BOLLOS SUIZOS [Cumpleaños sin ti]

Por Anamelm

Esta es una entrada muy triste.

He dudado y mucho, sobre si compartir esta herida con vosotros. Pero lo necesito. Desde que mi madre inició la quimioterapia, yo escribía en el blog sólo para ella. Contaba todas las tonterías que me pasaban, hacía el payaso, sólo para hacerla reír en sus largas sesiones de hospital.

Desde que nos ha dejado, nada es lo mismo. No sé para quien escribo, para quien cuento tonterías ni por qué sigo siendo una payasa.

Pero aquí estoy.

Voy a publicar lo último que he escrito para ella, por ella. No es una entrada corriente. Es un relato. Escribo relatos, aunque no los publico. Uno sobre ella. Y sobre mí. Sobre la ausencia. Es mi regalo de cumpleaños, en su primer cumpleaños sin ella. Con el regalo, traigo bollos suizos, esos que siempre le hacía cuando iba a verla, esa receta que anoté mil veces en sus cuadernos. Sus preferidos.

Bienvenidos a mi herida. 

[UN MAPA PRECISO DE TELARAÑAS]

Las telarañas lo han invadido todo.

Hasta donde abarca mi vista, no hay otra cosa que delicadas y densas telas de araña, tejidas pacientemente, hilito a hilito, hasta formar inmensas llanuras sobre los estantes, poderosos valles en los recodos del suelo, sinuosos caminos de telarañas entrelazadas sobre las cortinas.

Telarañas.

Y nada más.

Ni siquiera las arañas que las tejieron se quedaron. Se fueron con todos los demás. Era demasiado triste.

Una mosca esperó vanamente ser devorada junto a la macetita de la orquídea. Cadáver de mosca y cadáver de flor. Poético.

Abrir la puerta no ha sido una tarea fácil. La tristeza salió desde la casa hacia mí, buscando un cuerpo que abrazar, una soledad en la que instalarse. Y me encontró.

Yo estaba allí, de pie, mi cuerpo tejido en recuerdos, en momentos, en palabras libres y también en palabras presas que no fueron dichas, y que ya nadie más podrá pronunciar en su sentir original.

No sabía qué esperar. La llave gira, porque la hace girar mi mano, mi mano consciente de la llave que quiere abrir una puerta. Mi mano ignorante de por qué quiere hacerlo.

Volver.

Volver como si nada. Y como si todo.

Y encontrarme de pie, atravesada la puerta por la distancia de un sólo paso, de un sólo latido agónico que convoca al siguiente con ritmo arrastrado, sin ganas.

Encontré detrás de la puerta lo que esperaba. Nada más. Ahora que lo veo desde la distancia que me da no estar allí en este instante, debo decir que tampoco encontré nada menos.

Allí estaba todo. La casa, con su gran salón cuadrado, los puzzles que hicimos hace diez navidades, los sofás para los que buscamos unas telas que conjuntaran bien con las paredes, la mesa de café y la lata de las galletas guardada en su cajoncito.

Había más. Los armarios, ya vacíos de sus cosas, se encontraban completamente desbordados por su ausencia. Se podía ver, al abrirlos, que de las perchas que habían sostenido sus vestidos, colgaba una tristeza infinita, pesada, estremecedora.

La falta de sus pequeñas cosas invadía sin tregua el cuarto de aseo, donde no hace tanto estaban sus pintalabios y sus perfumes, que compartía conmigo cuando iba de visita, porque siempre olvidaba llevar los míos.

La ausencia de las toallas siempre dobladas sobre mi cama, con la caricia de su mano antes de dejarlas allí.

Y grandes telarañas cubriendo todo lo demás. Las cosas sin importancia. El reloj de la cocina, las sillas, los espejos, todas las cosas que no contaban. Esas pequeñas cosas en las que ella nunca estuvo.

