Bouvard y Pécuchet, por Gustave Flaubert

Publicado el 25 febrero 2010 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Tusquets. 287 páginas. Edición de 2009, texto de 1881.
El primer libro que leí de Flaubert fue Madame Bovary, exactamente en julio de 1998. Recuerdo el impacto que me causó esa lectura por la sutileza del estilo y la fuerza trágica de la historia.
Lo sorprendente es que no volviera con Flaubert hasta marzo de 2009, cuando me puse con La educación sentimental, seguramente el mejor libro que leí durante el año pasado, y si voy más allá uno de los mejores que he leído nunca. Creo que en pocas novelas queda reflejado mejor que en ésta la forma en que las circunstancias y el tiempo van cambiando y moldeando la personalidad de un individuo.
Pensaba que el siguiente libro que leería de Flaubert iba a ser Salambó o una relectura de Madame Bovary, pero unas páginas leídas en el primer tomo de las Obras Completas de Borges hizo que me interesase por este Bouvard y Pécuchet. Allí, en el artículo titulado Vindicación de Bourard y Pécuchet (Páginas 259-262), Borges escribe: “Las negligencias o desdenes o libertades del último Flaubert han desconcertado a los críticos; yo creo ver en ellas un símbolo. El hombre que con Madame Bovary forjó la novela realista fue también el primero en romperla (…) la obra mira, hacia atrás, a las parábolas de Voltaire y de Swift y de los orientales y, hacia delante, a las de Kafka”.
Bourard y Pécuchet se publicó póstumamente en 1881 (Flaubert murió en 1880) y quedó inacabado; no debía, sin embargo, faltarle mucho a Flaubert para alcanzar su final, que queda esbozado en unos apuntes últimos, con la fuerza suficiente para contener el significado simbólico del libro.
La acción comienza en 1939. Bourard y Pécuchet se sientan casualmente una tarde de mucho calor en el mismo banco de una calle de París, empiezan a conversar y se sorprender de todas las cosas que les unen: ambos tienen 47 años, ambos son copistas en oficinas grises y viven solos (uno es viudo sin hijos y el otro soltero). Se hacen amigos, y gracias a la herencia que recibe Bourard pueden dejar la capital e instalarse en una casa de campo. Aquí empezarán interesándose por la agricultura, pero desoirán los consejos de los lugareños y se guiarán por la lectura de manuales agrícolas. Fracasarán y este será el comienzo de una intensa serie de fracasos en prácticamente todas las disciplinas del saber humano.
Bouvard y Pécuchet son dos imbéciles que, al igual que Alonso Quijano, quieren vivir según lo aprendido en los libros; si bien el último según los libros de caballería, los dos primeros lo quieren hacer según los manuales científicos que no dejan de leer sin asimilar nada útil de ellos.
Bouvard y Pécuchet fracasarán en la agricultura, la anatomía, la historia, la antropología, la filosofía, la religión, la pedagogía… Dice Borges que esta novela transcurre en la eternidad: si en La educación sentimental vemos como el tiempo esculpe la personalidad de un hombre, en Bouvard y Pécuchet el tiempo pasa y no consigue hacer mella en los protagonistas, que seguirán cometiendo los mismos errores de método e interpretación en todos sus empeños.
La novela, al tratarse de una farsa, contiene humor, a veces escatológico. En ella Flaubert se propuso hacer una revisión de todas las ideas modernas, según apunta Borges.
Presupongo que los más correcto a la hora de intentar hacer una crítica o comentario literario sería no leer otras críticas o comentarios previamente, pero tratándose de Borges no he podido respetar esta idea. Me parece muy incisivo uno de sus comentarios: <<(…) Bourard y Pécuchet. Aquellos al principios son dos imbéciles, menospreciados y vejados por el autor, pero en el octavo capítulo ocurren las famosas palabras: “Entonces una facultad lamentable surgió en su espíritu, la de ver la estupidez y no poder, ya, tolerarla”. Y después: “Los entristecían cosas insignificantes: los avisos de los periódicos, el perfil de un burgués, una tontería oída al azar”. Flaubert en este punto se reconcilia con Bourard y con Pécuchet, Dios con sus criaturas. Ello sucede acaso en toda obra extensa, o simplemente viva (Sócrates llega a ser Platón; Peer Gynt a ser Ibsen), pero aquí sorprendemos el instante en que el soñador, para decirlo con una metáfora afín, nota que está soñándose y que las formas de su sueño son él.>>
Es decir Bourard y Pécuchet son dos imbéciles, al principio ridículos y risibles, pero según avanza el libro vemos, como a través de su lúcida simpleza, consiguen poner en duda las convicciones burguesas de los notables del pueblo que siempre los han despreciado. Algo que ya consiguieron hacer unos siglos antes Don Quijote y Sancho con los ricos que se burlaban de ellos. La simpleza mediocre y tozuda de Bourard y Pécuchet acaba conduciéndolos a una distancia demasiado grande de la sociedad que los rodea y que puede conducirlos incluso al suicidio. La religión, la filosofía... serán puntales que de nuevos los aposenten en su entorno desenfocado.
Si bien Don Quijote puede ser un precedente de esta obra de Flaubert, me gustaría destacar a un autor en el que he creído ver a un descendiente. Hace años leí dos libros de gran calidad del escritor español Luis Landero, Juegos de la edad tardía y Caballeros de fortuna, y ahora tras la lectura de Bourard y Pécuchet percibo las influencias de este libro en la obra de Landero, al que tradicionalmente se le emparenta con Cervantes. Me gustaría destacar también la traducción, obra de Aurora Bernández. Casualmente la misma persona que tradujo el libro de Salinger que comenté hace unas semanas.
Bourad y Pécuchet, como Borges apunta, prefigura a Kafka o a Becket y su Esperando a Godot. Flaubert da forma a la nueva sensibilidad del realismo con Madame Bovary y adelanta los derroteros del siglo XX por el expresionismo.
Sean absolutamente modernos: lean a Flaubert.