Una de las primeras cosas que aprendemos los chicos al convivir con mujeres es a valorar sus bolsos. Esto no es un dato empíricamente comprobado pero es una realidad.
Los bolsos esconden el universo femenino: tremendamente complicado, difícil de explicar e imposible de entender.
En el bolso de una chica hay tesoros de valor incalculable para el género masculino que van desde el paquete de clínex al cargador del móvil pasando por el bolígrafo, el mini-block de notas, la botella de agua y el cigarro socorrido o el mechero más difícil de encontrar de la historia de la humanidad. Todos están ahí en el momento más oportuno, pero estoy convencido de que quien descubrió el fuego no fue una mujer.
Ahora bien, esto no queda ahí. En todo bolso de mujer hay misterios por los que es mejor ni preguntar, insondables cuestiones que ellas no quieren revelar y necesidades tan profundas que son imposibles de confesar. A mi hermano siempre le doy el mismo consejo: “tú ahí no metas la mano que vas a salir mal parado”, y eso que apenas supera los diez años... Creedme cuando os digo que a veces ese impulso es irrefrenable. Porque a todos nos gustaría bucear en las inmensidades de lo desconocido aunque también es verdad que no nos enteraríamos de nada, así que mejor no arriesgar.
Da igual el tamaño que tenga, las mujeres llevan de todo en el bolso. Sin embargo, el milagro del bolso femenino alcanza más allá de los objetos que porta en su interior. Para nosotros, el verdadero valor del bolso de una mujer se encuentra en los beneficios que nos presta. Porque el bolso de una chica (ya sea madre, hermana, novia o amiga) sirve para desahogar nuestros asfixiados bolsillos de cartera, móvil, llaves, gafas y demás objetos de difícil portabilidad cuando viajas con lo puesto. ¿Qué chico no ha dejado algo en casa por no tener que cargar luego con ello?
Más allá de los bolsillos, hay bolsos que portan almas. Tampoco hay datos contrastados sobre esto, pero un servidor conoce centenares de casos registrados de varones que frecuentan las discotecas de grandes, pequeñas o medianas ciudades con la única finalidad de encontrar una mujer con un bolso lo suficientemente espacioso para compartir dos vidas en su interior.
En este sentido hay bolsos de muchos tipos: de una noche, interesados, algunos más o menos estables, otros cargados de pañuelos para consolar, bolsos que sabes que estarán siempre que lo necesites, confidentes, esporádicos, para tres, de los que no te quieren llevar las cosas ni dejan que otro te las guarde y, sorprendentemente, hay algunos que pretenden ser tu bolso para toda la vida y lo peor es que tú te lo crees.
Con estos últimos hay que tener cuidado porque tampoco es bueno hacerse ilusiones. Todavía queda lo peor. La parte más jodida llega cuando por fin crees que has encontrado el bolso perfecto, cuando te imaginas que estará ahí para siempre, todo va rodado, eres feliz, te sientes pletórico y no hay más que aire en tus bolsillos porque has encontrado el bolso a tu medida que te ayuda a llevar todas tus cargas. Pero, de repente, sin saber cómo ni por qué, sin previo aviso la cremallera se cierra de golpe. Todo queda sellado por una pequeña hilera de dientes que encajan unos sobre otros sin que tú entiendas muy bien el funcionamiento de ese extraño mecanismo. No hay lugar para más "guárdame esto por favor" o "dame mis llaves", lo que dejas dentro jamás volverás a recuperarlo. Simplemente te quedas parado y ves como ese bolso se aleja y desaparece en el infinito llevándose parte de ti en el bolsillo interior, junto al pintalabios.
Publicado en Revista BeYourself (abril 2012)