Al margen de ese único reparo, cuesta jerarquizar a los destinatarios de tanto elogio. El protocolo exige nombrar en primer lugar a María Kodama, supervisora del espectáculo escrito por Marisé Monteiro y dirigido por Lía Jelin. Sin la debida autorización, difícilmente podríamos asistir a esta adaptación que sabe bajar a Jorge Luis Borges del pedestal, para acercarlo a los chicos.
De hecho, la encarnación del propio autor interactúa con la protagonista Iris (e indirectamente con el público) al principio y al final de la obra. Su presencia en las tablas refuerza no sólo la intención de homenaje sino la importancia acordada a una de las obsesiones borgeanas: los sueños.
Entre el elenco también compuesto por Nahuel Crapanzano, Gabriel Kipen, Carmen Kohan, Marta Mediavilla, Mara Meter, José María Rivero, Alfredo Rizo y Agustín de Urquiza, se destaca especialmente Marisol Otero. La cantante con escuela propia compone a una heroína simpática y corajuda que además baila, actúa, entona con técnica y pasión.
Un párrafo aparte merecen los títeres diseñados por Leandro Lucanera y el diseño de arte a cargo de Valeria Brudny. Las criaturas y los mundos inventados recrean la esencia del imaginario borgeano sin olvidar la edad promedio de los espectadores convocados. El teatro negro y las proyecciones multimedia también renuevan la magia literaria original.
A diferencia de tantas obras infantiles, Borges para niños no subestima a los chicos. Los hace partícipes sin adularlos; busca enriquecerlos sin forzarlos al enciclopedismo; aspira a conquistarlos más allá del oportunismo vacacional.
Las razones sobran para llevar a nuestros hijos, sobrinos, ahijados al Teatro Presidente Alvear. Por suerte, hay tiempo hasta el 31 de agosto.