Yves Bonnefoy. La larga cadena del ancla.La hora presente.Edición bilingüe.Traducción y prólogo de Enrique Moreno Castillo.Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016.
¿Qué son esos peñascos, esa arena? Son Ítaca.
Sabes que están allí la abeja y el olivo,
y la esposa leal y el viejo perro,
pero mira, el agua brilla negra bajo tu proa.
¡No, no mires más esta ribera!
Sólo es tu pobre reino. Tú no vas
a tender la mano a ese hombre que eres,
tú, que no tienes ya tristeza ni esperanza.
Pasa, defrauda. ¡Que huya por tu izquierda!
Mira que para ti se ahonda ese otro mar,
la memoria que asedia al que quiere morir.
¡Sigue! Mantén el rumbo hacia la otra
ribera baja, allá. Donde, en la espuma,
juega aún el niño que tú fuiste aquí.
Ese texto, Ulises pasa ante Ítaca, es uno de los Casi diecinueve sonetos –casi diecinueve y casi sonetos- que forman parte de La larga cadena del ancla, el libro de poesía de Ives Bonnefoy que publica en edición bilingüe, junto con La hora presente, Galaxia Gutenberg con traducción y prólogo de Enrique Moreno Castillo.
Sobrevuelan ese poema dos de los temas vertebrales de la poesía de Bonnefoy: el mar y la noción de límite, a los que aludía así en El territorio interior:
Es verdad que el mar favorece mi ensoñación, porque asegura la distancia, y significa, para los sentidos, la plenitud vacante; pero ocurre de una forma no específica, y veo que los grandes desiertos, o la trama, desierta también, de las rutas de un continente, pueden ocupar la misma función, que es la de permitirnos errar, aplazando por mucho tiempo la mirada que a todo abraza, y renuncia. /.../ Pero es así como olvidamos los límites, que son la potencia, sin embargo, de nuestro ser en el mundo.
Bonnefoy es un poeta fundamental de la poesía europea del último medio siglo, cuya obra la recorre una mirada integradora, al paisaje y al interior de sí mismo, en busca de la armonía y de un territorio verbal luminoso que se convierte en eje y meta de su escritura.
Publicados en 2008 y 2011, La larga cadena del ancla y La hora presente son, en palabras de Enrique Moreno Castillo en su prólogo, “frutos de una fecunda ancianidad” y “constituyen el tramo final de una aventura poética que se halla entre las más importantes de nuestra época.”
En La larga cadena del ancla se unen en un conjunto amplio y armónico la meditación existencial y la materia biográfica, las referencias culturales del arte y la literatura, los viajes y la música o los mitos para expresar la relación del poeta y el hombre con el mundo.
En cuanto a La hora presente, más breve y más urgente, más directa y más intensa, refleja la experiencia diaria del poeta y la funde con los recuerdos que iluminan la realidad bajo una luz desconocida. A ese libro pertenece este espléndido poema, Desciende del caballo:
Desciende del caballo y le ofrece la copa del adiós. Y le pregunta a ella adónde va y por qué debe hacerlo. Leo este poema ajeno, lo reescribo, lo transformo. “Amigo mío,
la dicha ajena me ha sonreído en esta tierra. ¿Adónde voy? Busco en estas montañas el silencio, la paz del corazón. Esta es mi patria, nunca más vagaré lejos de ella.
¿Va tranquilo mi corazón hacia su hora? Pero mira, esta tierra que amamos ha vuelto a florecer, es primavera, está otra vez como nueva,
alrededor las cimas vuelven a ser azules. ¿Voy a decirte adiós? ¡No, que por siempre, por siempre susurre el agua, reflorezca la hierba!”
La poesía se convierte así, como en toda la obra madura de Bonnefoy, en revelación y refundación del mundo por medio del lenguaje. Así lo resume en el texto que cierra el volumen: Y palabras, todo eso, palabras, pues en verdad, compañeros, ¿qué otra cosa poseemos? Palabras que se encorvan bajo nuestra pluma, como insectos aniquilados en masa, palabras con grandes espinas que nos despellejan, palabras que arden bruscamente, y tenemos que aplastar ese fuego con nuestras manos desnudas, no es fácil.
La de Bonnefoy es poesía en busca de sentido, de ordenación del mundo en el encuentro con el otro y consigo mismo, poesía como territorio de encrucijada y de incertidumbre, poesía atravesada por una interrogación persistente sobre el tiempo y la memoria, a través de la mirada y la palabra y desde la afirmación de la vida y la conciencia de finitud que recorre la obra de Bonnefoy.
Y a esas claves responden también estos dos libros, que en más de un sentido representan la cima, el punto de llegada de un escritor que mantiene en ellos la esperanza en la lengua y la poesía como elementos de transformación de la realidad, porque la poesía –como ha dicho alguna vez- hace que pasemos del espíritu de posesión, impulsor de equívocos y guerra, al deseo de participación simple y directa en el mundo.
Santos Domínguez