En Sarajevo, los ánimos estaban por los suelos en la mañana de este lunes 2 de noviembre de 2021. Delante de la embajada de Estados Unidos en la capital de Bosnia-Herzegovina, se ha reunido un grupo de manifestantes.
Exigen el fin del nacionalismo que envenena al país y la intervención del presidente estadounidense contra los clanes políticos que, una y otra vez, provocan conflictos entre las tres etnias que conforman su población: bosnios, croatas y serbios.
Algunos de los manifestantes sostienen pancartas. En la de una mujer jubilada se lee: "Queremos los mismos derechos para todos." Se debe fortalecer a la ciudadanía, dice, para poder terminar de una vez con el poder de los nacionalistas.
Pocos días antes, el representante serbio en la presidencia del Estado de Bosnia-Herzegovina, Milorad Dodik, formuló una especie de declaración de guerra: los nacionalistas serbios dejaron en claro que quieren abandonar el estado multiétnico.
Quieren que la parte del país bajo dominio serbio, la entidad que representa la República Srpska, se separe gradualmente del Estado bosnio en su conjunto y organice por sí misma instancias clave como la Defensa y la Justicia. Esa demanda representa un atentado contra la frágil paz que reina en el país desde 1995.
Que esto es, probablemente, más que el habitual ruido de sables lo demostraron las unidades de la Gendarmería de la República Srpska, con un simbólico ejercicio militar a gran escala, que revive memorias trágicas.
Desde el cercano bastión serbio de Pale, en la montaña, el líder serbio Radovan Karadzic, quien fue condenado como criminal de guerra, orquestó los ataques a Sarajevo y sus alrededores entre 1992 y 1995.
El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, en La Haya, dictaminó que el asedio de tres años y medio y el bombardeo permanente de la capital bosnia son crímenes de lesa humanidad.
Abandonados a su suerte, ¿otra vez?
Ahora, muchos bosnios se preguntan si otra vez habrá guerra. Sobre todo los habitantes de más edad recuerdan los preparativos para la confrontación armada, y tampoco olvidan que la comunidad internacional abandonó a los bosnios a su suerte.
No fue sino hasta después del genocidio contra más de 8.000 musulmanes -hombres y muchachos jóvenes-, a manos de unidades serbias en la ciudad de Srebrenica, en julio de 1995, que Occidente reaccionó y negoció un acuerdo de paz en Dayton, con el que se puso fin a la guerra.
Los recientes avances de Dodik apuntan, ahora, a la eliminación de las estructuras estatales. Los ultranacionalistas serbios ya crearon una agencia sanitaria, y a esta le seguirá un Ejército propio.
En total, planean anular más de 120 decretos de los altos representantes enviados por la ONU, para impulsar la construcción de estructuras democráticas tras la guerra: un ataque frontal a la integridad territorial de Bosnia.
El partido opositor multiétnico Nasa Stranka (Nuestro Partido) advirtió que Dodik debe ser clasificado como una "amenaza contra la seguridad". Y muchos en Bosnia ven el hecho de que la Unión Europea parezca no tener intenciones de intervenir, a pesar de estos avances explosivos, como una falta evidente de estrategia.
Un grupo de eurodiputados, entre ellos, el alemán Reinhard Bütikofer, de Los Verdes, exigieron explícitamente a la Comisión Europea tomar cartas en el asunto y actuar con dureza contra los secesionistas.
También Michael Gahler, eurodiputado conservador alemán, advirtió sobre una posible declaración de independencia de la República Srpska, y de una posterior legitimación por parte de Moscú.
Desde Estados Unidos, se alzan igualmente voces de alerta. El experto en los Balcanes Daniel Serwer insta a que la comunidad internacional actúe de inmediato, de ser necesario, demostrando también fuerza militar, para evitar una división y los conflictos que esta acarrearía.
Tanto el enviado especial de EE. UU. para los Balcanes occidentales, Matthew Palmer, como la representante de la UE, Angelina Eichhorst, son desacreditdos por muchos porque apoyan que se acuerden compromisos para solucionar la situación, atizada por las permanentes injerencias de Croacia y Serbia.
Las esperanzas de reformas democráticas están puestas en el nuevo representante de la comunidad internacional en Bosnia, el alemán Christian Schmidt. Pero se le exige una actitud rigurosa: "Que trabaje o que se vaya", era una de las demandas en una manifestación frente a la residencia oficial de Schmidt, en Sarajevo.
Ultranacionalistas unidos: "Es como un déjà-vu"
Está fuera de discusión que el peligroso accionar de la República Srpska cuenta con el respaldo de Serbia y de Rusia. Moscú se esfuerza por evitar la integración de Bosnia-Herzegovina en la UE y su pertenencia a la OTAN. Pero no son solo los serbios los que están perforando los cimientos del Estado bosnio.
Los ultranacionalistas croatas y su líder, Dragan Covic, trabajan codo a codo con Dodik, desde hace años. Para asegurarse una posición duradera en el poder, el partido conservador Unión Demócrata Croata (HDZ) presiona por un cambio en la ley electoral, para crear cuerpos electorales étnicamente "puros".
Pero eso contradice las sentencias fundamentales del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, afirma Joseph Marko, experto austríaco en Derecho Constitucional.
Según esos veredictos, en primer lugar, se debería poner fin, con una reforma de la Constitución, a la discriminación que afecta en sus derechos electorales a las ciudadanas y los ciudadanos no bosnios, no croatas y no serbios, es decir, pertenecientes a minorías como los judíos o los roma.
Ante este panorama, si ni Estados Unidos ni la Unión Europea, ni el alto representante de la ONU están dispuestos a emprender medidas contra los planes de secesión en Bosnia-Herzegovina, la comunidad internacional corre el riesgo de repetir los errores de los años noventa.
Ya entonces subestimaron la radicalidad de estos actores. "Es como un déjà-vu", lamenta la periodista y activista de derechos humanos bosnia Stefica Calic: "Es como si el mundo no hubiera aprendido nada de la guerra."
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