luego avanzad: derribadlos con vuestros escudos y acabad con ellos con las espadas. Olvidaos del botín. Tan sólo ganad y lo tendréis todo».
Siguiendo el procedimiento romano, Suetonio no tenía intención de atacar, pues deseaba que fueran los britanos los que cargaran corriendo hacia ellos, pues así estarían más cansados que sus tropas.
Tras una tensa espera, Boudicca ordenó el ataque y sus tropas, gritando, avanzaron corriendo a través de la llanura y del desfiladero en un masivo ataque frontal. A medida que avanzaban, entre las paredes del desfiladero, fueron canalizados en una densa y apretada masa; a aproximadamente cuarenta metros de la línea romana, su avance fue recibido por salvas escalonadas de pilum, el venablo romano. El pilum fue diseñado para doblarse cuando se clavara en un escudo, lo que lo hacía imposible de extraer; así, el enemigo podía elegir entre cargar con una pesada lanza de hierro en su escudo o deshacerse de él y luchar sin esa protección.
El daño fue enorme, ya que muy pocos britanos llevaban alguna clase de armadura. A esa primera lluvia de dardos le siguió una segunda, puesto que cada romano portaba dos pilum. Esta táctica desarmó el ataque lanzado por los britanos, dejando el frente plagado de cuerpos muertos en tal cantidad que los atacantes empezaron a retroceder en desorden.
Con los britanos en desbandada, Suetonio ordenó a sus legionarios y auxiliares avanzar en la formación de combate llamada caput porcinum («cabeza de cerdo»), en la que el centro del frente se adelantaba un cuerpo con respecto a los flancos, de manera que recordaba el morro y las orejas de un cerdo, y dispuestos así, cargaban. Ordenó a sus soldados avanzar a paso lento pero sostenido, en una línea en forma de sierra dentada, cubriendo sus flancos con sus escudos.
Al verlos venir, los guerreros de Boudicca volvieron a cargar, encajonándose entre los “dientes” de las filas romanas; además, a una orden de Suetonio, al cabo de cuatro o cinco minutos de combate, a una señal de sus oficiales, dejaban el puesto al que formaba detrás, colocándose en la última posición. Eso permitía entrar en combate a soldados “frescos” y recuperar fuerzas a los que habían peleado.
La caballería, con las lanzas en ristre, se lanzó al galope. Con una disciplina mayor, una clara ventaja en armaduras y armas, una formación ordenada, más descansados y la victoria al alcance de la mano, los romanos fueron capaces de seguir luchando con la misma ferocidad del principio. La masacre fue total y al no poder perforar la formación enemiga, los britanos sintieron pánico y comenzaron a retroceder, aplastándose unos a otros mientras los romanos seguían su avance implacablemente.
Los britanos habían convertido la retirada en una huida, pero su fuga fue bloqueada por el semicírculo formado por los carros. En su desesperación por huir, los britanos no solo empujaron a los guerreros que avanzaban detrás sino a las mujeres, niños y ancianos que aguardaban el desenlace de la batalla en cercanías de los carros. La avalancha que produjeron fue tal, que cerca de 40 000 murieron aplastados entre los combatientes en desbandada y los vehículos que impedían la retirada.
Los romanos no tuvieron piedad, ni siquiera de mujeres en cinta, ancianos y niños y durante horas se dedicaron a asesinar a los heridos incluso a los animales, y a perseguir a los que habían logrado traspasar los carromatos, hasta el anochecer, en lo que era práctica habitual al aplastar una rebelión por parte de los romanos. La masacre fue total.
Tácito dice que, de acuerdo con una estimación, murieron 80.000 britanos por sólo 400 fallecidos entre las tropas romanas. Tras la victoria los romanos esclavizaron a los icenos sobrevivientes y destruyeron sus alimentos para matar de hambre a aquellos que huyeron.
La localización exacta del campo de batalla no ha sido facilitada por ningún historiador, aunque Tácito da una breve descripción. Si bien han sido sugeridos una gran variedad de lugares, sin un acuerdo total, sí existe consenso en que el ataque del ejército britano se produjo desde la zona de Londres hacia la concentración de las fuerzas romanas, en dirección a Cornualles y al País de Gales. Una leyenda lo sitúa en el camino de Battle Bridge en King’s Cross, Londres, pero conforme a lo narrado por Tácito es poco probable que Suetonio regresara a la ciudad.
La mayoría de los historiadores son partidarios de un lugar en la región de West Midlands, probablemente a lo largo de la calizada romana de Watling Street entre Londinium y Viroconium (hoy Wroxeter en Shrophire), que es actualmente la autopista A5.
Otras posibles sugerencias incluyen Manduessedum (Mancetter), en los alrededores de Atherstone (Warwickshire), un sitio cercano a High Cross en Leicestershire, una pequeña depresión en Cuttle Mill, dos millas al sudeste de Lactodorum (Towcester) en Northamponshire, o en un sitio cerca de Kings Norton Metchley Camp en Birmingham.
EL FINAL DE BOUDICCA
Se dice que el emperador Nerón se conmocionó tanto con estos hechos que consideró retirarse definitivamente de Britania, pero con la revuelta aplastada y tras mostrar los romanos su contundencia en acabar con las rebeliones, la ocupación de Britania continuó. Nerón sustituyó al gobernador por Publio Petronio Turpiliano, más conciliador, ante el temor de que las políticas punitivas acarrearan más problemas.
Respecto de Boudicca, su final no es claro, pues según Tácito se envenenó; sin embargo Dion Casio cuenta que cayó enferma y murió y le fue dado un lujoso entierro.
En cuanto a Poenio Póstumo, prefecto de la Legio II Augusta, al mando de la misma, y que había negado a unirse a la batalla, después de haber privado a sus hombres de una parte de la gloria, se suicidó cayendo sobre su espada.
La provincia de Britania se mantendría dentro de los límites del Imperio Romano durante siglos, sin que se produjeran levantamientos de consideración, a excepción de los protagonizados por los brigantes: el de Venutio, que llevaría a cabo otra revuelta menos documentada, en el año 69 d. C., el de Argiragus en el 100 y el 105, y posteriormente otros levantamientos en el 115, 118 y 154 (el último documentado).
Boudicca fue una gran líder, valerosa y carismática pero estratégicamente no era mejor que otros líderes celtas y cometió sus mismos errores: -El primero fue enfrentarse a Suetonio en lugar ventajoso para él. El ejército romano no concede batallas planificadas en sitios desfavorables. -El segundo fue la media luna de carromatos característica de estos pueblos, que cada vez que caían derrotados hacían imposibles las retiradas, por lo que las masacres eran inevitables. -El tercero fue perder la paciencia y ordenar el ataque a pie a lo largo del desfiladero. Los romanos siempre dejaban la iniciativa al ejército rival.
Boudicca se convertiría, con el paso de los siglos, en una figura venerada en Gran Bretaña, sobre todo en la época victoriana, una heroína que desafió un poder mucho más grande que el suyo para conservar la libertad y un paradigma de las virtudes británicas.