-Hoy no, hoy le toca a mamá.
-¡Mamá!
El grito de la pequeña Eva sonó por toda la casa.
-¿Qué te pasa, hija? dijo la madre asomándose por el resquicio de la puerta.
-Hoy es el día tuyo.
-¿Mi día?
-Sí, mamá, hoy te toca contar un cuento para que Eva se duerma. Contestó Juan, guiñándole un ojo.
-Cierto, se me había olvidado. Mmm, déjame que piense, ¿sobre qué podemos contar hoy un cuento?
-¿Te doy una pista, mamá?
-Venga, dime.
-El frío, las estaciones.
La mamá de Eva y Juan se sentó en la cama de la primera, y tras carraspear, comenzó…
Pinzón era un pajarito muy alegre. Durante el verano iba de árbol en árbol y de jardín en jardín, piando y cantando. Por las mañanas, le gustaba ir a los árboles de los parques, mientras comía los frutos de los árboles, miraba a los niños, que acompañados por sus mamás, papás y abuelos, jugaban en los columpios. Les cantaba a pleno pulmón. Y cuando algún niño le señalaba con el dedo, alzaba el vuelo y pasaba por encima de él.
En uno de esos vuelos, calculó mal y se lesionó en un ala. Era casi el otoño. Pero como hacía todavía calor, no le prestó mucha atención. Y Pinzón seguía cantando en el parque, aunque sin volar.
Bóreas apareció una mañana sin avisar. Era un viento muy frío que anuncia la llegada del invierno. Sopló y sopló. A nadie le gustaba su llegada, y por eso, no solía preocuparse por nadie ni nada. Le gustaba soplar y ver a la gente llenarse de ropa, a muchos sólo se les veía la punta de la nariz. Que además casi siempre aparecía roja.
Cuando Bóreas aparecía, no solía quedar ningún animal, ya que todos emigraban al sur.
-Los pájaros que veo en el cielo, que van muchos juntos... ¿Esos cambian de ciudad?
-Exactamente, y Pinzón debería haberse ido con sus compañeros, pero al tener el ala rota se tuvo que quedar.
Pinzón tuvo que ir a la pata coja de árbol en árbol, buscando un refugio donde pasar el invierno. Al haber estado todo el verano y otoño en el parque, conocía muchos árboles, y pensó que seguramente uno le prestaría cobijo.
Primero fue a hablar con el olmo. Se trataba de uno de los árboles más grandes de todo el parque. Tenía un tronco desarrollado en gran magnitud, de forma recta. La corteza era agrietada y presentaba tonalidades oscuras, sobre todo de color café. En verano sus hojas dispuestas de manera alterna, y de verde oscuro, daban buena sombra al pájaro Pinzón, además sus frutos, de tonalidad amarillenta, saciaban el apetito de muchos pájaros que pasaban por allí.
-Señor Olmo, en verano he disfrutado de su denso follaje, ¿podría dejarme anidar entre sus ramas durante el invierno?
Pero la respuesta del Olmo fue tajante.
-Pajarito Pinzón, ¿acaso no ves que mis ramas están estiradas hacia el cielo? Si te dejo anidar en ellas, no seguiré creciendo.
Entristecido, el pájaro se fue a otro árbol. Un roble viejo, quizás el primero que nació en el parque y de ramas fuertes y nudosas.
-Señor Roble, mi ala está rota y no puedo volar con mis hermanos al Sur, ¿puedo quedarme a pasar el invierno entre sus ramas?
-No, no y no. Lo siento pajarito, pero si te dejo quedarte en mis ramas, otros pájaros vendrán y querrán comerse mis bellotas. Busca otro sitio.
Y así, el pajarito Pinzón fue recorriendo los árboles, un sauce que creía que si lo dejaba anidar entre sus ramas, se bebería todo el agua del riachuelo artificial; un álamo que no quería que le manchara su blanco tronco; un tilo que le dijo que se dormiría tan profundamente entre sus ramas, que no podría despertarlo...
-Pobre Pinzón. No me gusta este cuento.
-Espera, que ahora mejora.
Iba dando vueltas, y casi llegó al final del parque cuando encontró un abeto. Éste al verle tan triste, le pidió que le contara el porqué de su tristeza. Al conocer su historia, le dijo que se podía quedar con él. El pino que estaba cerca, al escuchar al abeto les dijo que él les protegería de Bóreas y el enebro aportaría sus frutos llamados nebrinas y la encina, sus bellotas.
El pájaro agradecido comenzó a cantar. Tenía un silbido nítido y alegre. Pero entonces, Bóreas comenzó a soplar. Divertido había asistido a las negativas de los distintos árboles a darle un hogar a Pinzón, pero ya estaba aburrido. Comenzó a soplar y las hojas de los árboles que estaban en la entrada del parque comenzaron a caer. Poco a poco, Bóreas se iba acercando a Pinzón. Soplaba y se acercaba, soplaba y...
-Alto Bóreas.
Quién así habló fue el Señor de todos los vientos.
-Te permito desnudar las ramas de todos los árboles, salvo las de los árboles que han ayudado al pájaro Pinzón.
Y tras pronunciar esta frase, se alejó.
-Y es por eso, hijos, que en otoño e invierno, algunos árboles pierden sus hojas, y otros no.
-Me ha gustado, mamá. ¿Me contarás otro cuento del pajarito Pinzón próximo día?
-Claro que sí.
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La versión original fue escrita hace un año en mi otro blog. En esa versión, la historia forma parte de un todo, La Ciudad del Viento.
Además, este cuento fue parte de un proyecto universitario, en una de las asignaturas que tenía pendientes.
En esta versión, he adaptado los personajes a Eva y su hermano, y por primera vez, aparece la madre, y uno de los personajes, el pájaro Pinzón, que formará parte de esta sección, cuando sea la madre quien aparezca.
Espero que os haya gustado. En cualquiera de las dos versiones.