Born to be wild

Por Mamaenalemania
Por si a alguien le quedaba alguna duda, aclaro que “Destroyer” no es un apodo que se ponga así a la ligera y mucho menos a un rubio (aparentemente) angelical de 2 años recién cumplidos.
El apodo hay que merecérselo y, sobre todo, quererlo y honrarlo como a un hijo.
Romperse un diente es un buen comienzo. Incrustárselo en la mandíbula y que te lo tengan que sacar con anestesia general es lo que yo llamo una entrada espectacular.
Y así de “espectaculares” fueron ya los comienzos del rubio en la guardería (sí, gracias a Gott o al Bürgermeister – que en el mierdapueblo es más o menos lo mismo –, desde septiembre aceptan a niños de 2 años y 3 veces a la semana pueden quedarse a comer y echarse la siesta).
Con su diente missing y sus megapestañas rubias, Destroyer se cameló desde el primer día a la Rottenmeyer de la guardería. Una señora a la que nadie había visto sonreír, lleva 2 semanas con babero y cara de agilipollada. Sólo le falta decir “sí, bwana” cuando el niño pide algo.
Contrariamente a lo que yo temí, este trato preferente no ha provocado el linchamiento del angelito por parte de sus compañeros. Que su hermano mayor le haya paseado cual mono de feria para que enseñase el boquete a diestro y siniestro también ha ayudado.
Ayer, sin más dilación, tuve el honor de asistir a la consagración definitiva de Destroyer como dueño y señor de los columpios por unanimidad ojiplática y acojonada.
Una vez comprendido que las vacas no tenían 3 cabezas ni los prados hacen la ola y que lo que llevaba era un colocón que ya quisiera para sí Pocholo, Destroyer decidió disfrutar del “viaje”. El camino al hospital (gracias a esa pastillita que me recomendaron darle antes de salir de casa) transcurrió entre risas flojas, woooooowyuuuuuhuuuuus en cada curva y conversaciones trascendentales con su mano izquierda. Que el anestesista necesitase 3 intentos para encontrarle la vena tampoco pareció molestarle. Impasible, le miraba hacer con altanería y sólo le faltó soltarle “¿y a tí, inútil, te han dado el título de medicina?”
El camino de vuelta lo pasó reclamando un brezel que no me quedó más remedio que comprarle. Y el yogur, que yo había preparado pensando en su encía cosida y dolorida, se lo tuvo que comer una servidora.
Al ir a recoger a su hermano a la guardería, le recibieron como a un héroe de guerra. Todos querían ver los puntos, la sangre y el temple del rubio que, ni corto ni perezoso y disfrutando de la atención recibida, le robó la manzana a su hermano y le metió tres bocaos chulescos sin inmutarse.
Esta mañana, al llegar al recinto infantil, han salido tres mayores a presentarle sus respetos y colgarle el abrigo. De volverse a casa con su mami no ha querido saber nada.
Y ahí se ha quedado, dando órdenes a diestro y siniestro y dejándose mimar por la del babero. Miedo me da que un día de estos me aparezca con un sustituto de oro en su bujero y me suelte eso de “no quieras saber de dónde ha salido.”