Bob Montagné (Roger Duchesne) es un jugador fracasado que se abre camino a través del submundo parisino. Cuando su dinero está a punto de acabarse, decide asaltar un casino con la ayuda de sus viejos camaradas. Sin embargo, en su camino se interpondrán la traición, secretos y una peligrosa y seductora joven, que eventualmente amenazan con echar por la borda su magistral golpe final.
Jean-Pierre Melville, cuyo verdadero apellido es Grumberg (su apellido “artístico” se debía a la admiración que sentía por Herman Melville, el autor de “Moby Dick"), es considerado por muchos como el padre de la Nouvelle Vague, nombre que se le dio al movimiento liderado por un grupo de cineastas franceses que surgió a fines de la década del cincuenta, los que decidieron revelarse en contra de las estructuras del cine francés de la época, no solo en términos técnicos sino también narrativos. Mientras que Melville rodaba las escenas en locaciones con cámara en mano montado sobre una bicicleta, este exponía sus intereses personales. Su admiración por el cine y la cultura norteamericana, la cual compartían los cineastas de la Nouvelle Vague, lo llevó no solo a viajar a los Estados Unidos para filmar una cinta, sino que además a expresar su afición abiertamente, llegando a los sets de filmación en su coche americano, utilizando un sombrero vaquero y unos Ray-Bans. Con respecto a esto, el actor Daniel Cauchy recordaría en una ocasión: “siempre sintonizaba la emisora de las Fuerzas Armadas, en la que escuchaba a Glenn Miller”. Al mismo tiempo, devoraba las películas americanas de gánsteres, las cuales eventualmente adaptaría a sus propios cánones, empapándolas de referencias personales y sofisticación.
Ese es precisamente el caso de “Bob le Flambeur”, el quinto trabajo del director, el cual es considerado por muchos como la cinta que inauguró el movimiento de la Nouvelle Vague. El protagonista de la historia es Bob Montagné, un ex ladrón de bancos que ahora pasa sus días apostando el poco dinero que le queda en los cuartos privados que abundan en las calles del barrio de Pigalle. El hecho de que pierda cada apuesta que realiza poco parece importarle, razón por la cual tampoco se cuestiona su accionar diario. Bob es un apostador empedernido, que busca incesantemente a la suerte, su vieja amante perdida, incluso al llegar a su casa todas las noches, donde utiliza una moneda en la máquina tragamonedas que guarda en su closet. Tan importante como su pasión como por el juego, es el cuidado de las apariencias y su estricto código de honor, que lo lleva a despreciar a los proxenetas que rondan en su querido barrio, por violar la galantería de los criminales sofisticados como él. Pese a su infortunado presente, Bob sigue siendo venerado por sus cercanos, en especial por su protegido Paolo (Daniel Cauchy), quién intenta seguir cada uno de los pasos de su mentor, aunque no siempre lo logra, lo que eventualmente lo mete en problemas que ni el mismo Bob podrá solucionar.
La cinta comienza con una descripción de las calles del barrio de Pigalle, escenario donde se desarrolla gran parte del relato, para luego presentarnos parte de la rutina díaria del protagonista, sus andanzas por las diversas salas de apuestas del lugar y su inclinación por rescatar de las calles a apuestas jovencitas que intentan ganarse la vida de manera fácil. Es así como se encuentra con Anne (Isabelle Corey), una joven que es pretendida por un proxeneta llamado Marc (Gérard Buhr), quien hace las veces de villano del film. Dicha joven, terminará convirtiéndose en el objeto de deseo de Paolo, y en la causante de su descenso al infierno. Para Bob, dentro de su galantería, la joven no es más que alguien que se encuentra perdida en la vida, y que necesita una mano para no caer en las garras de los hombres más detestables del submundo donde se mueve. Es por esto que el protagonista no solo le ofrece un techo donde vivir, sino que también le consigue trabajo e intenta emparejarla con Paolo. Sin embargo, Anne es una femme fatale en toda su regla, cuya frialdad la lleva a utilizar a los hombres para conseguir un fin determinado. En todo el transcurso de la historia, Anne solo tiene una muestra de real afecto hacia Bob, a quién le entrega una flor en muestra de gratitud, gesto que probablemente escondía algún significado especial para Melville, debido a que este también lo incluye en el film “Le Cercle Rouge” (1971).
Será en una de sus tantas visitas a uno de los casinos de la ciudad de Paris, que Bob escucha que en el casino de Deauville la caja fuerte contiene más de ochocientos millones de francos. Es ahí cuando decide intentar cambiar su suerte, planeando un robo en compañía de un grupo de viejos colegas. En un principio el plan parece sencillo, y a medida que los involucrados ensayan cada uno de los pasos a seguir, en su mente el robo comienza a parecer cada vez más perfecto. En el segundo tramo de la cinta, vemos con lujo de detalle todo el proceso que precede al robo, comenzado con el reclutamiento de los ladrones, continuando con la simulación del robo en un sitio baldío, y terminando con la práctica metódica del encargado de abrir la caja fuerte. Lo que en un principio parece ser un plan a prueba de fallas, eventualmente se verá amenazado por los fantasmas de los protagonistas, los cuales comienzan a confabular en su contra. Las mujeres se vuelven un problema y su traición amenaza por echar por la borda los sueños de riqueza de este grupo de criminales. Por otro lado, la pasión incombustible por el juego del protagonista no solo se vuelve un problema primordial a la hora de cometer el robo, sino que también es parte esencial de la increíble vuelta de tuerca final del film, la cual está cargada de tensión e ironía.
El film también presenta un apartado técnico destacable. No solo cuenta con un estupendo trabajo de fotografía de Henri Decaë y Maurice Blettery, sino que además cuenta con la atmosférica banda sonora compuesta por Jo Boyer y Eddie Barclay. En conjunto, estos elementos dotan a la cinta de un aire melancólico y algo romántico, lo que se mezcla bien con las intenciones del director de representar el mundo criminal con sofisticación. En gran medida, “Bob le Flambeur” no es más que la expresión de la admiración que Melville sentía por el film noir norteamericano, lo que mezcla con referencias personales, otorgándole un sello propio e inconfundible al film. Oficiando de narrador, el director nos entrega su percepción del mundo del protagonista, la cual está cargada de ironía y cinismo. La cinta cuenta con un ritmo narrativo pausado, pero nunca tedioso, y está repleta de diálogos destacables y situaciones memorables, razón por la cual el mismísimo Jean-Luc Godard ha mencionado que esta es su película preferida de Melville. Y es que bajo la apariencia de un relato sobre el asalto a un casino, se esconde una fábula moral repleta de personajes inolvidables, y un final que es fiel a la esencia del protagonista.
por Fantomas.