Por eso me extrañó que perdiera los papeles y se manejara tan mal durante la ya famosa entrevista con el presentador Tim Sebastian en la televisión alemana Deutsche Welle, cuando le preguntaron por Cataluña, e incluso tuviera una reacción tan innecesariamente airada. Y no solo eso, sino que horas después, lejos de admitir el traspié indicara que “bastante paciencia” había tenido.
Si el periodista, por el motivo que fuera, le estaba “interrogando” con “datos incorrectos” sobre Cataluña, trasladándole incluso cuestiones “capciosas y demagógicas”, otra cosa no, pero el ministro de Exteriores dispone de artillería de sobra para hacerle ver que estaba equivocado y desmontar sus argumentos sin necesidad de parar la entrevista y levantarse.
Como nadie nace enseñado, y nunca es tarde para aprender una buena lección, a buen seguro que tanto el ministro como sus asesores de comunicación habrán escarmentado, aunque sea en carne propia.
Craso error el de Borrell si pensaba que iba a una entrevista más. Si alguien de su equipo se hubiera molestado en averiguar quién era el tal Tim Sebastian (galardonado en varias ocasiones en Reino Unido por su labor como entrevistador), rápidamente habría llegado a la conclusión de que se iba a exponer ante un perro de presa de la vieja escuela.
De esos que cuando atrapan a su víctima ya no vuelven a aflojar la mandíbula. El ministro tendría que haber sido avisado de dónde se metía. De haberlo sabido, tal vez, el resultado podría haber sido otro. El programa de entrevistas de Sebastian lleva por título 'Zona de Conflicto' y el que dirigió antes para la BBC se llamaba 'Charla difícil', cabeceras ambas que son, en sí mismas, toda una declaración de intenciones.
El ministro, de paso, no tenía ninguna necesidad dedecirle al presentador cómo tiene que hacer la entrevista. Es libre de hacerlo, faltaría más, pero no es misión de ningún periodista caerle bien a quien tiene enfrente. Los informadores están para hacer su trabajo, es decir: preguntar lo inimaginable, buscar las contradicciones del entrevistado e incomodarle. Si el informador quisiera caerle simpático, o agradarle, posiblemente, se dedicaría a las relaciones públicas, pongamos por caso.
Borrell tendría que haberse preparado para lo peor y no lo hizo. Confió en sus múltiples recursos y desaprovechó una magnífica ocasión para trasladar su mensaje endosándole un par de buenos titulares, de esos que prenden como la pólvora en todas las redacciones.
Por eso no es de extrañar que cuando al final de la entrevista Borrell le pidió más imparcialidad en las preguntas, Sebastian le respondiera, mirándole directamente a los ojos por encima de las gafas: "No estoy aquí para hacerle las preguntas que usted quiera, ministro". Sencillamente, estaba haciendo su trabajo.
El ministro, en cambio, desperdició una buena ocasión para “vender” el mensaje de que en España cualquier idea, incluso la independencia de Cataluña, es defendible dentro de la legalidad constitucional. A buen seguro que Borrell, como persona inteligente que es, habrá aprendido la lección: los periodistas no están para hacer amigos.