Las telarañas delgadas, pequeñas ingenierías cotidianas que se posan sobre lo que no importa, para decirnos donde está. Son un mapa preciso de todas las cosas que no son sentidas por nadie, lo que nunca fue amado: el taburete de alcanzar cosas en la cocina, esa extraña columna de mármol que alguien nos regaló en un momento perdido de nuestra memoria, y la caja de sus medicinas.

La casa estaba extraña, porque no había cambiado en nada, no se había movido ningún mueble, ni abierto ningún grifo, ninguna planta se había atrevido a crecer en todos esos días. Y era otra. No era la casa vivida, sentida y llenada por ella.

Allí sólo quedábamos las cosas que no importaban, y yo.

También estaba ella, sólo sentida. Ella no caminando por el pasillo con sus zapatillitas de flores; ella no preparando café mientras me invita a hacer bollos suizos; ella no contándome las novedades familiares de la última semana.

Y mi presencia.

Mi presencia huérfana, encogida, aturullada por el estruendo del silencio. Siendo pequeña bajo el manto de telerañas y entendiendo que todos los objetos no se habían alterado, porque ya nada será igual.

Ya lo recuerdo.

Justamente, eso era a lo que había venido. A saberme desde aquí, a sentirme desde su ausencia. Sabía que en algún momento recordaría el porqué de mi regreso.

Qué cabeza tengo desde que ella no me recuerda las cosas importantes.

CAL 335,9 · HC 56,2 · PR 8,7 · GR 9,6 [100 G]

CAL 192,4 · HC 32,2 · PR 5,0 · GR 5,5 [POR BOLLITO] 

INGREDIENTES

[16 BOLLITOS DE 60 G]

Harina de fuerza, 550 g

Leche de avena*, 250 g

Huevos, 2

Azúcar moreno, 90 g

Sal, 5 g

Levadura seca de panadero, 3 g

Mantequilla** a temperatura ambiente, 80 g

Huevo, para pintar

Anís y azúcar, para la cobertura

*Si no eres intolerante a la lactosa, no hay ninguna razón para no usar leche de vaca

** Nota para intolerantes. Esta receta es apta para intolerantes a la lactosa. Casi todos los intolerantes podemos tomar mantequilla normal, dado que la presencia de lactosa es residual, pero si tú no puedes, existen mantequillas especiales en el mercado.

MODUS OPERANDI

Lo primero que vamos a hacer es un prefermento, que ayudará a que nuestra masa se porte mejor con nosotros, y leve más feliz y más hinchadita.

En un bol, ponemos 100 g de harina, 100 g de leche y toda la levadura. Lo mezclamos bien, lo dejamos tapado y esperamos a que burbujee la masa.

El tiempo que tarda dependerá de la temperatura ambiente, a más calor más rápido trabajan las levaduras. Si hace mucho frío, yo siempre cubro las masas con una mantita polar ligera [para que en caso de que desborden el bol, no se vean aplastadas], esto ayuda mucho.

Una vez tengamos el prefermento lleno de burbujas, pasamos a terminar la masa. Incorporamos al bol del prefermento todos los ingredientes excepto la mantequilla, y los mezclamos hasta tener una masa más o menos  homogénea.

La pasamos a la encimera, y empezamos a amasar. Lo hacemos en ciclos, esto nos facilitará la vida: amasamos un minuto, descansamos dos, amasamos otro minuto… hasta que la masa vaya estando tensa. No va a estar muy lisa de momento, no desesperes.

Cuando la masa esté más o menos lista, le añadimos la mantequilla y la amasamos otro poco más. Ahora sí debe quedar lisa. Aunque esta vez la he hecho a mano, lo cierto es que para masas dulces suelo usar un robot de amasado con ganchos, porque son masas muy pesadas de trabajar, se tarda en que desarrollen bien y acabas con los brazos molidos…

Una vez lista la masa, la dejamos levar hasta que doble su volumen. Puedes dejarla en la nevera toda la noche, o a temperatura ambiente entre 1 y 3 horas, según el frío que haga [a más frío, más despacio leva].

