‘Breaking Bad’ – I – My name is Ozymandias

Publicado el 28 septiembre 2013 por Cinefagos

“Chemistry is the study of matter. But I prefer to see it as the study of change. It is growth, then decay, then transformation.”

Una de las muchas historias que se cuentan sobre el origen de ‘Breaking Bad’ dice que cuando acabó ‘Expediente X’, Vince Gilligan y otros guionistas bromearon acerca de la posibilidad de vender droga para mantener a su familia. Esta idea,  que puede ser tanto verdad como una invención soltada en una entrevista para así tener algo interesante que contar, sería la premisa de una de las series más importantes y mejor realizadas de todos los tiempos, por muy exagerado que suene. Ya hemos hablado aquí de otros shows televisivos a los que he catalogado como “brillantes”, pero no es porque repita los mismos adjetivos, sino porque realmente los merecen. Y la historia de Walter White y su metanfetamina de color azul mantienen pegados a los espectadores a la pantalla hasta este domingo, cuando el capítulo titulado “Felina” ponga punto y final a una de las tragedias más seguidas de la televisión.

Hablo mucho de ‘Expediente X’, y no lo hago sólo porque sea un fan declarado, sino porque creo firmemente (y no soy el único) que sin Mulder y Scully jamás habríamos tenido las series que existen hoy día. Los agentes del FBI nos dieron una nueva forma de entender la televisión, con arcos argumentales pequeños y cerrados que servían de nexo a una gran trama mitológica que se alargaba por temporadas. Monstruos de la semana en una historia de culebrón científico y político mantenían enganchada a la audiencia, y experimentaron con algunos recursos, técnicas o guiones que se han repetido hasta la saciedad. El humor, el terror, la ciencia ficción o el thriller político encontraban su justo equilibrio, y muchos de esos aciertos se los debemos a un guionista llamado Vince Gilligan, que tenía un talento especial para la comedia sin abandonar la seriedad del argumento: ‘Bad Blood’, un rashomoon de vampiros, ‘Monday’, con Mulder muriendo una y otra vez en un atraco a un banco, ‘Dreamland’, con intercambio de cerebros con un Men In Black inmerso en un trabajo aburrido y un matrimonio fallido… o incluso Je Souhaite, recuperando el tema del genio de los tres deseos, son grandes episodios que pueden ser vistos de forma independiente, historias cortas que se salían de la temática oscura de la serie pero hicieron mucho por ella. Y entre todas las contribuciones de Gilligan a los Expedientes X, la mayor tal vez fuese ‘Drive’.

‘Drive’, que analicé aquí hace semanas, era un homenaje a la película Speed, en la que Mulder era secuestrado por un hombre con una extraña afección en el oído interno que le obligaba a ir cada vez más rápido en una dirección determinada si no quería morir. El antagonista era interpretado por el actor Bryan Cranston, que conseguía crear un personaje que bordeaba la línea de lo desagradable y patético, un hombre racista, maleducado y rudo por el que acabamos sintiendo lástima. Esos cuarenta minutos servirían a Gilligan años más tarde cuando, al empezar a desarrollar la idea de Breaking Bad, tuviera que luchar para que los ejecutivos de la cadena contratasen a Cranston para el papel principal, cosa que los tipos de AMC no veían muy claro ya que el actor era de sobra conocido por su papel de padre calzonazos en ‘Malcom in the middle’. Sin ‘Drive’, no hubiésemos tenido a nuestro Walter White.

Pero ‘Expediente X’ no es la única serie a la que le debemos la existencia de Walter. Se puede decir que su éxito se debe a que ha llegado en el momento justo, cuando el público estaba cansado de películas planas y previsibles, de blockbusters decepcionantes y poca oferta realmente dura. El cine se está convirtiendo en un entretenimiento para todos los públicos, y como tal, rara vez encontramos cintas que rompan los límites o se arriesguen. Es la televisión (e Internet) quienes están recogiendo el testigo de entretener al público adulto, de ofrecer cosas nuevas y de romper con los esquemas. Y en una corriente moderna, empalizamos más con los villanos que con los héroes porque estos son mucho más atractivos. Ya no se lleva la figura del héroe, se lleva la del antihéroe. Y sin Tony Soprano, el jefe mafioso de Nueva Jersey, acosado por problemas familiares, que va a terapia y vive al margen de la ley, tampoco hubiese sido posible. Así que la pregunta que se hizo Gilligan fue: En un mundo donde las series se alargan hasta el infinito y donde los personajes jamás experimentan una evolución, ¿Cómo podríamos romper eso? ¿Podríamos convertir al malo en el protagonista? ¿Podríamos coger a un hombre normal y corriente y transformarlo en un monstruo?

