Bolivia: Cronología del cerco mediático y la nueva avanzada neocolonial

Publicado el 27 diciembre 2019 por Jmartoranoster

Magalí Gómez y Yamila Campo

En las sociedades mediatizadas en las que vivimos, nuestros marcos de pensamiento, es decir, aquello que sabemos, que conocemos y que entendemos sobre la realidad, siempre están atravesados por las pujas por los sentidos. Los dispositivos culturales y mediáticos son grandes abonadores de estas luchas por la significación, por lo que es y lo que no es.
El golpe de Estado perpetrado en Bolivia, que derrocó al gobierno de Evo Morales mediante el uso de la violencia y la persecusión, y que dejó un saldo de más de 30 muertes, ha tenido a su favor una gran maquinaria de producción de sentido que construyó una idea de que eso que sucedía en el país hermano no era un golpe. Los medios bolivianos, uno a uno, fueron ubicándose del lado de los discursos que justificaban los hechos, mientras las voces denunciantes del golpe se iban silenciando.
En Bolivia, durante el gobierno de Evo Morales, siempre existió una polarización mediática. Por un lado, el sistema público de medios, conformado principalmente por la Agencia Boliviana de Información, el Canal Bolivia TV y el periódico Cambio eran los resortes con los que el gobierno contaba para difundir sus políticas públicas. Por su parte, los medios privados gozaron de libertad de expresión durante el período, y muchos de ellos, se ubicaron como actores opositores durante el gobierno.
Entre ellos, se encontraba la Red Uno, Unitel, El Deber, Página 7, entre otros. Es cierto que también entre los medios masivos y privados, podían encontrarse algunos que realizaban la cobertura de actos de gobierno y construían su editorial con críticas, pero no desde una oposición recalcitrante.
Esta conformación del mapa de medios que mantenía una polarización relativamente plural, dejó de sostenerse en el momento en el cual los medios públicos reproducen los discursos del gobierno de facto sin repregunta ni análisis.
La cobertura mediática del golpe
Pensando en todo el proceso que se fue gestando y cómo lo acompañó el discurso de los medios. Podemos dividir la cobertura en tres etapas en donde el rol que desempeñaron y desempeñan los medios, mantiene grados de incidencias importantes en la opinión pública de Bolivia y el mundo.
Primera etapa: El antes – Reality Show.
Se basó en la sensibilización e instalación entre la opinión pública de la idea de fraude electoral. Desde que se celebraron las elecciones hasta la renuncia del presidente Morales, los medios de comunicación privados acompañaron cual reality show, tanto en Santa Cruz de la Sierra como en la ciudad de La Paz, todas las acciones que desarrollaba Luis Fernando Camacho, devenido en el líder preferido de las derechas.
En la mayor parte de la programación, se transmitía el paro que lideraba, los cabildos que organizaba, su voz recorría todos los canales y la cámara siempre se encontraba ubicada del lado de las movilizaciones, cuyos participantes eran construidos como los “defensores de la democracia”.
Camacho era endiosado, no se mostraban los excesos y la violencia que protagonizaba. Si bien, la mayoría de los medios privados asumieron esta posición, fueron Página 7 y Unitel los medios que se constituyeron en el instrumento más efectivo para la construcción de opinión pública en contra de Evo.
En este marco, un hecho altamente llamativo es que una de las primeras instituciones públicas que tomaron los grupos golpistas fue el canal público Bolivia TV, antes de la renuncia de Morales. No fue el Palacio del Quemado, no fueron las empresas estratégicas recuperadas por el Estado como YPFB, tampoco la Asamblea Legislativa.
Lo primero que hicieron fue tomar un medio de comunicación, que mientras se sucedían los hechos de violencia en las calles, estaba transmitiendo novelas y repetía programación. En ese momento, obligaron a los y las trabajadoras a dejar sus puestos de trabajo.
Segunda etapa: Durante – Blindaje del golpe.
Las cámaras dejaron de transmitir las manifestaciones y se ubicaron del lado represor. Quienes se movilizaban, ya no defendían la democracia, sino más bien eran “vándalos, hordas masistas, delincuentes”. Eran estas “turbas enardecidas” que bajaban desde El Alto a saquear, incendiar y violentar las calles de La Paz.
Se construyeron así estigmatizaciones de los sectores que se manifestaron en defensa de la whipala – que había sido quemada públicamente por fuerzas policiales en esos días- y que denunciaban el golpe de Estado suscitado contra el primer presidente indígena, que restituyó derechos negados a las poblaciones más vulneradas del país.
El discurso mediático apelaba a la figura de vándalos, pero no circularon imágenes de ningún apresamiento. Un relato se iba construyendo eligiendo qué mostrar. Como los cabildos que se desarrollaron en contra de la autoproclamación del gobierno de Jeanine Añez, la quema de las casas de los ministros del MAS, y las amenazas y persecuciones de las que fueron víctimas quienes cumplían funciones en el gobierno.
Todo silenciado, no había lugar en los medios para estos acontecimientos. El mecanismo fue la supresión.
