La palabra bonus no aparece en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Tampoco en el Panhispánico de dudas. Pues empezamos bien.
Para entendernos, aunque creo que nos entendemos perfectamente todos cuando hablamos de bonus; me refiero a la retribución salarial variable de un trabajador, es decir, aquella que se pacta no por unidad de tiempo, sino por unidad de obra o nivel de ventas conseguido.
Pues está en tela de juicio, sobre todo la de los malignos banqueros. Ya lo sabrán. Y no me extraña que se abra el debate, aunque me da la impresión que se va a cerrar de mala manera, con serios efectos secundarios. Y tampoco me extraña; los bonus son un tema demasiado serio como para dejarlo en manos de una pandilla de mediocres políticos.
Entiendo que el tema abra heridas en el trabajador con nómina ‘fija’. Pero es que una cosa es la envidia que sintamos y otra muy distinta el funcionamiento de la economía en general, y del mercado de trabajo en particular. Me explico.
La que expongo a continuación es una teoría de mitad del XIX, pero que me parece tan fresca y atinada como cuando fue enunciada. Los salarios dependen fundamentalmente de la oferta y la demanda de trabajo, es decir, el trabajo es una mercancía como cualquier otra, sujeta a las fuerzas del mercado, y que se ofrece y se adquiere en un mercado llamado 'laboral'. La oferta la constituyen el número de trabajadores en condiciones de trabajar, en tanto que la demanda la formulan los dueños del capital.
Los salarios variables se pactan entre los trabajadores y sus empresarios, en beneficio de ambos y de manera libre. Es lo que tienen las empresas privadas, que son de sus dueños, y por eso las opiniones rasgadas de los que vemos los toros desde la barrera no son más que nobles virtudes de quienes no tienen otras. En este campo, entiéndanme.
Y si intentamos limitar los bonus legalmente, el variable pasará a cobrarse en fijo y asunto resuelto. O peor aún, el talento directivo pasará del sector financiero al de las telecos o al eléctrico en un abrir y cerrar de ojos.
Distinto debate es el que se pregunta si deben cobrar bonus los directivos de entidades que han sido rescatadas por el Estado. El que se pregunta si hay alguna correlación entre la reciente crisis sistémica financiera y la codicia de los banqueros. El que se pregunta si deben existir límites a las retribuciones variables, o ajustar éstas al riesgo asumido por el directivo. O el que se pregunta si debe diferirse el cobro de parte de la retribución variable.
Estas si son discusiones atractivas y que vienen a cuento, pero que deberían ventilarse lejos de los bienintencionados buenismos políticos, lejos del populismo sindical y siempre con celestial respeto a la inmaculada frontera que separa el bien público del privado.
¡Vaya!, qué místico me he puesto al final.