En Rio de Janeiro y Sao Paulo, los conductores de autobuses del transporte público interrumpieron sus actividades. Los encargados de cobrar los boletos, se les unieron. En 13 de los 27 estados del país, la Policía Civil dejó de trabajar durante un día, mientras que elementos de la Policía Federal y de la encargada de las carreteras, llamó a una marcha en Brasilia, la capital. Por si no fuera suficiente, trabajadores de 30 museos públicos a lo largo del país dejaron de prestar sus servicios a los visitantes.
No es una novedad el descontento social que existe en Brasil desde el año pasado, cuando se realizó el torneo de la FIFA que sirve como antesala de la Copa del Mundo: la Copa Confederaciones. Marchas y enfrentamientos contra las autoridades que terminaron con muertes, fueron la imagen de Brasil durante la duración del torneo. La causa: el aumento a la tarifa del autobús, que sólo sirvió como reflejo del descontento en la población por los costos de la Copa del Mundo, con todo lo que ello implica, como construcción en infraestructura deportiva y urbana (que hemos visto que han sido un desastre).
Y al parecer lo peor está por venir: además de los desalojos de viviendas en las ‘favelas’ y el recrudecimiento de la violencia en las calles, los turistas nacionales y extranjeros que asistan a los partidos del Mundial durante junio y julio, verán un país desarticulado, probablemente caótico en términos de transportación.
Brasil, el país que conocemos por su fiesta y buen ambiente, probablemente mostrará otra cara durante los próximos meses (y en el caso de Rio de Janerio, donde se desarrollarán los próximos Juegos Olímpicos, durante los próximos dos años), un rostro que no sólo se espera afecte a su presidenta Dilma Rousseff, a la imagen de la FIFA y a la imagen de Brasil como destino turístico, sino que además podría empeorar aún más a futuro la ya complicada situación del pueblo brasileño.
Con información de El País.