Williberto llegó de Cuba con su danzón, su trompeta abollada y sus bembas risueñas y su negro retinto. Para él ser pobre no era para llorar y buscaba en las estrecheces una pista donde sacar a bailar su risa. Llegó a las calles de Santa Cruz, buscando prosperar. Acá la cosa está buena, hermano. Es como estar en casa, pero con más que comé. Esto le decía Rubén, el primo mayor, cardiólogo en Camagüey y médico de urgencias en Santa Cruz. Williberto se vino con lo puesto para poner azúcar a las calles, y se juntó con Carmelo el Culebra que hacía vibrar el bongó como nadie, y su repertorio lo hicieron de rumbas y danzones. No encontró lo que soñaba. Primo, la vaina cambió sin darme cuenta, le dijo Rubén. Hacía bailongos, acompañaba con palmas los solos de Culebra, arpegiaba la trompeta hasta espantar las palomas,... nada hacía tintinear los euros ni dibujar sonrisas. Pa’la guapa señora este danzón, y la señora cambiaba de acera. Ya Williberto no toca rumbas, solo toca boleros, acompañando con sus notas los arrastrados pasos de los que buscan en el suelo dónde cayeron sus risas.