Bondage – @Netbookk

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

La batalla ha sido larga y muy dura. Las últimas luces del sol, iluminando los cuerpos, consiguen arrancar delicados brillos de las lacas que recubren las armaduras de los Samuráis caídos en la lucha, creando belleza hasta en los paisajes más lúgubres. Dicen que Aokigahara está maldito, lleno de los espíritus de los muertos que pueblan sus senderos y que sus Sugi alimentan sus raíces con la carne de los muertos, pero ya es demasiado tarde para volver.

Llevo más de dos horas corriendo detrás del Ronin enemigo y estoy cansado, pero no dejaré de hacerlo por el honor de mi clan, mi Sōsofu no lo hubiera hecho jamás. Cada vez el bosque de cedros está más oscuro y los sonidos de la batalla quedan amortiguados por la creciente distancia. Estamos solos mi enemigo y yo. Puedo escuchar latir tan fuerte mi corazón por el esfuerzo, que temo ser un blanco fácil para alguna flecha enemiga y decido detenerme hasta aquietar la respiración agitada. A mí alrededor todo es oscuridad y silencio. A contraluz, puedo ver el vapor que sale de mi cuerpo, excitado, sudoroso por la carrera. Al cabo de unos instantes, consigo escuchar un pequeño tintineo justo delante, a pocos metros de mí posición. Trepo, sigiloso, al tronco de un Sugi , intentando aguzar el oído y, buscando entre las sombras, consigo ver cómo, justo abajo, unas ramas se apartan bruscamente y un reflejo rojizo aparece en el claro…

Del siglo XV al XVII Japón vivió inmerso en una etapa de guerras entre distintos Daimyō. Cada señor feudal, representando un clan, defendía sus tierras usando campesinos y samuráis que utilizaban sus distintas técnicas de guerra para vencer al enemigo. Mis antepasados ya se hicieron famosos bajo el Sogunato de la familia Tokugawa, en el noble arte del Kinbaku, una de las formas más refinadas de Shibari o, como ahora se le conoce: Bondage.

Como todo arte, el Shibari requiere de una gran concentración y destreza, pues se trata de inmovilizar al enemigo sin hacerle daño, al menos al principio… Mi familia fabricaba sus propias cuerdas con fibras naturales y ha mantenido siempre en secreto sus técnicas, mostrándolas sólo, en contadas ocasiones y exclusivamente a otros destacados Samuráis. No sólo se trata de inmovilizar al enemigo en caso de guerra, sino de hacerlo de una forma elegante y efectiva.

Está noche doy gracias a todos los Dioses que me permitieron aprender de mi padre lo que él aprendió del suyo, transmitiendo de generación en generación la sabiduría de la familia. Siento cómo sus espíritus me guían y me lanzo, a ciegas, contra la sombra que se acerca…

-No te muevas, no vas a poder liberarte -, le digo a la figura informe que ahora tengo delante colgando de la rama baja de un Sugi. Su piel, empapada de sudor como la mía, refleja el pálido brillo de la luna que asoma entre las nubes – no vas a poder deshacer los nudos y tus compañeros están ya lejos. La lucha ha sido cruenta, sí, y en el fragor de la batalla, he podido distinguir tu silueta portando a la espalda el estandarte enemigo adentrarse en el bosque y te he seguido, de cerca pero cuando has caído por el terraplén y has desparecido, creía que te había perdido la pista. La niebla se cerraba cada vez más en este bosque tan lóbrego y espeso, pero el ruido del Gusoku te ha delatado. Ha sido por eso, porque no me vieras llegar, por lo que me he desnudado rápidamente. Vestido solo con un fundoshi y armado con mi cuerda de 9 metros y una wakizashi, he trepado a los árboles para sorprenderte en tu huida, pensando que estarías tan ocupado buscando a tu alrededor, que no se te ocurría mirar hacia arriba.

Apostado en lo alto de este mismo cedro te he visto llegar, y despojarte de la pesada yoroi dejándote puesto tan sólo un fino shitagi. Ha sido entonces, al dejar tus armas a un lado cuando he saltado para inmovilizarte. Primero, como manda la tradición, el tronco y los brazos, pero como no parabas de removerte, se ha roto el fino kimono. Después, cuando te he tumbado en el suelo, las piernas, que me han llamado la atención por lo finas y suaves. Pero tú no has dejado de luchar ni un instante. En la refriega has rasgado mi fundoshi dejando mi virilidad al descubierto que espoleada por la excitación del momento se te ha mostrado en todo su esplendor…

No puedes moverte pero has sido muy hábil y me has dejado sin habla, girando la cara y atrapando mi sexo excitado con tus labios cuando estaba atándote las manos y he rozado tu rostro sin querer. No he sabido reaccionar al principio, pero cuando tu lengua ha acariciado mi deseo exaltado de abajo hacia arriba haciendo gala de una gran habilidad, he tenido que agarrarme a lo primero que he pillado… al hacerlo he rasgado tus vestiduras dejando al descubierto la piel más blanca que haya visto nunca. Un pecho pequeño y firme se ha escapado entre las telas y un suave rastro de vello, negro como la noche, reina entre tus piernas. En el silencio del bosque solo se escucha el ruido de tu boca al chupar y eso me está excitando más que la lucha…

Y de repente, dejas de acariciarme con tus labios y escucho tu suave voz:

-Quítame el Kabuto – has susurrado suavemente.

