Bobby logan (2011), de miguel ángel oeste. los paraísos artificiales.

Publicado el 08 mayo 2012 por Miguelmalaga

Los escritores malagueños contemporáneos parecen afectados por el virus de la nostalgia. Antonio Soler, Pablo Aranda o Garriga Vela (malagueño de adopción) escriben sobre un pasado distante, mezclando la nostalgia con la realidad de jóvenes vidas vacías que pululan por una ciudad que poco tiene de paradisiaca.


Yo también estuve en Bobby Logan. No era un habitual, ni mucho menos. Creo que solo entré dos o tres veces a aquella bacanal de ruido, cuando Pedregalejo era el lugar de moda para salir. El deseo de ir a Bobby Logan tenía mucho que ver con estar en la onda, con poder contar el lunes siguiente a los compañeros del instituto que uno había estado allí, aunque en mi caso, no me sintiera precisamente como pez en el agua. En cualquier caso la evocación de Bobby Logan es muy significativa para mi generación (yo solo tengo un año menos que Miguel Ángel Oeste) y el autor lo sabe: estamos en el terreno de lo íntimamente mítico:


"Entrar en Bobby Logan significaba ascender al Cielo. Bastaba con subir al avión pilotado por Bobby, el aviador de eterna sonrisa y ojos azules, que te llevaba más allá de las nubes en un vuelo sencillo o en una amplia gama de vuelos opcionales con piruetas inverosímiles."


La novela se centra en las vidas de un grupo de muchachos, los chicos de la playa, procedentes casi todos de familias conflictivas y desestructuradas que pasan su tiempo en la arena, en una eterna espera de un día de olas perfectas que casi nunca llega en el pacífico Mediterráneo. Muchas noches pasan por Bobby Logan buscando un pedacito de felicidad, que siempre es engañosa. Para ellos la utopía tiene nombre: Pelotas Tristes, la bahía perfecta donde siempre hay olas que disfrutar, donde el tiempo se detiene en un instante paradisiaco que no debería acabar nunca. Pero Pelotas Tristes no existe, por mucho que los chicos de la playa lo evoquen. Existe la realidad sórdida de la peor zona de Pedregalejo, donde los muchachos son hijos de prostitutas, de padres alcohólicos y están condenados a la marginalidad desde que nacen.


El problema de la narración de Miguel Ángel Oeste es que nunca consigue un ritmo equilibrado: demasiados personajes, demasiadas situaciones y demasiados cambios de tono: Estas oscilaciones demasiado bruscas desconciertan al lector, porque no consigue individualizar a los personajes, descritos con trazos demasiado gruesos, ni encuentra un hilo conductor en la historia que le de coherencia. Los contrastes entre capítulos son demasiado acusados: algunos son corales, otros se centran en personajes secundarios de los que no sabemos demasiado y uno de ellos incluso flirtea con una extraña teoría de la conspiración relacionada con la bomba que cayó en Palomares...


En cualquier caso, la prosa de Oeste no carece de calidad: con la historia mejor hilvanada, estaríamos hablando de una novela importante. Por ahora, (y en esto estaban de acuerdo casi todos los compañeros del club de lectura) solo podemos hablar de una primera novela meritoria.