Las imágenes de esos días en las tapas de los diarios muestran como un hecho normal un gobierno autoproclamado y un militar colocando una banda presidencial. “Jeanine Añez es la nueva presidenta de Bolivia” o “Asumió la presidencia de Bolivia”, titularon en la primera plana, no hubo lugar a interrogantes o cuestionamientos.
Unitel y Red Uno estaban, en cambio, preocupados en mostrar la casa del presidente Evo Morales. Se juzgaron sus bienes, como si un presidente de cualquier país no tuviese ese tipo de accesos comúnmente. Subyacía ahí la imagen del indio que tenía un lujo que no le correspondía. Mientras tanto, la represión y el asesinato de manifestantes no terminaba, pero no era transmitido.
Inmediatamente, la ministra de Comunicación del gobierno golpista, Roxana Lizárraga, en forma pública previno a los periodistas internacionales de no realizar lo que ella catalogó de sedición. Frente a estas expresiones persecutorias, los periodistas locales tenían, sobre sus palabras y sus letras, un control más estricto aún.
Las amenazas a dueños de canales que no se encolumnaron rápidamente, se multiplicaron. Las indicaciones fueron siempre claras, cambiar las líneas editoriales y ocultar los muertos. Las consecuencias de no hacerlo, la persecución judicial. En ese momento, el diario La Razón era el único que mencionaba a las personas fallecidas.
Cuando los muertos por la represión se hicieron inocultables, la estrategia mediática fue repetir las palabras del ministro de facto Arturo Murillo, que insistía que los manifestantes se mataban entre ellos por la espalda. Un caso particular se dio cuando se reprimió con gases el cortejo fúnebre de muertos en Senkata, en el que los noticieros insistían en que los cajones estaban vacíos, dejando de lado la violencia que se estaba desarrollando.
Parte de la ciudadanía boliviana comenzó a molestarse con los y las periodistas, el malestar subió y en ocasiones sufrieron increpaciones por las calles. En algunos casos, el desconcierto fue tal que hasta se amenazaba a estudiantes de comunicación que intentaban registrar en las calles. Momentos de mucha confusión y desamparo.
Tercera etapa: Hoy- Invisibilización del sujeto indígena
Si algo había logrado el gobierno de Evo Morales fue la reparación histórica a los 36 pueblos y naciones originarias bolivianas a partir de la puesta en vigor de una nueva Constitución Política del Estado, que transformó la República en un Estado Plurinacional. La Whipala, como símbolo nacional, también recuperó su lugar de enunciación y los sectores de la población que la defienden, lograron ser sujeto de visibilización.
Con el golpe, se animalizó al indígena. ¿Y por qué afirmamos esto? Porque la nueva tarea de los medios de comunicación es ocultar al indígena. Y si lo muestran, es para estigmatizarlo. Abundan las coberturas clasistas y racistas. Las líneas editoriales de la programación central han virado, los métodos de la censura y la instalación del miedo y las amenazas de intervención judicial, provocan autocensura.
Las necesidades del gobierno golpista son cubiertas por los medios privados y públicos. Estos últimos fueron intervenidos y así vimos que el periódico Cambio cristalizó su rotundo viraje y pasó a llamarse Bolivia. Además, borraron del mapa mediático a Telesur y Russia Today. Todas las voces se dirigen hacia un solo lugar.
Se ha normalizado la violencia y la represión dictatorial. Se ha vuelto a poner en relevancia la eterna “civilización o barbarie” que atraviesa nuestra historia latinoamericana. Los masistas se transformaron en hordas. Se trata de dejar claro que son salvajes quienes invaden La Paz para desatar el caos. Las definiciones neocoloniales abundan, los indígenas son animales, inferiores, bárbaros. Una tapa de El Diario del 16 de noviembre titulaba “Grupos subversivos armados impiden pacificación del país”, y este sigue siendo el tono imperante.
Ya los Wikileaks nos dejaron ver la relación que hubo entre la CIA y los medios de comunicación bolivianos en el 2008, cuando el golpe cívico prefectural intentó, sin éxito, llegar al punto en que en la actualidad está el Estado Plurinacional. Hoy nos resta poder desandar algunos caminos para quizás obtener informaciones similares.
Lo que sí podemos saber y ver, es que finalmente el sujeto indígena es el más perjudicado en todos estos hechos. Ha puesto los muertos, su historia y su presente en juego, pero los grupos concentrados de poder insisten en revivir el sometimiento. Parece que es un actor del que temen, un actor político fuerte que debe hoy levantarse nuevamente para demostrar que su civilizada barbarie está más viva que nunca, y en lucha.
Magalí Gómez es docente/investigadora del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte, de la Universidad Nacional de Lanús. Yamila Campo es investigadora del departamento de Comunicación del Centro Cultural de la Cooperación (CCC). Autoras de “Bolivia en 2008: el espacio mediático” del libro Por Otros Medios. Medios de comunicación y golpes en América Latina (2002-2016) editado por el CCC. Nota distribuida por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)