Y, al hacerlo he podido observar el brillo febril de tu mirada y como se derramaba una hermosa cascada de pelo negro…

-Te odio – me has dicho bajito, obligándome a acercarme aún más, mirándome con furia – No sólo me has vencido, inmovilizado y desnudado, sino que me has humillado. A mí, a la hija de un Samurái… Pero sobre todo te odio porque estoy descubriendo, en contra de lo que creía, que me gusta esta sensación desconocida hasta ahora…

Y cerrando los ojos, vuelves a atrapar hábilmente mi sexo enhiesto entre tus labios, mordiendo con picardía su punta y relamiéndote al comprobar que tiemblo como una hoja cuando lo haces… Me encanta esa mezcla de rabia y deseo entre la bruma del amanecer de un bosque perdido. Del fragor de la batalla, de la lucha a muerte, hemos pasado a la lucha urgente por satisfacer el deseo.

-¿Quien ha vencido en la lucha? – te pregunto acercándome a tu cara y besándote con furia – ¿Yo, que te he atado e inmovilizado, o tú, que solo con tu boca, con tu lengua eres capaz de hacerme temblar así…?

No te dejo contestar, esta vez soy yo quien mete mi sexo en tu boca y me dedico a disfrutarnos, mientras voy ajustando los nudos. Apretado aquí, aflojando allá hasta componer con tu cuerpo entregado la más bella estampa. Pero, al acabar de manipular las cuerdas descubro, como un pintor observando el lienzo, que me sobra tela sobre tu cuerpo… Me quito lo que me queda a mí y desnudo voy rodeándote andando despacio a tu alrededor. Con la wakizashi, voy cortando la tela que sobra, dejando tan sólo la que protege tu suave piel de la áspera cuerda. Y mientras lo hago, te voy rozando con mis manos, con mis piernas, apoyo mi pecho sobre tu espalda. Te abrazo fuerte. Dejo mi sexo, al alcance de tus manos pero no las dejo cogerlo… y eso te enfurece. Acarició tus piernas plegadas y atadas. Hago que mis manos, entrando por la cara interna de tus muslos, no paren hasta comprobar la humedad de tu sexo, para después acercar mi boca, besándolo con delicadeza y penetrándolo con mi lengua sin contemplaciones, mientras mis dedos pellizcan los pezones duros y arrogantes, de tus pequeños pechos. Y así, pasamos la noche…

Nuestros gemidos de placer han sido la melodía de un bosque recién amanecido, hasta que un insistente sonido nos ha traído de vuelta al mundo real.

-Mi móvil. Espera y voy a por él – he dicho mientras salía corriendo hacia el árbol donde había dejado mis cosas.

-Está amaneciendo, debe ser la señal para acabar el ejercicio – me has dicho tú, con voz triste.

-Sí. Es un mensaje. Nos convocan a todos los empleados en la puerta y nos pasan la localización. Dicen que están preparando el desayuno. El ejercicio ha terminado.

-Es hora de desatarme – me dices mientras pones cara de niña triste – aunque debo confesar que, tenías razón. Me gusta. Has ganado la apuesta, aunque es una lástima que tengas que cortar la cuerda…

-La cuerda no se debe cortar jamás – le corrijo – esa es una de las reglas. Todos los nudos deben de poder ser deshechos de nuevo para volver a trenzar otro dibujo distinto en una nueva ocasión.

-Me gusta esta habilidad tuya y he podido comprobar que me encanta que me aten. Debemos probarlo en otra ocasión. Pero esto debe quedar entre nosotros – me adviertes muy seria.

-Cuando quiera Jefa. Sólo tiene que pedirlo – le contesto a la Directora de Recursos humanos de mi empresa en Kyoto, a la cual he dejado impresa la piel, para un buen rato, con los nudos de la cuerda que trenzó mi abuelo…

Hace mucho que pasaron a la historia los Samuráis y sus rígidos códigos de conducta, pero algunas de sus habilidades es bueno que pervivan, pienso mientras ayudo a mi jefa a vestirse de nuevo su compleja armadura y la acompaño respetuoso y cortés, dos pasos por detrás de ella hacia la salida del campo de prácticas, mientras el sol empieza a asomar, iluminando el bosque de cedros.

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Referencias y léxico:
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Shibari

http://www.artenihonto.com/historia/yoroi-la-armadura-samurai/