Así, tras rechazos por parte de algunas cadenas, Breaking Bad llegó a nuestras pantallas en el fatídico 2008, en medio de una huelga de guionistas que afectó a casi todas las series del momento interrumpiéndolas y de las que algunas (como Prison Break, que ya agonizaba) jamás se recuperarían. Y lo haría de una forma frenética y extraña, retorciendo las estructuras narrativas y buscando siempre descolocar y sorprender. Y nada mejor que empezar con una caravana lanzada a toda velocidad por el desierto de Nuevo México, con un hombre semidesnudo y protegido por una máscara de gas conduciendo mientras tras el tres personas inconscientes van dando tumbos. Empezamos en mitad del asunto, siguiendo a estos desconocidos en una persecución que lo que busca es eliminar los tiempos muertos, romper el ritmo televisivo, empezar a contar la historia por la mitad. Entonces la caravana se estrella, el conductor sale y, con una pistola y unos cuantos michelines asomándole por encima de la ropa interior de mercadillo, se planta en mitad del camino para hacer frente a la policía.

Así, tras los créditos, estamos interesados en saber cómo se llega a esa situación, por lo que el arranque de la historia, lento por norma, lo toleramos mejor. Y conocemos que ese hombre se llama Walter White y es profesor en un instituto. No hay nada particular en él, ni es un matón ni un detective, sólo un hombre que acaba de cumplir cincuenta años y que a esas alturas de su vida, también se gana algo de dinero extra trabajando como cajero en un lavacoches. Con alumnos que no le respetan y un jefe desagradable que le obliga a fregar él mismo los vehículos del negocio, vemos que Walter es un perdedor, alguien que nos recuerda por físico a Ned Flanders y que es incapaz de hacer frente a las injusticias, lo que le hermana con todos aquellos que ven la serie. Su vida es normal, y anodina con una mujer que le quiere, sí, pero con un hijo que sufre de parálisis cerebral y un bebé no deseado en camino. A todas luces no es el sueño americano, pero la gota que colma el vaso el diagnóstico de un cáncer de pulmón inoperable que va a llevar a nuestro hombre promedio a la tumba en unos pocos meses, tal vez un año. Es esa fuera irresistible la que hace a Walter empezar a plantearse qué va a hacer con el tiempo que le queda, ya que los tratamientos son caros y no cien por cien efectivos. Es más, ha llegado el momento de pensar en qué va a dejar a sus hijos y a su mujer cuando él ya no esté. Y, por extensión, llega el inevitable repaso a su vida y ver si ésta ha cumplido con sus expectativas.

La frase inicial de este especial nos habla de que el cambio es la esencia de la vida, transformarse en algo diferente a lo que era en un principio. Cuando conocemos a Walt le vemos incapaz de hacer valer su posición, y cuando se despide del lavadero de coches lo hace de una forma que lejos de resultar amenazadora, nos parece hasta cómica. Walter es un hombre que jamás le ha dicho a nadie que “le toque los huevos”, y sus gestos incómodos se los debemos a un Bryan Cranston descomunal que soportará el peso de la serie como sólo un gran actor podría hacerlo.

Fuck you and your eyebrows

Walter se ve además ensombrecido por su cuñado, Hank Schrader, un agente de la DEA que es el héroe de la familia, el típico americano medio que va de gracioso, algo gordo, rudo, aficionado al fútbol y la cerveza. Es entonces cuando Walter encuentra la que puede ser la solución a todos sus problemas. Tras reencontrarse con un viejo y mediocre alumno suyo, Jesse Pinkman, comprueba que sintetizando drogas podría conseguir grandes sumas de dinero en poco tiempo. Utilizando instrumental del colegio y una caravana que se cae a cachos, logran “cocinar” un tipo de anfetaminas lo suficientemente pura como para ser un éxito potencial. Más muestras  de lo grande de la serie es el nivel de detalle al que se llega por ejemplo en las bien montadas secuencias de laboratorio o las manías típicas de profesor de Walter, que intenta educar a su alumno en un ejemplo de la más clásica buddy movie en la que dos personajes opuestos se ven obligados a soportarse. Eso le dará a Walter ánimos de nuevo y fuerzas para comprender que él es el dueño de su vida, capaz de tomar decisiones y merecedor de lo que desea, y que de alguna forma, cuando más enfermo está, le revitaliza hasta un punto que ni su mujer Skyler se lo cree. Cuando el apetito sexual de Walter, que damos por sentado que se limitaba a los sábados por la noche, despierta y pone de espaldas a su mujer, ella pregunta: ¿Walter, eres tú?

