Ana Botella no es la única culpable del batacazo olímpico. En un país tan dado al chiste fácil y a las socorridas chanzas, crueles en ocasiones, cabría imaginar que la alcaldesa de Madrid es la que debe cargar en exclusiva sobre sus espaldas con el sambenito del fracaso. La victoria, ya se sabe, (Napoleón dixit), tiene cien padres y la derrota es huérfana.Ella, obvio es decirlo, debe apechugar con una parte de la responsabilidad, pero no todo el marrón es suyo. En Buenos Aires perdimos todos: el Comité Olímpico Español, en primer lugar. El Ayuntamiento, por supuesto. Y los medios de comunicación, en general, también. Aunque únicamente sea por hinchar un globo que solo ha servido para crear unas expectativas infundadas.Lo más rápido y fácil sería concluir que Botella será apartada de la carrera municipal para evitar que el varapalo olímpico arrastre al PP. Sirva decir que, tras la decepción de Copenhague en octubre de 2009, Alberto Ruiz-Gallardón obtuvo un mejor resultado en los comicios de 2011 que en la convocatoria anterior. Ni las trayectorias de Gallardón y de Botella son equiparables, ni el músculo político de ambos tiene nada ver. El resultado en las urnas se mide por toda una gestión y no únicamente por un traspié como el de Argentina, por muy doloroso que resulte.El problema no es, no solo, Ana Botella. El tiempo dirá si es el propio PP el que está ante un fin de ciclo. La “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor” no cuenta a la hora de votar. Por muy naif e infantil que nos parezca. Por mucho que nos divierta. Su futuro político ya estaba descontado.