“Primer viaje sola y vengo a morir en pleno vuelo”, pensé. No es exageración. Íbamos sólo seis personas y los que se hicieron pasar por más guapos, terminaron rezando al mismo ritmo que Carla y yo lo hacíamos. Pero llegamos. No recuerdo para nada el camino del aeropuerto al hotel, pero sí que alguien dijo: “no me voy a volver a montar en esta tara”; algo que me dio mucha risa porque en esa misma regresaríamos a Caracas tres días después.
Lo más bello de Bonaire se esconde bajo el azul turquesa de sus aguas. Toda una ironía para mí que le tengo pánico a los corales. Pero sí. Cada año, turistas de distintos lugares del mundo llegan a esta isla holandesa, situada en pleno mar Caribe, para disfrutar del buceo o el snorkeling; o para simplemente estar en un sitio tranquilo y amable, donde todos se conocen.
Bonaire no es un lugar para ir de rumba, no. Los restaurantes-bares cierran sus puertas a las 11:00 pm. Es una isla tranquila, apreciada por su buen clima para el windsurf -la disciplina más importante después del fútbol- o para practicar kayak; para manejar bicicleta; para estar en contacto directo con su paisaje y la naturaleza. Tres días son suficientes para conocerla completa. De cuatro en adelante, es perfecta si quieres relajarte más.
Para graficarlo un poco, Bonaire es un poco más grande que Aruba, pero menos desarrollada; su economía se basa en el turismo, la exportación de sal y el petróleo, y esa es la razón por la que recibe en un año, casi la misma cantidad de turistas que llegan a Aruba en un mes. Estamos hablando, aproximadamente, de 60 mil visitantes. Por eso, las camas disponibles en todos los hoteles no son más de 1500. Bonaire es silenciosa e insisto, todos se conocen.
Éramos cuatro y a todos nos pusieron un brazalete azul. Al segundo día, en Kralendijk, la capital; ya todos sabían que éramos los venezolanos. Si entrábamos a una tienda donde vendían franelas, nos recibían con algo como: “Los de la joyería me dijeron que ya habían pasado por allá. Acá también vendemos cosas lindas”. Si llegábamos a comprar un helado, no era de extrañar que nos dijeran: “El ice cream de aquí es más rico que el que se comieron ayer en no sé dónde”, y así.
La mejor manera de disfrutar Bonaire es estar lo más cómodo posible. Un buen punto para iniciar el paseo es al principio de Kaya Grandi, la calle principal, en la que hay restaurantes por un lado, y tiendas por el otro. Como todo el tiempo se tiene que caminar derecho, no hay pérdida alguna. Vas conociendo gente; mientras no dejas de mirar el mar en ningún momento y, si tienes suerte, puedes tomarte fotos delante del gran barco que conecta a Bonaire con Curazao y Aruba; claro, también lo puedes abordar y visitar estas islas vecinas. Nosotros, como buenos venezolanos, hicimos un pacto. Nos tomaríamos una cerveza en cada lugar, desde el principio del recorrido hasta el final. ¿Será por eso que nos conocían? Tampoco es que era muy largo.
En la isla no hay transporte público. Las opciones son: un taxi o los servicios de tours privados de los hoteles, que son ideales para llegar a las zonas de buceo, al parque nacional, a las playas, a la historia. Pero de eso sabe mejor la Corporación de Turismo de Bonaire y al final les dejo un link que pueden revisar a su antojo. ¡Buen viaje!