Toca hacer nuevos agujeros en el cinturón para que apriete más. El etéreo estado del bienestar, una buena tentativa frustrada antes de su desarrollo para acercarnos a la Europa del norte, centra alguna algarada. Es un tema perfecto sobre el que hablar y hablar sin decir nada, especialmente indicado en campañas electorales. Pero lo que está en juego no es ese concepto tan maleable y subjetivo, sino algo más profundo, cuyos cimientos enraizan en el terreno de la justicia social. Está en juego el maestro y el médico, el enfermero, el auxiliar, hasta el camillero. Gracias a ellos somos más persona y menos mercado. Si ellos faltan, si se van a otro país o se ponen detrás de un mostrador a vender bocadillos prêt à porter en vez de hacer lo que saben y para lo que están preparados, el déficit económico salta al terreno social, contagiando de pobreza a todos. Y este déficit es una bomba de relojería lista para estallar más allá de los cuatro años de una legislatura.