Cuando debutó, en los años cincuenta, Luis García Lecha (1919-2005) se ganaba la vida como funcionario de prisiones. En 1962, cuando ya había logrado hacerse un nombre (bueno, varios, porque utilizó unos cuantos pseudónimos, como veremos) en el mundillo de la literatura popular, solicitó la excedencia y se centró en su carrera literaria hasta los ochenta, cuando las novelitas empezaron a perder el favor del público, reingresando al servicio activo en la cárcel hasta su jubilación. Tremendamente prolífico, García Lecha escribió más de dos mil novelas (casi setecientas de ciencia ficción), entre las que hay unas cuantas con presencia de fauna mesozoica o dinosauroides, además de un buen número de guiones de tebeos, destacando en Hazañas bélicas (lamentablemente, sin dinosaurios).
“Obraron con el tiempo justo, porque apenas se habían escondido, agazapados detrás de unas altas hierbas, apareció un enorme animal, haciendo que los ojos de Fernando y de sus compañeros, se desorbitaran ante la estupefacción que les invadió al presenciar el monstruo, de más de veinticinco metros de longitud, por unos seis u ocho de altura, con un cuello y una cola larguísimos, en comparación con las patas, cortas, pero de una reciedumbre inmensa, armadas de unas garras de aspecto estremecedor. El animal pasó lentamente, moviendo su pequeña cabeza al extremo del esbelto cuello a un lado y a otro, y durante unos inacabables segundos durante los cuales el cuerpo de Fernando se cubrió de un frío sudor, pareció como si la bestia fuera a adivinar el lugar donde estaban ocultos aquellos seres insignificantes en comparación con ella.
¡Un diplodocus! – exclamó, estupefacto, Fernando, que hasta entonces había pensado hallarse en alguna región inexplorada de la Tierra, en lugar de en la Prehistoria. Pero que se hallaban en ésta se lo demostró la serie de diplodocus que, siguiendo el ancho camino abierto por el primero que parecía ser el jefe de la manada, pasaron y pasaron durante un periodo de tiempo que a aquellos cinco hombres se les hizo interminable”.
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[1] Se trata de un homenaje a Max Carrados, un personaje creado por el novelista inglés Ernest Bramah.