La primera temporada exploraría los primeros pasos de la evolución de Walter junto con su idea de cómo funciona el mundo de hampa principalmente formada a través de películas, y cómo eso choca con el mundo real. Hay que plantearse temas como la distribución de esa droga, el enfrentamiento con Loco 8 y momentos tan espeluznantes como echar a suertes quién deshace un cadáver en ácido y quién mata al tipo que está encadenado en el sótano.  Esa escena, entre el particular humor negro con el que sólo Vince Gilligan hace capaz reírse de un cadáver descompuesto en la bañera, contrasta con la seriedad del resto del capítulo, en el que Walter se plantea si debería dejar vivo a Loco 8 o acabar con él sabiendo que podría ser una amenaza para su familia. Porque ese será, para Walt, el motivo de todo, la excusa tras la cual parapetarse cuando las cosas empiecen a desmadrarse. Él se ve a sí mismo como un hombre bueno, y hay incluso, lugar para la redención cuando vemos que le hace un sándwich a su prisionero y se sienta a hablar con él. Walt se plantea liberarle, pero entonces descubre el trozo del plato roto que falta, y sabe que ya han decidido por él. Es un truco de guión para que simpaticemos con él y pensemos que actúa de esa forma porque la situación escapa a su control.

Muerto Loco 8, Walter y Jesse tienen que ser escalando hasta encontrarse con Tuco Salamanca, el jefe de la zona, y que vive en una fortaleza en los suburbios. La forma en la que Walter se enfrenta a él es magistral, pero ahí ya no valen las excusas. Si en el principio del capítulo nos dicen que no habrá más sangre, nos lo intercalan con fragmentos de la destrucción que este profesor es capaz de causar. Breaking Bad sabe muy bien cómo crear frases e imágenes impactantes. Ese plano ralentizado de Walter lanzando el cristal que resulta ser un explosivo químico ya se ha quedado en la cabeza del público, dejando claro que menos es más y que la grandeza de un producto como ese reside en el elemento más menospreciado: el guión.

Paralelamente al ascenso de Walter y a la creación de su alter-ego Heisenberg, vemos cómo esto va afectando a los que le rodean. Como sus injustificadas ausencias, las mentiras que le tiene que contar a Skyler o, incluso, a Jesse, que será quien más sufra por el comportamiento de su socio. En este caso, la huelga de guionistas le sentó genial, ya que le dio tiempo a Gilligan para pensar que tal vez aquella fuera la esencia de la serie, el conflicto entre esos dos personajes. Por lo que el hiato salvó la vida de Jesse Pinkman, que estaba destinado a morir al final de la primera temporada para cargar sobre Walter el peso emocional de su asesinato. Una de las mejores decisiones que jamás tomaron.

Pero pronto, veremos que Walter empieza a pensar también en asesinar a Tuco porque es peligroso. Es un yonki capaz de matar a un hombre en un arranque de furia, una bomba a punto de estallar, y Walter y Jesse no quieren estar allí. Es entonces cuando intentan envenenarle, pero pierden la oportunidad cuando Tuco, desquiciado, les obliga a ir a una casa en mitad del desierto donde vemos que vive con su tío Héctor Salamanca, un anciano postrado en una silla de ruedas y que se comunica únicamente con un timbre. Los personajes de la serie son extraños y peculiares, mundanos, todo lo contrario de los villanos de CSI y similares, con trajes hechos a medida y peinado perfecto, eso es quizá lo que les hace destacar. El problema con Tuco Salamanca es que Walter y Jesse no logran acabar con él, y es Hank, quien llega allí en solitario, quien le da el tiro de gracia y, con ello, se lleva la gloria de acabar con un peligroso criminal. Mientras tanto, Walter tiene que salir corriendo e inventarse algún plan para justificar su ausencia durante días.

