Brave: ¿más Disney que Pixar?

Publicado el 25 agosto 2012 por Quimericosinq @quimericosinq


La historia de la relación entre Disney y Pixar contiene algunos de los elementos más característicos de la novela rosa. Amores, desencuentros, discusiones, rupturas y reconciliaciones han estado presentes en los últimos años en esa difícil convivencia que implica tantos intereses artísticos y económicos. 
La factoría Disney ha sido siempre la referencia en lo que al cine infantil y de animación se refiere, ya desde los años 30 del siglo pasado. Por el contrario, Pixar nació en 1979 como una división de la megacompañía Lucasfilm, con el objetivo inicial de dedicarse a labores puramente técnicas. Sin embargo, aquellos cortometrajes de Pixar de finales de los 80 y principios de los 90 dejaron entrever que aquello podía ser más que una empresa de hardware gráfico. Disney, avispada como siempre, decidió unirse a la compañía del flexo en 1991, y como resultado de ese trabajo, algunos años después, vería la luz Toy Story (1995), el film que marcaría para siempre el inicio del reinado de la animación 3D por ordenador, por mucho que la animación clásica de Disney viniera de cosechar enormes éxitos con La bella y la bestia (1991), Aladdin (1993) o El rey león (1994).
Curiosamente, el principal ideólogo de Toy Story fue John Lasseter, antiguo trabajador de Disney que salió de la empresa por la puerta de atrás. Así, el empleado excéntrico, el de las inconfundibles camisas hawaianas, no tenía sitio en una casa tan tradicional como Disney. Pero en Pixar encontró el ambiente perfecto para concebir esa maravilla que es Toy Story y unir su talento con el de otros como Andrew Stanton, Pete Docter, Brad Bird o Lee Unkrich, de cuya mente fueron saliendo clásico tras clásico, como puede ser Bichos (1998), Monstruos, S.A. (2001), Buscando a Nemo (2003) o Los increíbles (2004). Para entonces, en ese 2004, Disney y Pixar habían roto relaciones, en el momento en que la animación tradicional languidecía y la hegemonía del 3D era incuestionable. Pero la factoría Disney, perro viejo, no quiso bajarse del tren que ellos habían puesto en marcha décadas atrás, y en una complicada operación financiera, el 24 de enero de 2006, compró los estudios Pixar por 7.400 millones de dólares, un acuerdo mediante el cual los directores creativos de la compañía del flexo se harían cargo del estudio de animación de Disney.
Todo esto viene al caso para hacer referencia a la unión definitiva entre Disney y Pixar, después de la cual siguieron llegando obras maestras como Ratatouille (2007) y, sobretodo, Wall·E (2008), Up (2009) y Toy Story 3 (2010), las cimas creativas de Pixar. Sin embargo, muchos apuntan al proceso de disneyzación de los estudios de Emeryville, presuntamente subyugados por la poderosa empresa matriz. Esto puede debatirse, claro está, pero algunos datos están ahí. Por ejemplo, la siguiente película de Pixar tras el enorme éxito de Toy Story 3 fue Cars 2 (2011), sin duda el peor título de la compañía tanto a nivel de crítica como de público. Otro dato: los próximos proyectos de Pixar son una precuela de Monstruos, S.A. llamada Monsters University (2013), y se especula con la segunda parte de Buscando a Nemo e incluso una cuarta entrega de la saga Toy Story. Por el contrario, Walt Disney Studios tiene preparada ¡Rompe Ralph! (2012), una historia original ambientada en el mundo de los personajes de videojuegos clásicos que tiene pinta de arrasar la taquilla cuando se estrene. En definitiva, ¿está "obligando" Disney a Pixar a estirar sus franquicias más reconocibles con el único objetivo de vender merchandising mientras se reserva las nuevas ideas para su propio estudio?. Y más, ¿es real esa supuesta influencia de la empresa de Mickey Mouse en el resultado artístico de las películas de la compañía del flexo? ¿Es esta una relación desequilibrada que beneficia a Disney y perjudica a Pixar?
Estas son preguntas que están ahora mismo en la calle (en el mundillo del cine, entendedme, todavía no se habla de esto en los bares ni en las tertulias), y que han sido alentadas en parte por el estreno de la última película de Pixar que ha llegado a nuestros cines. Me estoy refiriendo a Brave (2012), un film que, por lo que se puede leer, tiene dividida a la crítica entre partidarios y detractores, y que en definitiva sirve como ejemplo para volver a sacar a colación las preguntas anteriores.

