La Adina de la allerana ha ganado en madurez desde la recordada veneciana, capaz de transitar estados de ánimo tan distintos a lo largo de la obra y con unos matices inolvidables en cualquier registro, seguridad en los agudos siempre claros y un grave redondo, jugando con su voz y empastando siempre con los compañeros, uniendo sus excelentes dotes como actriz para recrear este personaje que le va como anillo al dedo en un final feliz de este regreso a casa. Sus parejas fueron un regalo con ella: la altura de Belcore sumando comicidad, la barcarola con el doctor un juego visual de ventriloquía al que se sumó el coro, más el enamorado Bros ideal, una alegría comprobar complicidad y gestos cariñosos que llegan al público.
Dulcamara Corbelli aportó la sabiduría de los años para este charlatán transformado en el barman de moda capaz de vender una compuesta al mismísimo director musical, parlati y canto gastado pero esperado de trabalenguas canoros en un personaje de vuelta en la vida y todavía en activo como el barítono turinés, entregado y cómico con momentos memorables amén de la barcarola más la última y esperada entrada por el patio de butacas con más elisir para el fin de fiesta.
El Sargento Parks fue calentando a medida que avanzaba la trama, aunque su color vocal no sea esmaltado ni homogéneos sus registros, pero acabó como su personaje, bien pero sin triunfar ni enamorar. Y un placer Giannetta Urbieta, simpática novia de parto retrasado y feliz, convincente y sobrada en volúmenes tanto en arias como concertantes, redondeando un elenco muy homogéneo para este Donizetti bufo, donde la figuración estuvo al mismo nivel que los músicos.
De la OSPA la seguridad en el foso con solistas de altura como el fagot o la trompa, sonoridad bien llevada por el maestro Óliver Díaz que debutaba en la ópera ovetense (¡ya era hora!), siempre atento a dinámicas y entendimiento con la escena, algo lenta la primera aria de Belcore ayudando a las agilidades, pero siendo una lástima no tener un clave en vez del piano vertical ¡y desafinado! que hubiese enriquecido la tímbrica de unos recitativos no siempre acertados para preocupación de los solistas.
La producción, como ya comenté, sencilla y adecuada para este melodrama por el que no pasan los años, con buenos movimientos escénicos que ayudaron a la agilidad de la acción y pararla cuando así lo requería el libreto (caso de la famosa lágrima final de Nemorino), y la angustia de unas copas que crearon sensación de fragilidad como la propia relación de la pareja protagonista que termina asentándose y convirtiendo en luces de fiesta un cristal "de pega", lo único irreal de este elixir que continúa enamorando.