Por Lidia Ferrari
La sociedad civil, eso que Gramsci llamaba la trama privada del estado, es capturada por las redes sociales, por la guerra de la información, y muy trabajada en los países donde han asumido gobiernos emancipatorios o países donde la lucha política ha abierto una posibilidad a proyectos emancipatorios.
El neoliberalismo y sus narraciones entran en nuestras casas, llegan al último de los rincones porque van con nosotros en nuestros dispositivos electrónicos. Llegan directamente al interior del alma de cada persona. Nos encuentran en su soledad y le hablan. La llegada a través de la televisión y la radio es potente. Pero la información que nos llega por Facebook y por WhatsApp es altamente personalizada, se nos pega sin que debamos hacer nada. No es en ese momento de pausa cuando nos sentamos a mirar televisión. Llega en todo momento. Nos asalta, nos llama, nos requiere, nos interpela, nos obliga a responder. Sólo podemos no responder cuando hayamos decidido abstenernos.
Si alguien se ocupa de indagar las redes sociales de bolivianos que están en este momento a favor del golpe de estado en Bolivia, se encontrará con que han sido bombardeados por consignas, proverbios, solicitaciones, imprecaciones, advertencias, convocatorias que tienen un tono perentorio y autoritario. Hay un dogma que se reitera una y otra vez. Desde afuera uno lee y escucha mentiras, invenciones descabelladas. Pero, si se lee el itinerario periódico, se encontrará una línea narrativa coherente que ha conducido a que estas personas consideren como verdades estos mensajes que reciben. Estas verdades proclamadas y reiteradas son tomadas como banderas. La interpelación es clara. Les llegan mensajes continuos en los que se denuncian las tropelías, corrupciones que realizan, en este caso, los líderes del Mas o Evo Morales. Continuamente se les muestran situaciones en las que estos líderes están arruinando o amenazando su vida.
Estas personas dispuestas a odiar a cierto prójimo han sido arrojadas a eso a partir de narraciones que desde hace décadas -mucho antes, pues es parte de la constitución no igualitaria de las sociedades que portan el germen de la jerarquía y la desigualdad social inscripto en su matriz cultural- les advierten que son una amenaza para ellos. Esto no es ninguna disculpa para quienes sostienen esta manera de estar en lo social con sus semejantes. Pero intenta entender por qué sucede que las banderas más reaccionarias, desiguales y racistas sean levantadas por las clases populares.
Al ir a leer lo que comparten estas personas moralmente indignadas contra los partidarios de Evo, de Lula o de Kirchner, cuando vamos a leer sus Facebook -no quiero imaginarme sus WhatsApp- estamos en presencia de un aparato gigantesco de propaganda que llega al corazón de los más frágiles. Si creemos que están surgiendo personas fascistas por todos lados, sin entender que están siendo “domesticadas” para fines ideológico-políticos, los aborrecemos y podemos llegar a odiarlos, lo que es el efecto deseado del Divide et impera en clave neoliberal. No nos sirve para tratar de entender cómo es posible su emergencia y sus razones. Decir que hay una derechización del mundo no explica cómo ni por qué estaría sucediendo.
Lidia Ferrari