En un proyecto que arranca desde hace ya algunos años y cuyo guión y dirección ha pasado por varias manos (al final está escrito por Mark Andrews, Steve Purcell, Irene Mecchi y Brenda Chapman, a partir de la idea original de esta última, y dirigido por Andrews, Chapman y Purcell), lo primero que cabe señalar (y que ha sido referido en muchas ocasiones) es el protagonismo absoluto de una chica, por primera vez en un film de Pixar. Esto, que podría resultar anecdótico, no lo es en absoluto, puesto que el tratamiento de la historia y de las situaciones que en ella ocurren desde un punto de vista femenino (que no feminista) sobrevuela toda la cinta dando un enfoque diferente al tradicional.
Otro tema es el impresionante despliegue visual que ofrece la película. Esto es algo en lo que Pixar tiene un dominio incuestionable, y a pesar de los encomiables esfuerzos de Dreamworks y otras compañías por igualarlo, parece impensable ahora mismo superar el apartado visual de los films de Pixar. Ya sea con los paisajes de las Highlands escocesas, con sus valles, ríos, montañas y bosques representados hasta el mínimo detalle y que te sumergen en la historia desde el principio, o bien con las expresiones y rasgos de los personajes, capaces de transmitir cualquier emoción y cualquier gesto por pequeño que sea, el disfrute para la vista es arrebatador. En este sentido, es impresionante la textura de la melena rizada y pelirroja de la protagonista, que consigue parecer casi un personaje más con entidad propia. Y si a todo esto le sumamos la acertada música de Patrick Doyle, estamos ante un goce sensorial difícil de superar.
Si nos fijamos ahora en el apartado del guión, ahí tampoco hay nada que reprochar. Brave funciona con la precisión de un mecanismo de relojería, combinando en sus 100 minutos de duración las dosis perfectas de humor (los gags más evidentes los protagonizan los hermanos de la protagonista, aunque ojo con la breve pero decisiva aparición de la bruja), aventura, suspense y drama familiar, en la medida justa de un alquimista. Nada parece faltar ni sobrar en esta historia de la rebelde princesa Merida, cuya madre la lleva preparando desde pequeña para casarse con el primogénito de uno de los clanes que componen el reino, pero a quien su espíritu independiente le lleva a desafiar las tradiciones aunque sea poniendo en peligro todo su mundo. El argumento consigue mantener el interés en todo momento, llevando al espectador a contemplar el desarrollo interior de los personajes, cuya experiencia durante el metraje les hará reflexionar sobre lo verdaderamente importante.
Así pues, si estamos ante una película con un apartado visual tan potente y un guión tan eficaz, ¿por qué ha levantado tantas suspicacias entre gran parte de la crítica?. La respuesta, en mi opinión, habría que buscarla en la comparación de Brave con los anteriores guiones originales de Pixar. Si descontamos Toy Story 3, que parte de una historia y unos personajes preexistentes, tanto Wall·E como Up tenían como principal virtud que su valoración trasciende los límites del encorsetado género de la animación y el cine infantil, pasando a jugar en la misma liga que cualquiera de las mejores películas de la historia. Aunque ambas están concebidas para un público menor de edad, también ofrecían una posibilidad de lectura mucho más adulta y madura. Es decir, eran cine con mayúsculas, y no sólo gran cine de animación.
Esto es lo que parece estar ausente en Brave, la posibilidad de ser considerada como obra maestra fuera de lo que es estrictamente el cine animado. Pese a ser una película casi perfecta en su envoltorio, sobrevuela en ella una sensación de intrascendencia, de mero objeto de disfrute temporal que no se instala permanentemente en el imaginario del espectador. Es difícil calibrar el grado de responsabilidad de Disney en este hecho, siendo como es siempre sospechoso de edulcoración de la realidad y de escapar de asuntos más controvertidos. Sea como fuere, estamos ante un film superior a la media, que sin duda hará las delicias de los más pequeños y que cubre de sobra el cupo de calidad exigible a una compañía como Pixar. Pero me atrevería a decir que, al contrario que sus maravillosas predecesoras, Brave no está llamada a convertirse en un clásico instantáneo.