Cuando haya doblado su volumen, volcamos la masa a la encimera ligerísimamente enharinada, y la desgasificamos con cuidado [sacamos el aire presionando suavemente con las manos, sin desgarrar la masa]. La extendemos y la porcionamos con un divisor de masas [o cuchillo afilado en su defecto].

Yo hago un rectángulo de masa, y le hago unas marcas previas al corte, para calcular que queden porciones iguales. Luego podemos arreglarlo, tampoco hay que agobiarse con esto. Para porciones de 60 g, haz 16 trozos. Puedes hacer los bollos del tamaño que quieras, claro. Lo habitual es de 30 g [minis], 60 g [pequeños], 90 g [medianos] o 120 g [tamaño hamburguesa]. Pero si a ti te gustan de 75 g, adelante con ello.

Preparamos la encimera, dejando un espacio libre y enharinado para colocar las porciones; y dejando otro espacio libre y sin harina para bolear los bollos.

Cortamos la masa, y pesamos las porciones [pon un poco de harina en el peso], que deberán pesar aproximadamente lo mismo. Si vemos que alguna se sale del peso, le quitamos un trocito o se lo ponemos de otro lado para ajustar. No pasa nada, aunque es mejor hacerlo lo menos posible, porque así el boleado será más rápido y eficaz.

Dejamos cada porción de masa en el lugar que habíamos preparado en la encimera, sobre la zona de harina. Las colocamos con la parte enharinada [de la harina que habíamos puesto en el peso] hacia abajo, queremos que cada porción tenga harina sólo en un lado, nunca en los dos.

Una vez hayamos terminado, comenzamos a bolear.

Para ello cogemos una porción. Ya hemos dicho que la porción tiene harina sólo por un lado. Colocamos la porción de masa en en espacio reservado para bolear [la parte de la encimera que NO tiene harina] con la harina hacia arriba. Sí, hacia la mano. Se pegará ligeramente a la encimera, es lo que debe ocurrir.

La cubrimos con la mano colocada como un cucharón, y la boleamos usando los dos laterales de la mano, las puntas de los dedos y la base de la muñeca. Como la harina está del lado de la mano, la masa rodará fácilmente, creando resistencia en la encimera, lo que permitirá que le vayamos dando tensión según la vayamos trabajando.

Esto es complicado de explicar, pero en panarras lo han hecho de una forma clara, didáctica y con dibujitos.

Una vez los tenemos listos, los cubrimos con papel film o con un paño, y los dejamos levar por segunda vez.

Precalentamos el horno a 250 ºC, calculando lo que va a tardar nuestro horno en alcanzar esta temperatura.

Cuando hayan levado de nuevo [45-90 minutos] los greñamos con un lamé o cuchilla de pan [o cuchillo muy afilado en su defecto], y los embadurnamos con huevo batido.

Para la cobertura, ponemos en un cuenco un poco de azúcar y le añadimos anís hasta tener una textura húmeda y grumosa. Ponemos un poco de este engrudo sobre cada bollo, en la apertura del greñado.

En realidad esto es opcional, se puede hacer con agua en lugar de anís [en ese caso, te aconsejo poner vainilla a la masa para acentuar un poco el sabor] o se pueden poner otras coberturas [almendra laminada, leche, azúcar sin más…] 

Y vamos al horno.

Bajamos el horno a 200 ºC y los horneamos hasta que estén dorados. Estos, de 60 g tardan 10-12 minutos, pero conforme aumenta el tamaño, también aumenta el tiempo.

Un último consejo: Los bollos de 30 g se hornean a 225 ºC unos 6-7 minutos, y los bollos de 120 g ya conviene hornearlos a 180 ºC unos 20-25 minutos. La razón es simple: A menor tamaño, antes llega la temperatura al centro del bollito, y se cuecen uniformemente con mucha temperatura y poco tiempo, que es lo ideal. Conforme los bollos son más grandes, empiezan a dorarse por fuera sin estar cocidos en el interior, y toca bajar la temperatura y alargar el tiempo para que cuando se doran por fuera, no estén crudos en el centro.