El problema es que ya sabemos que Walter es un hombre amargado, harto de que miren por él. Fue fundador de una empresa de I + D de cuyas acciones se desprendió justo antes de que estas subieran y convirtiesen en millonario a su socio, y esa es la razón por la que rechaza que ellos le paguen el tratamiento. No quiere caridad, quiere ver que es capaz de valerse por sí mismo, y esa decisión se extiende a los demás. De modo que no se quedará quieto y dejará que Hank se beneficie de algo que es obra suya, y más cuando vemos que su cuñado empieza a tener problemas de ansiedad que se acrecientan tras el suceso de la tortuga, posiblemente, el papel más extraño que jamás interpretó la cabeza de Danny Trejo.

Poco a poco, y mientras el negocio y la reputación de Heisenberg crece, se hace necesario contratar a más gente que ayude en los diversos problemas que se presentan. Ahí es donde entraría Saul Goodman, un abogado picapleitos que fue pensado en un principio como alivio cómico, pero que demostró ser bastante versátil. Saul se ve a sí mismo como un instrumento de la legalidad más retorcida, siempre conoce a alguien… que conoce a alguien, y ayudará a Walt en su trabajo a cambio de una comisión al más puro estilo Tom Hagen, convirtiéndose en el consigliere. Siguiendo el símil mafioso, vemos que Walter se convierte en otro Tony Soprano al tener dos familias. Una, la de sangre formada por Skyler y su hijo, y al otra, plagada de camellos de poca monta, abogados y un socio que empieza a transformarse en su protegido. Walter empieza a desaparecer a la vez que Heisenberg cobra fuerza, y ya no hay lugar para los tics, los insultos atropellados y para los nervios. Para el décimo capítulo de la segunda temporada Heisenberg ya no es la máscara, es el verdadero yo de Walter White. Y queda claro con ese brillante “stay out of my territory” que te entran ganas de levantarte del sofá a aplaudir.

Stay out of my territory

Mientras Walter prospera y sigue haciendo tratos con personas cada vez más influyentes y mejor organizadas, Jesse, que intenta mantener su vida al margen de los trabajo del Heisenberg, se muda a otra casa y entabla una relación con su vecina, una chica que ha tenido como él problemas con las drogas. La presión acaba haciendo mella en ellos convirtiéndose en una pareja de yonkis que amenaza con acabar con los beneficios de la fabricación de anfetaminas, por lo que Walter, en un momento de preocupación paternal, decide entrar en la casa cuando ambos están durmiendo, instante en el que Jane colapsa con su propio vómito. La ruptura definitiva con su yo anterior son los segundos en los que Walter piensa en salvarla, pero al final, decide que lo mejor para Jesse (y por supuesto, para él) sería que esa chica saliera de su vida. Y la deja morir.

A estas alturas ya nos hemos dado cuenta de que Breaking Bad no sólo es brillante construyendo historias, sino también contándolas. Y lo hace de una forma muy curiosa, creando enigmas, poniendo la cámara en el lugar más impensable, haciendo flashbacks… pero se ve que aprendieron de los errores que lastraron “Perdidos” al hacer que esos flashbacks sirvan para algo y aporten consistencia a la trama. Al principio de cada capítulo podemos ver un objeto que ya puede ser un cúter, unos neumáticos saltando, casquillos de bala desperdigados por el suelo o incluso, un oso de peluche medio carbonizado flotando en la piscina. No sabemos ni qué son ni cómo o cuándo han llegado ahí, o qué propósito tienen en la historia. El caso del peluche tuerto es el más representativo, ya que durante todos los capítulos de la segunda temporada vamos viendo insertos de él. Su respuesta no la conocemos hasta el final, cuando todos los arcos argumentales se cierran en torno a una idea. El peluche no es más que parte de los restos de un accidente que el padre de Jane, controlador aéreo, provoca al estar destrozado por la muerte de su hijo. Es un recurso tal vez un poco exagerado en una historia tan austera como la de Breaking Bad, pero sirve para recordarnos que Heisenberg no está solo en el mundo, sino que se sus actos influyen en las vidas de los demás, que todo tiene consecuencias y esas consecuencias, se acercan.